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¿Entregamos la cuchara?
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Graciano Palomo

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¿Entregamos la cuchara?

El asunto es simple: entregar la cuchara o hacer frente al leviatán que pretende destruir el Estado es garantía en los derechos para los más débiles

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), y el 'president' de la Generalitat de Cataluña, Quim Torra (d). (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), y el 'president' de la Generalitat de Cataluña, Quim Torra (d). (EFE)

La ventaja de transitar por la vida sin orejeras, ni militar en ninguna iglesia ideológica que lo sobreponga a todo, es que se puede contemplar la realidad en estado puro.

Escribo lo anterior porque no ha sido este columnista precisamente caritativo con las posiciones de ayer y de hoy de la portavoz parlamentaria del Partido Popular, Cayetana Álvarez de Toledo. Sin embargo, debo reconocer y reconozco que su alegato/intervención el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados a propósito de la posición de la izquierda ante el llamado "conflicto catalán" es una pieza/descripción que pasará a los anales cuando transcurra el tiempo. Que la izquierda española se mimetice con las posiciones secesionistas en pos de los intereses de una casta de trabucaires supremacistas es algo que haría levantar de sus tumbas a los creadores del internacionalismo proletario de aquí y de acullá.

Reconozco, asimismo, que el "conflicto catalán" me aburre; produce melancolía y hasta desesperación que un país, que tiene las mejores condiciones para todo, cuando hay un proyecto nacional se desangre a inmisericordes garrotazos en un olvido imperdonable de parte de su trágica historia.

Sánchez representa en este asunto el papel que en Gran Bretaña jugó Neville Chamberlain respecto a la agresión alemana del nacionalsocialismo

No me parece mal que Sánchez se reúna en cuantas mesas considere necesarias. Pero el asunto es simple: entregar la cuchara o hacer frente al leviatán que pretende destruir el Estado es garantía en los derechos para los más débiles. Tengo que decir acto seguido que hay millones de españoles, catalanes incluidos, que hartos de tanta tabarra (viene de antiguo), tanta desfachatez, tanto desprecio y tanto egoísmo fatuo con acento de superioridad que les sale del alma, gritan con calor: "¡Qué se vayan!".

Dejémonos ya de historias: una nación es antes que nada la voluntad de vivir juntos.

Sánchez, que se considera un tipo muy listo, representa en este asunto el papel que en Gran Bretaña jugó Arthur Neville Chamberlain respecto a la agresión alemana del nacionalsocialismo; podemos poner todas las cautelas que se quieran ochenta años después en la comparación histórica. Dimitió del rol que jugó Winston Churchill entonces el mismo día que fue aupado al poder por las fuerzas independentistas y con las que pretende uncir su suerte mientras la naturaleza le dé vida. Chamberlain teorizó sobre el 'appeasement' (apaciguamiento) para evitar, dijo, una conflagración generalizada en Europa. El primer ministro prefirió el combate contra la tiranía nazi/fascista ofreciendo al pueblo soberano "sangre, sudor y lágrimas". La Historia le concedió razón. Pero la 'vía Chamberlain' es una opción.

Lo que no es una opción es que 45 millones de españoles no secesionistas, gobernados por un partido exjacobino, subido al carro nacionalista, tengan que soportar el desprecio sistemático de esos dos millones que quieren perpetuarse y crear moho en el rincón de la Historia. Entregar la cuchara o luchar democráticamente para imponer la razón de esa Historia y de la propia democracia.

La ventaja de transitar por la vida sin orejeras, ni militar en ninguna iglesia ideológica que lo sobreponga a todo, es que se puede contemplar la realidad en estado puro.

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