Vox se frota las manos en la Comunitat Valenciana
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Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

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Vox se frota las manos en la Comunitat Valenciana

El mango de la sartén regresa a Abascal. La derecha radical gana tanto si hay elecciones como si se inviste un nuevo presidente de la Generalitat sin pasar por las urnas

Foto: El presidente de Vox, Santiago Abascal, atiende a los medios durante su visita a Plasencia. (EFE/Eduardo Palomo)
El presidente de Vox, Santiago Abascal, atiende a los medios durante su visita a Plasencia. (EFE/Eduardo Palomo)
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Valencia capicúa. Empezó la legislatura autonómica con un pacto exprés del PP y Vox para asegurar la investidura de Carlos Mazón, acuerdo que aceleró el resto de las ententes regionales de carácter similar y que insufló aire a la campaña de Pedro Sánchez en las últimas elecciones generales: "Nosotros o la ultraderecha".

Dimitido el presidente valenciano, los populares vuelven a la casilla de salida. Aunque esta vez es el propio Alberto Núñez Feijóo quien pide solícitamente a Santiago Abascal que preste su apoyo a quien sea que se acabe proponiendo desde el PP para sustituir a Carlos Mazón en la presidencia de la Generalitat.

La realidad sigue siendo la misma que salió del escrutinio de hace más de dos años. El mango de la sartén regresa a las manos de Santiago Abascal. Sin los votos de los suyos no hay investidura posible en Valencia. Y la convocatoria de elecciones resultaría tan inevitable como probablemente inoportuna para los intereses del PP. Máxime en un escenario de precampaña como el que ya se vive en el tablero nacional. Las elecciones, ya se sabe, las carga el diablo.

Dimite Mazón, gana Vox. Este podría ser uno de los resúmenes de la situación. La Comunitat Valenciana ejemplifica desde el presente el acierto de la estrategia impulsada por Santiago Abascal cuando decidió, en julio de 2024, escapar a la carrera de los Gobiernos en los que primeramente se había decidido a participar.

Foto: feijoo-pide-a-vox

La ventaja de un partido de corte autoritario y nada descentralizado en sus estructuras internas es que al jefe nadie le tose. Y si alguien osa hacerlo, tarjeta roja y expulsión. Por eso a Vox le resultó fácil imponerse a los intereses personales de consejeros, secretarios, directores generales y asesores que el acceso al Gobierno de cinco comunidades autónomas le había proporcionado.

No hay poder territorial en Vox que pueda contraprogramar lo que se decide en la calle Bambú. Marcharse de los Gobiernos autonómicos era la manera de centrarse sin ataduras en la estrategia nacional de comerle la tostada al PP, igualándolo como enemigo al PSOE. La reacción ayer de Abascal tras la dimisión de Mazón es un capítulo más en la explicitación de esa estrategia.

Las encuestas prueban lo acertada que fue esa decisión de abandonar los ejecutivos regionales. Como también lo prueba ahora la resolución del jeroglífico valenciano. Lugar en el que el único ganador a corto, medio y también largo plazo va a ser el partido ultraconservador.

Si la Comunitat Valenciana acaba yendo a las urnas, Vox mejorará resultados y la dependencia de los populares respecto a los de Abascal se acrecentará. Y si se inviste un nuevo presidente entre los diputados actuales del PP -sea Juan Fran Pérez Llorca, María José Catalá o cualquier otro- será porque primero se ha rendido pleitesía a la ultraderecha y se han aceptado explícitamente sus exigencias. No se libran cheques en blanco al enemigo y competidor más próximo. Y ese enemigo íntimo, para la derecha radical, no es otro que la derecha de corte clásico.

Ayer el hombre más feliz en España, aunque pareciera muy enfadado, era Santiago Abascal. La coyuntura le permitía, fiel a su estilo y estrategia, atizarle a Feijóo con los dos puños. Primero por "culpar" a Mazón e "indultar" a Pedro Sánchez por las responsabilidades de la dana. Y en segundo lugar, por poder hurgar en las dificultades de los populares para pactar rápidamente un candidato para sustituir al presidente de la Generalitat. Daba a entender de este modo Abascal, que el partido de Feijóo no está cohesionado y que el liderazgo del gallego, a diferencia del suyo en Vox, es débil y cuestionable. Justo los mensajes que el líder de Vox pretende trasladar a los electores: soy el único que de verdad no indultará jamás a Sánchez y Vox es también el único partido en el que jamás las cuitas regionales debilitarán el proyecto nacional.

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Como nadie espera de la ultraderecha que sea democrática en su funcionamiento interno y en estos momentos Vox no tiene ninguna responsabilidad institucional, el discurso resuena como coherente y obtiene el rendimiento esperado: crecer a costa del PP e intentar hacer creíble, pasito a pasito y en consonancia con las encuestas de José Félix Tezanos, que la verdadera alternativa al sanchismo es la ultraderecha. Un bocadillo bien armado en el que el pan son Abascal y Sánchez y el embutido Alberto Núñez Feijóo.

Al PP no le queda otra que manejar esta situación que le complica sobremanera las cosas a la hora de abordar situaciones complicadas, como ha sido la vivida en la Comunitat Valenciana este último año. No obstante, los populares han tenido muchos meses para hacer todo lo que debían para garantizar una sucesión más ordenada y tranquila de Carlos Mazón.

Que esto no se haya hecho así y que al final, con el concurso del factor humano, todo se haya precipitado con cierto desorden y sin previsión no obedece a ningún acierto de Vox, sino a los propios errores de percepción y estrategia del PP. A veces la ultraderecha se gana el jornal, a veces se lo regalan. En esta ocasión el paquete ha venido envuelto con un lazo de lo más vistoso. No por la dimisión final de Mazón, que finalmente ha hecho lo que debía, sino por la imprevisión, el tempo y la falta de conversaciones previas con Vox, el actor imprescindible en esta historia y en muchas de las que están por venir.

Valencia capicúa. Empezó la legislatura autonómica con un pacto exprés del PP y Vox para asegurar la investidura de Carlos Mazón, acuerdo que aceleró el resto de las ententes regionales de carácter similar y que insufló aire a la campaña de Pedro Sánchez en las últimas elecciones generales: "Nosotros o la ultraderecha".

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