Palo Alto
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La diferencia del ayer (23-F) y hoy
Entonces había unidad política y objetivos comunes: consolidar el sistema democrático, garantizar todas las libertades y, por fin, subirse al carro de las potencias occidentales
Los 40 años del intento de golpe de Estado han sido celebrados institucionalmente como corresponde. Aquella estrambótica asonada, sin pies ni cabeza, no fue, en cualquier caso, un tema baladí; porque si, en efecto, la Corona lo hubiera tolerado, se habría entrado de nuevo a bailar con los viejos, cainitas y trágicos demonios familiares.
Dicho lo anterior, resulta una tentación demasiado excitante no intentar hacer un paralelismo entre lo que ocurre hoy en este país y la situación de hace cuatro décadas.
No hay posibilidad alguna siquiera de comparación. Son dos países completamente distintos, aunque la deriva secesionista continúa viva. Entonces todo era frágil, la concordia se jugaba en un pañuelo y los uniformados eran en sí mismo un poder dentro del Estado. Hoy no quedan poderes fácticos salvo el gran dinero, los ejércitos están donde deben estar en primer tiempo de saludos y cuadrados ante el poder civil y la Iglesia ni siquiera tiene feligreses para encender las velas en sus reuniones católicas.
La gran diferencia en el debe del hoy es que entonces había unidad política y objetivos comunes: básicamente consolidar el sistema democrático, garantizar todas las libertades y conseguir, por fin, subirse al carro de las potencias occidentales, leáse UE y OTAN. Cuando los golpistas del 23F se rindieron y dejaron salir a los diputados, Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, Santiago Carrillo, Manuel Fraga y el ministro de Defensa a la sazón, Agustín Rodríguez Sahagún, se subieron todos juntos a un autobús y se fueron a cumplimentar al Rey, que con su actuación paró la absurda intentona.
Esto último es lo que desgraciadamente hoy no veremos en una España que es la cuarta potencia de Europa. Ni en los grandes, medianos y pequeños asuntos.
Los 40 años del intento de golpe de Estado han sido celebrados institucionalmente como corresponde. Aquella estrambótica asonada, sin pies ni cabeza, no fue, en cualquier caso, un tema baladí; porque si, en efecto, la Corona lo hubiera tolerado, se habría entrado de nuevo a bailar con los viejos, cainitas y trágicos demonios familiares.
Dicho lo anterior, resulta una tentación demasiado excitante no intentar hacer un paralelismo entre lo que ocurre hoy en este país y la situación de hace cuatro décadas.
No hay posibilidad alguna siquiera de comparación. Son dos países completamente distintos, aunque la deriva secesionista continúa viva. Entonces todo era frágil, la concordia se jugaba en un pañuelo y los uniformados eran en sí mismo un poder dentro del Estado. Hoy no quedan poderes fácticos salvo el gran dinero, los ejércitos están donde deben estar en primer tiempo de saludos y cuadrados ante el poder civil y la Iglesia ni siquiera tiene feligreses para encender las velas en sus reuniones católicas.