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Los "hombres de Castilla" que decapita Castillo
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Graciano Palomo

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Los "hombres de Castilla" que decapita Castillo

Señor presidente del Perú, venga a la España de Sánchez y compruebe si no hay abusos de poder. Si los que mandan no hacen trágala diaria sobre los que tienen que obedecer

Foto: El presidente de Perú, Pedro Castillo. (Reuters)
El presidente de Perú, Pedro Castillo. (Reuters)

Américo Castro sostenía que se puede amar a España, criticando. Ortega dejó escrito aquello de "amo a España porque no me gusta…". De eso, a reinventar y, al mismo tiempo, tratar de reescribir la Historia bajo un mal sueño equinoccial hay una distancia. Está muy bien para chapotear en el "realismo mágico" novelado por el gran Gabo. Resulta, en cambio, una petardada, tan irrisoria como estulta, en boca de un recién presidente si entiende que va a solucionar los enormes problemas del gran Perú, echando la vista casi seiscientos años atrás, todo ello, bajo su particular orejera, repleta de desconocimiento y aún de un fatuo resentimiento.

"Los hombres de Castilla, que con ayuda de 'felipillos', rompieron la armonía en la que vivían felizmente las gentes de los Andes…". ¡Se ha quedado tan orondo! Cierto es que aquellos "hombres de Castilla" y sus 'felipillos' han permitido seis siglos después, que esos nuevos "hombres de Castilla", tipo Monedero, asesoren a Castillo y sus cuates izquierdistas o en el mejor de los supuestos, se puedan entender hablando el mismo idioma. Y, probablemente, ese "asesoramiento" sea más caro que el precio cobrado por aquellos que gobernaron el Nuevo Mundo desde la "Casa de Pizarro".

Foto: La Torre de David, en Caracas. (EFE)

La Historia se relata según el anteojo de cada cual. Mucho más en boca de un jefe de Estado que ya ha pedido jurdó al gobierno de España, es decir, el dinero que los descendientes de aquellos "hombres de Castilla" pagan con sus impuestos, desde la objetividad, la mesura y hechos comprobados. Los agravios —al final el "insulto" lo que hace quien realmente puede— se hacen delante del Rey de España que no para de tragar quina cada vez que se acerca por aquellos lares desde que su padre mandó callar al cacique Chávez.

Me tengo por un razonable conocedor de aquella enorme aventura española en Hispanoamérica. He visitado la práctica totalidad de esos países y he leído casi todo acerca del descubrimiento, colonización y extensión de la cultura española por aquellos inmensos y nada fáciles territorios. Naturalmente, hubo excesos de todo tipo, pero ni fueron generalizados, ni contaban con la aquiescencia de la Metrópoli. Una Reina de Castilla lo dejó tajantemente claro desde el mismo momento de conocerse el Descubrimiento.

Se puede amar a la vieja y cuarteada España desde la exageración

Oiga, señor presidente del Perú, venga a usted a la España de Sánchez y compruebe si no hay abusos de poder. Si los que mandan no hacen trágala diaria sobre los que tienen que obedecer. Por eso, cuando oigo peroratas tan exageradas como injustas realizadas en pleno siglo XXI —la última de este Castillo, de nombre Pedro— me entra la tentación de pensar que ojalá su colonización hubiera sido llevada a cabo por la otra cultura dominante en aquellos tiempos, la anglosajona. Quizá, de ese modo, se pudiera poner en valor a los "hombres de Castilla" que en determinados supuestos no fueron dechado de perfección, mucho más si se analiza su conducta con los parámetros actuales.

La Historia real, no la supuesta, les ha juzgado, incluso, con severidad. Lean a los grandes hispanistas británicos, franceses, norteamericanos. Este Castillo, como antes Castro, luego Chávez, Evo, Ortega, Correa (el de la "otra Gürtel") se aprovechan de que, en efecto, tienen asesores de aquí que actúan como quintacolumnistas de acullá. Por precio, naturalmente.

Escrito lo que antecede, subrayar que a quien corresponde defender el legado español en su conjunto no es a mí. Son a los representantes de la España democrática de hoy a los que se paga por ello. Lo dicho: se puede amar a la vieja y cuarteada España desde la exageración, la violencia verbal, la injusticia histórica y el desmelene atrabiliario. Definitivamente, nos ha salido otro apóstol de la leyenda negra en el Machu Picchu.

Américo Castro sostenía que se puede amar a España, criticando. Ortega dejó escrito aquello de "amo a España porque no me gusta…". De eso, a reinventar y, al mismo tiempo, tratar de reescribir la Historia bajo un mal sueño equinoccial hay una distancia. Está muy bien para chapotear en el "realismo mágico" novelado por el gran Gabo. Resulta, en cambio, una petardada, tan irrisoria como estulta, en boca de un recién presidente si entiende que va a solucionar los enormes problemas del gran Perú, echando la vista casi seiscientos años atrás, todo ello, bajo su particular orejera, repleta de desconocimiento y aún de un fatuo resentimiento.

Hugo Chávez Perú Juan Carlos Monedero