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COP27. Fuese y no hubo nada

El llamamiento hecho en la cumbre del año pasado en Glasgow, para que los países elevaran su ambición en sus objetivos de reducción de emisiones, apenas ha tenido eco

Foto: El ministro de Exteriores egipcio y presidente de la COP27, Sameh Shukri. (EFE/Rosa Soto)
El ministro de Exteriores egipcio y presidente de la COP27, Sameh Shukri. (EFE/Rosa Soto)
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La creación de un fondo para que países vulnerables puedan resarcirse de los daños ocasionados por el cambio climático es el teórico gran avance de la cumbre medioambiental de este año. Se sabe que este fondo no forma parte de la financiación comprometida en los Acuerdos de París, pero no está claro quiénes serán los beneficiarios ni los contribuyentes y sus aportaciones. Son menudencias que quedan para la próxima cumbre, a celebrar dentro de un año. China, el primer emisor del planeta, ha señalado que, como país en vías de desarrollo, no tiene por qué contribuir. Estados Unidos, segundo emisor, ha subrayado que el acuerdo final de la cumbre no supone una obligación legal. Cabe añadir que, con la nueva mayoría republicana en el Congreso, la aprobación de una aportación a un fondo para paliar las consecuencias del cambio climático en países terceros es una entelequia que acabará, en el mejor de los casos, en el limbo de los justos. La Unión Europea propuso la creación del fondo a cambio de una mayor ambición en los objetivos de reducción del consumo de combustibles fósiles. El comunicado final diluye la ambición solicitada por Europa, que finalmente aceptó la creación del fondo sin contrapartida alguna para evitar que la COP27 se cerrara sin ningún logro que esgrimir.

El llamamiento hecho en la cumbre del año pasado en Glasgow, para que los diferentes países elevaran su ambición en sus objetivos de reducción de emisiones, apenas ha tenido eco. Fijar 2025 como el año en que las emisiones mundiales debían alcanzar su pico no ha sido posible. Abogar por una reducción generalizada de los combustibles fósiles, tampoco.

Foto: Frans Timmermans. (Reuters/Emilie Madi)

La primera causa de este fracaso ha sido el baño de realidad que la crisis energética ha supuesto. La escasez de oferta de petróleo y gas y sus correlativos incrementos de precio nos han enseñado que la necesaria transición energética requiere un ajuste fino y progresivo de la demanda de combustibles fósiles y de las inversiones necesarias para satisfacerla. En la cumbre de Glasgow se hablaba de los mercados de carbono que, en esencia, son un mecanismo para encarecer artificialmente los precios de los combustibles que generan emisiones de CO₂ en su combustión. Poco hemos oído en Egipto de este tema. Bastante caros están ya de por sí el petróleo, el gas y el carbón como para presumir de encarecerlos más. De hecho, todos los países europeos estamos, con más o menos generosidad, subvencionándolos para disminuir el impacto social del alza de precios. Debemos reducir la demanda de combustibles fósiles, pero mientras no hayamos avanzado en la electrificación de nuestra economía y no tengamos una generación eléctrica sin emisiones capaz de satisfacer la demanda, no podemos prescindir del petróleo o del gas, y los necesitamos a un precio aceptable.

La otra razón del fracaso de la COP27 es la propia estructura de la diplomacia climática multilateral y su escaso encaje con las necesidades de un proceso de gobernanza global y con la evolución de la economía mundial. Desde la entrada en vigor en 1995 del Convenio Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, las partes firmantes se han reunido todos los años, con la excepción del año de la pandemia. De todas estas conferencias de las partes (COP) firmantes del convenio sobresalen tres: Kioto, Copenhague y París. El protocolo de Kioto, firmado en 1997, solo obligaba a 36 países industrializados, más la Unión Europea, a reducir sus emisiones. La filosofía imperante era que los países desarrollados, causantes de las emisiones de CO₂ desde la revolución industrial, eran los únicos responsables de su reducción. En Copenhague, en 2009, se acepta, previo pago, la ampliación de la responsabilidad de la minoración de emisiones. Los países ricos transferirían cien mil millones de dólares anuales a los países en vías de desarrollo para financiar sus respectivas transiciones energéticas.

Foto: Una activista representa a la Madre Naturaleza para llamar la atención sobre la contaminación de los recursos hídricos. (EFE/Sedat Suna) Opinión

El Acuerdo de París en 2015 ratifica la cifra mágica de los 100.000 millones —que aún hoy, en 2022, siguen pendientes de materializarse— y todos los países asumen una contribución voluntaria a la reducción de emisiones. El problema era que la suma de las contribuciones voluntarias suponía que la temperatura media a finales de siglo subiría 2,7 grados en lugar de 1,5 grados, considerado como el objetivo deseable en el Acuerdo de París. Siete años después, seguimos prácticamente igual. Algunos compromisos adicionales, sobre todo europeos, han conseguido que en lugar de 2,7 grados apuntemos a 2,5.

En la cumbre de Glasgow se alcanzó un acuerdo para reducir las emisiones de metano —uno de los gases de efecto invernadero con mayor incidencia sobre el calentamiento global— y para financiar a Sudáfrica para reducir su dependencia del carbón. En la cumbre de Egipto de este año se ha alcanzado un acuerdo similar con Indonesia. Al margen de estos acuerdos parciales, el elefante sigue estando en la habitación: en 2021, China e India supusieron el 31% y el 7% de las emisiones mundiales de CO₂. Estados Unidos y la Unión Europea (27), el 14% y el 8%.

Foto: António Guterres en la inauguración de la COP27. (Reuters/Mohammed Salem)

China, cuyas emisiones, como hemos visto, más que duplican las de Estados Unidos y casi cuadruplican las de la Unión Europea, ha indicado que previsiblemente alcanzará su pico de emisiones en torno a 2030 y la neutralidad en sus emisiones en 2060. Al margen de sus pronunciamientos, la prioridad china siempre será su seguridad energética. Su nacionalismo, su capitalismo de Estado, le impiden aceptar una posición como la alemana, tan dependiente de los suministros rusos de gas. En 2022 ha vuelto a incrementar el consumo de su carbón nacional para evitar que los altos precios del gas lastraran su competitividad. A otra escala, los planteamientos de India son similares. Estados Unidos oscilará entre la militancia medioambiental demócrata y el rechazo republicano. Solo Europa mantendrá una política constante de reducción de emisiones. Como ha ocurrido en Egipto, no son mimbres suficientes para tejer un cesto.

Europa, y España dentro de Europa, deben mantener su política actual, pese a que la diplomacia multilateral no pueda alcanzar acuerdos globales aceptables. Viento y sol son hoy la forma más eficiente de generar electricidad. Avanzar en esta vía generará una menor dependencia del exterior y, por tanto, una mayor seguridad energética a precios competitivos. A trompicones y con retraso, el mundo avanzará también en esa dirección. No pasa nada, siempre que no cometamos excesos de velocidad, en ir dos pasos por delante

La creación de un fondo para que países vulnerables puedan resarcirse de los daños ocasionados por el cambio climático es el teórico gran avance de la cumbre medioambiental de este año. Se sabe que este fondo no forma parte de la financiación comprometida en los Acuerdos de París, pero no está claro quiénes serán los beneficiarios ni los contribuyentes y sus aportaciones. Son menudencias que quedan para la próxima cumbre, a celebrar dentro de un año. China, el primer emisor del planeta, ha señalado que, como país en vías de desarrollo, no tiene por qué contribuir. Estados Unidos, segundo emisor, ha subrayado que el acuerdo final de la cumbre no supone una obligación legal. Cabe añadir que, con la nueva mayoría republicana en el Congreso, la aprobación de una aportación a un fondo para paliar las consecuencias del cambio climático en países terceros es una entelequia que acabará, en el mejor de los casos, en el limbo de los justos. La Unión Europea propuso la creación del fondo a cambio de una mayor ambición en los objetivos de reducción del consumo de combustibles fósiles. El comunicado final diluye la ambición solicitada por Europa, que finalmente aceptó la creación del fondo sin contrapartida alguna para evitar que la COP27 se cerrara sin ningún logro que esgrimir.

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