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Graciano Palomo

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Desde su llegada al trono, el rey Felipe no sólo ha tenido que sortear toda suerte de avatares en el seno de su propia familia, sino que los asideros brillan por su ausencia

Foto: El rey Felipe VI de España. (EFE)
El rey Felipe VI de España. (EFE)

Nadie en su sano juicio (no incluyo en este apartado a los secesionistas catalanes) puede poner en cuestión que el devenir de Felipe VI como jefe del Estado no se haya ceñido a lo que le ordena la Constitución y las leyes.

Su padre –salvo aquel paréntesis en 1995 entre Felipe González y José María Aznar que no se dirigían la palabra– lo tuvo más fácil una vez que la Transición echó raíces. Había consensos básicos. Desde su llegada al trono, el rey Felipe no solo ha tenido que sortear toda suerte de avatares en el seno de su propia familia, sino que los asideros (incluso en forma de clavo ardiendo) brillan por su ausencia.

Los partidos teóricamente constitucionalistas no se lo ponen fácil, al rey, porque no hay puntos de acuerdo entre ellos


Lo preocupante para el rey Felipe es que la base en la que debe apoyarse, es decir, los partidos teóricamente constitucionalistas no se lo ponen fácil porque no hay puntos de acuerdo entre ellos ni siquiera para elegir el color de las corbatas.

Que los secesionistas catalanes –y otros nacionalismos de vuelo gallináceo– y la extrema izquierda que ha hecho de su caída el principal 'leitmotiv' de su existencia busquen su caída entra dentro de lo razonable. ¡Va de suyo! Lo grave para el inquilino de Somontes es que no pueda ejercer su papel de moderador y árbitro entre aquellos que dicen defender la Constitución y el Régimen del 78.

De Felipe VI y sus aledaños familiares se han dicho muchas cosas; ahora mismo se dicen más y, probablemente, los diretes irán en aumento. Pero nada que no sea verdad aguanta más allá de los minutos que dura un programa televisivo basura o las 'fake news' inventadas para facturar unos euros en la 'escuela Berlusconi'.

Tampoco le dijo nadie nunca que su trabajo resultaría un paseo militar.

Nadie en su sano juicio (no incluyo en este apartado a los secesionistas catalanes) puede poner en cuestión que el devenir de Felipe VI como jefe del Estado no se haya ceñido a lo que le ordena la Constitución y las leyes.

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