Palo Alto
Por
Las gracietas cántabras del falangista
Nadie puede negarle al exfalangista convicto y confeso una capacidad extraordinaria para, sin ser un chico de Oxford ni un ganador de elecciones, estar en la pomada
Dicen que Miguel Ángel Revilla es gracioso. No suelo perder el tiempo comentando asuntos más propios del circo que de una crónica política con fuste. Algunos de mis colegas de la cosa me informan de que cada vez que el presidente cántabro aparece en un plató de televisión —y aparece mucho— lo peta, que diría un moderno.
Desde luego nadie puede negarle al exfalangista convicto y confeso una capacidad extraordinaria para, sin ser un chico de Oxford ni un ganador de elecciones, estar en la pomada. Se ha creado su propio personaje —no muy exportable, aunque por el mundo hay ejemplos paradigmáticos al respecto—, sabe cómo engatusar a los jefes catódicos y poner pasión (o lo parece) en los temas que defiende.
Hoy y ayer. Cada vez que le veo por televisión (insisto, es un fijo inevitable) no puedo por menos de recordar una conferencia que impartió en Santander, cuando el dictador todavía no se había convertido en momia, a propósito de José Antonio. Era pura pasión azul, correaje en ristre.
Ahí le tienen. Un artista de la pista. Se mimetiza con el paisanaje, les hace gracia y a sus votantes les importa una higa que, en lugar de gobernar con rigor una comunidad uniprovincial, se dedique a hacer propaganda de sí mismo.
Se equivocan los que creen que es un botarate. Es un tipo listo, un paisano pasiego que se ha reinventado hasta hacer olvidar su pasado y creado su propio personaje. Si gobernara con rigor y pusiera en práctica los consejos que ofrece al resto de sus colegas políticos españoles e internacionales —lo mismo le da Merkel que Trump— el Palacio de la Magdalena tendría que levantar monumento.
Revilla. De Franco a Sánchez… De José Antonio a Pepiño Blanco.
Dicen que Miguel Ángel Revilla es gracioso. No suelo perder el tiempo comentando asuntos más propios del circo que de una crónica política con fuste. Algunos de mis colegas de la cosa me informan de que cada vez que el presidente cántabro aparece en un plató de televisión —y aparece mucho— lo peta, que diría un moderno.