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Elon Musk, rey de los idiotas que somos todos
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Josep Martí Blanch

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Elon Musk, rey de los idiotas que somos todos

El visionario de los pagos seguros por internet, los coches eléctricos y la conquista del espacio dice actuar movido por la voluntad de fomentar la libertad de expresión

Foto: Elon Musk, fundador de Tesla. (Reuters/Hannibal Hanschke)
Elon Musk, fundador de Tesla. (Reuters/Hannibal Hanschke)
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Uno puede ser el hombre más rico del mundo y al mismo tiempo ser también el mayor imbécil que haya pisado el planeta. A fin de cuentas, las habilidades y el esfuerzo que se requieren para liderar ambas competiciones no son excluyentes las unas de las otras. Así que basta con eso. Sucede, no obstante, que como el dinero ha resultado ser la vara con la que medir todo lo demás, es difícil caer en la cuenta de esta posibilidad y entender con naturalidad que tras una chequera de multimillonario —incluido el formato 'self made man'— lo que acabemos encontrando sea un perfecto y redondo necio.

Elon Musk ha decidido comprarse todo Twitter siempre que los actuales propietarios acepten el pastizal que está dispuesto a ponerles en la mano. El visionario de los pagos seguros por internet, los coches eléctricos y la conquista del espacio dice actuar movido por la voluntad de fomentar la libertad de expresión. Para ello, quiere sacar la compañía del mercado bursátil y convertirla en su finca particular. Puede que incluso tenga razón. A fin de cuentas, el hombre ya ha acertado en más de una ocasión con sus intuiciones.

Foto: Foto: EPA/Alexander Becher Opinión
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Musk despierta admiración por donde quiera que pase porque suma tres atributos que hacen de la narrativa del personaje el mejor ejemplo de una trayectoria de superéxito del siglo XXI. Uno es, por supuesto, haber ganado no mucho sino muchísimo dinero. El otro, haberse embolsado todo ese capital que le permite mirar al resto de superricos por encima del hombro con proyectos que siempre habitan en el futuro. No hay nada que despierte tanto entusiasmo como un visionario en una época que menosprecia no solo el pasado sino también el presente. Y el tercero, el extremo dominio de la apariencia, el relato y el espectáculo para construirse una imagen de hombre libre, sin más ambición que rebelarse contra todo aquello conocido y dado por sentado. Con semejantes galones luciendo en su pecho, es normal que le riamos gracias y gracietas. Y también que deseemos fervientemente y de corazón ese sueño de la inmortalidad en el que también anda metido con inversiones multimillonarias. Sería una lástima, o más bien una tragedia, que un personaje de tal calibre debiera conformarse con un final que lo igualara al resto de sus congéneres.

El lector quizá sospeche, y con razón, para qué negarlo, que este texto rezuma el resentimiento propio del pelacañas que lo escribe ante la opulencia y virtudes del 'richest man in the world'. Que así sea. Pero lo cierto es que la manera en la que Musk está manejando su historia con Twitter es la propia de un casi psicópata. Sus 'friki encuestas' en la propia plataforma de Twitter sobre el futuro de la compañía, sus vaivenes sobre la incorporación o no al equipo de dirección de la red social, el desprecio por los actuales gestores y propietarios de la empresa, son propios de un hombre que, sin perder la cabeza, sí se ha dejado por el camino cualquier sentido de la proporción y el respeto. Un narcisista que no siente empatía hacia terceros, con una elevada inteligencia que le permite manipular a quienes tiene a su alrededor y que suele reincidir en sus acciones. Musk encaja en la perfección en la definición de un psicópata de los negocios.

Foto: Elon Musk. (Reuters/ Archivo)

Musk es al mundo de la empresa lo que Trump ha sido y sigue siendo a la política. Un hombre al servicio de su ego, convencido del enanismo de los demás y actuando siempre desde la certeza de que incluso en su peor momento está a años luz de los demás que, naturalmente, le importan, como a todo anarcocapitalista, entre poco y nada. Solo así puede explicarse la frivolidad con la que se maneja desde hace tiempo. Mientras tanto, nuestra lectura es que, inalcanzable como es en su talento, ya no habita entre nosotros, así que, aunque no lo acabemos de entender, merece sin duda siempre nuestro aplauso porque tras cualquier chorrada que diga, haga o escriba a buen seguro que se esconde una genialidad.

Es de una coherencia proverbial que sigamos adorándolo. Musk simboliza a la perfección la parte del mundo que decidió hace ya tiempo arrancar del hombre cualquier idea de trascendencia que no fuese él mismo. Por eso no hay mejores días para coronarlo rey que la Semana Santa. Teniéndole a él nos sobran los demás redentores. 'Gloria aeterna', Elon Musk. Rey de los idiotas que somos todos.

Uno puede ser el hombre más rico del mundo y al mismo tiempo ser también el mayor imbécil que haya pisado el planeta. A fin de cuentas, las habilidades y el esfuerzo que se requieren para liderar ambas competiciones no son excluyentes las unas de las otras. Así que basta con eso. Sucede, no obstante, que como el dinero ha resultado ser la vara con la que medir todo lo demás, es difícil caer en la cuenta de esta posibilidad y entender con naturalidad que tras una chequera de multimillonario —incluido el formato 'self made man'— lo que acabemos encontrando sea un perfecto y redondo necio.

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