Pesca de arrastre
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La unilateralidad: la metadona procesista
Seguir diciendo según qué sandeces da fe del daño irreversible que los opiáceos argumentales causan en algunos cerebros políticos
Agosto se le hace largo al yonqui político monotema. Asuntos como la crisis de los menores marroquíes, redescubrir que existe un sitio llamado Afganistán, la llegada de una plaga de medusas que resulta molesta para los bañistas o el control de los botellones en plena pandemia sirven para que cada uno pueda distraerse hasta cierto punto de sus fijaciones saltando de oca a oca y tiro porque me toca. Pero no hasta el límite de conseguir pasarse 30 días de canícula sin una triste dosis que llevarse a la vena para pegarse un buen viaje a cuenta de sus obsesiones particulares.
Así que nada más superar la primera quincena del presente han aparecido en Catalunya los primeros casos de síndrome de abstinencia con los consiguientes delirios a cuenta de la unilateralidad, la desobediencia, la desestabilización del estado, el mandato del 1 de octubre de 2017 y todo cuanto refiere a la independencia exprés por la vía archidemocrática conocida en el mundillo jurídico internacional como la vía Juan Palomo, yo me la guiso, yo me la como.
El primero en asaltar las esquinas en busca de mercancía ha sido el expresidente Quim Torra, acompañado de la más fiel continuadora de su legado, la actual presidenta del Parlamento, Laura Borràs. Ambos coincidieron hace unos días en que la mesa de negociación entre los gobiernos español y catalán es poco más que una pantomima. Así que en esa mesa o se pacta un referéndum por la vía rápida o se reactiva la república declarada en 2017. Que a estas alturas alguien con rango de expresidente de la Generalitat y la actual presidenta del Parlamento catalán sigan diciendo semejantes sandeces da fe del daño irreversible que algunos opiáceos argumentales causan en los cerebros políticos.
En todo caso, como el torrismo está ya en posiciones políticas netamente marginales no conviene perder mucho tiempo en analizar sus argumentos si no es para dejar constancia del constante efecto desestabilizador que tienen para JxCAT, el partido de Carles Puigdemont que lidera en el frente interno Jordi Sánchez. Estos prefieren estupefacientes más suaves, que permitan cierto grado de evasión al consumirlos, pero que, a diferencia del torrismo, permitan mantener como mínimo uno de los dos pies en el suelo.
Así que, después del dueto Torra-Borràs, han aparecido otras personalidades de JxCAT (Quim Torra no es militante, pero su influencia se circunscribe a este partido), caso de Jordi Puigneró, vicepresidente de la Generalitat, o Marta Madrenas, alcaldesa de Girona y diputada en el Parlamento, para participar en el corrillo de las drogas blandas que, a diferencia de las otras, pasan de boca en boca y provocan efectos no tan vistosos. Menos subidos a la parra que los torristas, los junteros ortodoxos se limitan a reivindicar la unilateralidad como una bala necesaria en la recámara para que el Gobierno español tenga algún incentivo, aunque sea negativo, para negociar alguna cosa de enjundia en la mesa que ha de reunirse la tercera semana de septiembre y cuyos trabajos deberían durar dos años.
En realidad, todas estas declaraciones, incluidas las del dueto torrista, responden a la imposibilidad de dejar de golpe una adicción. Vienen a ser dosis de metadona declarativa pensada para aliviar el propio mono y el de los votantes que solo responden a este tipo de estímulos y que cada vez son menos entre los independentistas. Pero siendo menos, aún son suficientes para poder marcar diferencias entre JxCAT y ERC. De ahí que nadie, incluido el presidente de la Generalitat, el republicano Pere Aragonès, descarte del todo lo que sabe perfectamente descartado: un proceso de independencia como el que acabó en 2017 como el rosario de la aurora, muy en particular para los propios independentistas.
Que JxCAT seguirá boicoteando la mesa de negociación en el futuro con declaraciones similares es una obviedad, aun sabiendo perfectamente que fuera de ella la propuesta independentista no tiene más que el erial de desolación que ya visitó hace casi cuatro años cuando la declaración de independencia 'fake' de Carles Puigdemont. Lo hará como se hacen las cosas muchas veces en política: diciendo una cosa y la contraria. Los días pares —serenos— habrá que cumplir con el acuerdo de gobierno con ERC que fija un periodo de dos años para los trabajos de esa mesa y los días impares —metadona— dirá que vaya pérdida de tiempo y qué vergonzosa rendición la de los republicanos.
Es un modo de hacer campaña como otro cualquiera, máxime teniendo en cuenta que el actual Gobierno de la Generalitat se pactó para un periodo de dos años y que el reloj hace ya meses que corre. Y si bien la coalición gubernamental ERC-JxCAT se muestra mínimamente sólida en público, en privado los cuchillos no se han envainado jamás y, además, el apoyo parlamentario imprescindible de la CUP empieza a resquebrajarse. Y más que lo hará cuando se inicie la negociación formal de los Presupuestos de la Generalitat.
Así que las dosis de metadona procesista van a seguir repartiéndose con alegría en los próximos meses. Hasta Pere Aragonès se verá obligado a consumirlas periódicamente para aparecer ante su público como uno más de la pandilla sin desentonar del todo.
Serán los paréntesis de asueto necesarios para soportar el trabajo hercúleo que se le viene encima al Gobierno independentista de palabra y autonomista de hechos: aprobar ni que sea unos Presupuestos. Ante tanto ejercicio de realismo por delante, se entiende que unos y otros busquen periódicamente evadirse. Y ahí está, para cuando se la necesita, la metadona de la unilateralidad.
Agosto se le hace largo al yonqui político monotema. Asuntos como la crisis de los menores marroquíes, redescubrir que existe un sitio llamado Afganistán, la llegada de una plaga de medusas que resulta molesta para los bañistas o el control de los botellones en plena pandemia sirven para que cada uno pueda distraerse hasta cierto punto de sus fijaciones saltando de oca a oca y tiro porque me toca. Pero no hasta el límite de conseguir pasarse 30 días de canícula sin una triste dosis que llevarse a la vena para pegarse un buen viaje a cuenta de sus obsesiones particulares.
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