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La República Islámica de Irán. La mano que mueve los hilos de Hamás
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La República Islámica de Irán. La mano que mueve los hilos de Hamás

El poder del líder supremo iraní supera con mucho lo que pudiera considerarse un jefe de Estado al uso occidental. Es al tiempo la máxima autoridad política y religiosa de la República Islámica de Irán

Foto: Un vehículo armado patrulla la frontera de Israel con Gaza. (EFE/Hannibal Hanschke)
Un vehículo armado patrulla la frontera de Israel con Gaza. (EFE/Hannibal Hanschke)
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Creada en 1979, la República Islámica de Irán solo ha tenido dos líderes supremos. Ruhollah Jomeini, su creador, desde el inicio hasta su muerte en 1989, y Alí Jamenei, desde entonces hasta la actualidad. El líder supremo debe formar parte del clero musulmán chií. Es elegido por la “asamblea de expertos”, cuyos miembros son elegidos democráticamente entre miembros del clero. Para ser candidato a la asamblea de expertos es necesario contar con la aprobación del Consejo de Guardianes de la Revolución, la mitad de cuyos miembros son a su vez nombrados por el líder supremo. Miembros ya electos de la asamblea de expertos requieren la aprobación adicional de líder supremo, quien puede rechazarlos o apartarlos de su puesto en cualquier momento. A lo que más se parece este sistema es al cónclave cardenalicio de la Iglesia católica.

El poder del líder supremo iraní supera con mucho lo que pudiera considerarse un jefe de Estado al uso occidental. Es al tiempo la máxima autoridad política y religiosa de la República Islámica de Irán. De él dependen las fuerzas armadas, el poder judicial, la televisión estatal y otras organizaciones gubernamentales clave. Puede emitir decretos y tomar decisiones finales sobre cualquier materia de gobierno. El líder supremo elige directamente a los ministros de Defensa, Inteligencia y Asuntos Exteriores y puede nombrar y cesar otros cargos públicos relevantes.

Foto: Fotografía: REUTERS / Melanie Burton Opinión
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La razón de tan extraordinario poder es la supremacía del poder religioso sobre el civil. Jomeini, ayatola chiií, creador de la República Islámica, tenía, a este respecto, ideas muy claras. Expulsado de Irán por el Gobierno del Shah en los años sesenta, estuvo exilado en Turquía, Irak y finalmente en Francia. Durante su estancia en Nayaf, en la zona de influencia chií del sur de Irak, pronunció un sermón en el que criticaba la pasividad del clero chií ante el Gobierno de Sadam Huseín: “El cristianismo solo trata de las relaciones entre el Hombre y Dios. El islam tiene, en cambio, un plan de gobierno, un plan de vida. Es el deber de los gobernantes musulmanes volver al islam y practicarlo de nuevo. Si los gobernantes musulmanes hubieran estado unidos en la práctica del islam, jamás un puñado de ladrones judíos hubieran soñado con apoderarse de Palestina”. Esa es la idea básica: los preceptos del Corán, escrito en el siglo VII, trascienden el mundo religioso para conformar toda una forma de organización social. Las dificultades de interpretación que puedan plantear los 14 siglos transcurridos desde entonces serán resueltas por el liderazgo religioso, siempre prevalente sobre el poder civil. Resueltas además desde la perspectiva chií, rama del islam que se distingue por su rigor religioso.

En un opúsculo publicado en 1942, Jomeini escribía: “Un Gobierno solo puede ser legítimo cuando acepta la ley de Dios, y la ley de Dios supone la implementación de la sharía. Toda ley contraria a la sharía debe ser abolida, porque solo la ley de Dios permanece válida e inmutable frente a los tiempos cambiantes”. En un libro que recoge sus enseñanzas sobre el Gobierno islámico (Ruhollah Khomeini, Islam and Revolution. Writings and declarations, Hamid Algar, Londres 1981) es fácil encontrar la esencia de su pensamiento político: “La principal diferencia entre el Gobierno islámico y las repúblicas o monarquías constitucionales es que en estas los representantes del pueblo se ocupan de la legislación, mientras que en el Gobierno islámico el poder legislativo y la competencia para establecer leyes corresponde exclusivamente a Dios Todopoderoso”. Faltaría añadir que su intérprete en la tierra, el líder religioso de la República Islámica, se ocupará de los detalles.

Foto: Ebrahim Raisi, durante la campaña electoral. (Reuters)

El triunfo de la revolución iraní que derrocó al Shah se produjo gracias a una alianza de fuerzas religiosas, liberales y de izquierda. En febrero de 1979 fue nombrado primer ministro Bazargan, que contó con el apoyo de Jomeini, siempre inmutable en su planteamiento: “Como soy persona que goza del encargo del Profeta, nombro a Bazargan gobernante y, puesto que yo le nombro, debe ser obedecido. Oponerse a este gobierno significa oponerse a la sharía, lo que supone un duro castigo de acuerdo con la jurisprudencia islámica. La revuelta contra el gobierno de Dios es una revuelta contra Dios”. La jurisprudencia islámica permitió acabar en primer lugar con las fuerzas de izquierda. Bazargan dimitió cuando se produjo la toma de rehenes de la embajada norteamericana, que contó con el apoyo de Jomeini. A finales de 1979 se aprobó la nueva constitución, aprobada por una aplastante mayoría, que consagraba la supremacía del poder religioso. El primer presidente electo, Banisadr, fue destituido por Jomeini un año después. La causa aducida fue su gestión de la guerra con Irak, pero poco después de su destitución huyó a París, temiendo con razón por su vida. Militantes destacados de su partido estaban siendo fusilados. A finales de 1981 toda disidencia al poder religioso, incluidas las fuerzas liberales y de izquierda que lo habían apoyado en sus inicios, había sido eliminada.

Este es el régimen que apoya a Hamás en Gaza y a Hezbolá en el Líbano. Es el régimen que destina ingentes cantidades de dinero que podrían dedicarse a la mejora del nivel de vida de sus ciudadanos, a armar milicias cuyo objetivo final es la desaparición de Israel. El ataque de Hamás, inicio de la crisis actual, se produjo cuando el acercamiento entre Arabia Saudita e Israel, apadrinado por Estados Unidos, era inminente. Hubiera supuesto un avance hacia la estabilidad de Oriente Medio contrario a las tesis iraníes. El ataque de Hamás tenía que ser lo suficientemente grave como para que la reacción israelí abriera una brecha entre el mundo árabe e Israel que tardara años en cerrarse.

Ojalá (expresión procedente del árabe law sá lláh, si Dios quiere) el sufrimiento del pueblo palestino termine pronto. Ojalá que de esta crisis pueda obtenerse una solución de gobierno para los palestinos que tenga como objetivo principal su bienestar y no dedique los fondos disponibles a la construcción de una infraestructura militar dedicada a la destrucción de Israel y que utiliza como escudo escuelas, hospitales y mezquitas. Es una solución que requerirá que la República Islámica salga de la ecuación y que los ortodoxos judíos salgan también del Gobierno de Israel. Solución que requerirá, en nuestro mundo occidental, que determinada izquierda, aunque nos tenga acostumbrados —en especial en España— a comulgar con ruedas de molino, le dé un par de vueltas a la idea de alinearse sin fisuras con una teocracia en el siglo XXI.

Creada en 1979, la República Islámica de Irán solo ha tenido dos líderes supremos. Ruhollah Jomeini, su creador, desde el inicio hasta su muerte en 1989, y Alí Jamenei, desde entonces hasta la actualidad. El líder supremo debe formar parte del clero musulmán chií. Es elegido por la “asamblea de expertos”, cuyos miembros son elegidos democráticamente entre miembros del clero. Para ser candidato a la asamblea de expertos es necesario contar con la aprobación del Consejo de Guardianes de la Revolución, la mitad de cuyos miembros son a su vez nombrados por el líder supremo. Miembros ya electos de la asamblea de expertos requieren la aprobación adicional de líder supremo, quien puede rechazarlos o apartarlos de su puesto en cualquier momento. A lo que más se parece este sistema es al cónclave cardenalicio de la Iglesia católica.

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