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Okupas y desokupas pinchan en Barcelona ante la indiferencia vecinal y un gigantesco despliegue policial
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Josep Martí Blanch

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Okupas y desokupas pinchan en Barcelona ante la indiferencia vecinal y un gigantesco despliegue policial

Más de 500 agentes sellaron herméticamente la plaza de la Bonanova e impidieron que la estulticia de los ultras de uno y otro signo derivara en una batalla campal

Foto: Mossos d'Esquadra vigilan a varios okupas de los edificios de La Ruïna y el Kubo en la plaza Bonanova de Barcelona. (EFE/Alejandro García)
Mossos d'Esquadra vigilan a varios okupas de los edificios de La Ruïna y el Kubo en la plaza Bonanova de Barcelona. (EFE/Alejandro García)
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La batalla entre okupas y desokupas que amenazaba con enturbiar el inicio de la campaña electoral en Barcelona quedó en una simple escaramuza de tardoadolescentes a los que les falta algo más que un hervor. Los Mossos hicieron su trabajo con un despliegue digno de una zona de guerra. Más de 500 agentes sellaron herméticamente la plaza de la Bonanova e impidieron que la estulticia de los ultras de uno y otro signo derivara en una batalla campal. No prendió la mecha de la violencia a gran escala, que era lo que se temía en los informes de inteligencia policial de los últimos días. Al final, más allá de las cargas de rigor y algunos destrozos en escaparates de comercios, protagonizados por los okupas, poco que reseñar. Barcelona no ardió esta vez. Lo hará en el futuro, eso sí. Será cuando el juez ordene que se haga efectiva la desocupación de los dos inmuebles de la Sareb en los que anida la pseudorrevolución antisistema que dicen promover los allí instalados.

Por partes. Puede escribirse que la okupación es un delito al que la clase política catalana lleva 25 años dando mayoritaria y equivocadamente cobertura moral y política. Y que el despliegue de ese paraguas conceptual es uno de los motivos a los que hay que acudir para explicar por qué el 42% de las ocupaciones de toda España se lleven a cabo en Cataluña, según datos del Ministerio del Interior.

Foto: Mossos d'Esquadra despliegan un cordón policial en la plaza Bonanova de Barcelona. (EFE/Alejandro García)

Puede escribirse también que la actual alcaldesa, Ada Colau, activista de la vivienda en el pasado, es una okupafriendly. Igual que, por supuesto, puede recordarse que Xavier Trias, alcalde antes que ella, acabó pagando el alquiler y los gastos (servicios e impuestos incluidos) de una oficina bancaria okupada en el barrio de Gracia para ahorrarse problemas. O que el mismo Trias cedió ante los okupas del barrio de Sants en el fracasado intento de desalojar uno de los inmuebles enseña del movimiento, Can Vies. Y hay que insistir en que la legislación garantista con la okupación ha provocado el nacimiento de mafias dedicadas a la usurpación profesional de viviendas y que delincuentes disfrazados de antisistema actúen con extrema violencia cuando se les impele a acatar una orden judicial de desalojo.

Pero que todo esto pueda y deba escribirse, porque es verdad, no excluye que deba hacerse lo propio con otras certezas. Una de ellas es que el intento de prender la mecha de la violencia estos días en Barcelona, con la excusa de los dos inmuebles okupados en el barrio de la Bonanova, ha tenido mucho de estrategia electoral de algunos partidos, Vox, Cs y Valents. Un intento de sacar tajada política para acercarse al 5% del voto necesario para lograr representación en el Ayuntamiento y que las encuestas les niegan en estos momentos. El improvisado plató televisivo de la zona alta de Barcelona también ha servido de campaña publicitaria para la empresa Desokupa y para su propietario Daniel Esteve, una caricatura local y ridícula de Yevgeni Prigozyn, el líder de los mercenarios de Wagner, que se ha paseado estos días por la Ciudad Condal como un Rambo de baratillo y al que muchos niñatos le regalaban los oídos al grito de "presidente, presidente".

Foto: Imagen de archivo de una manifestación a favor de la okupación en Barcelona. (EFE/Enric Fontcuberta)

No hay contradicción en esas verdades paralelas. Uno puede considerar que la ocupación merece ser reprobada y castigada, señalar a los partidos con responsabilidades de gobierno presentes y pasadas como cómplices necesarios de la situación actual por haberla alimentado con su hipócrita comprensión, pero condenar también la mezquindad de quienes estos días han cruzado los dedos para que el fuego prendiese en las calles a la misma hora que daba inicio la campaña electoral.

Y tampoco es contradictorio entender que la indefensión jurídica de muchos propietarios ante una ocupación —mucho tiempo y mucho dinero para recuperar su propiedad— haya acabado creando un nicho de mercado para empresas como Desokupa y, al mismo tiempo, calificar de peligroso matonismo de Farwest los modos de hacer del tal Esteve y sus acólitos.

Afortunadamente, los disturbios menores de la Bonanova defraudaron las expectativas de los amantes del cuanto peor, mejor. Vía libre para que la campaña circule de inicio por el carril de la normalidad. Una normalidad, claro, que incluye toneladas de demagogia improvisada sobre la vivienda. Solo que un poco más inocente y menos dañina que la practicada estos días a cuenta de los okupas de la Bonanova. Las batallas deben narrarse cuando suceden, no cuando se desean.

La batalla entre okupas y desokupas que amenazaba con enturbiar el inicio de la campaña electoral en Barcelona quedó en una simple escaramuza de tardoadolescentes a los que les falta algo más que un hervor. Los Mossos hicieron su trabajo con un despliegue digno de una zona de guerra. Más de 500 agentes sellaron herméticamente la plaza de la Bonanova e impidieron que la estulticia de los ultras de uno y otro signo derivara en una batalla campal. No prendió la mecha de la violencia a gran escala, que era lo que se temía en los informes de inteligencia policial de los últimos días. Al final, más allá de las cargas de rigor y algunos destrozos en escaparates de comercios, protagonizados por los okupas, poco que reseñar. Barcelona no ardió esta vez. Lo hará en el futuro, eso sí. Será cuando el juez ordene que se haga efectiva la desocupación de los dos inmuebles de la Sareb en los que anida la pseudorrevolución antisistema que dicen promover los allí instalados.

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