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El fallo de la izquierda en Cataluña (y los que mandan de verdad)
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Esteban Hernández

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El fallo de la izquierda en Cataluña (y los que mandan de verdad)

El 1-0 está minando a la izquierda española. Es normal, porque ha perdido su eje natural, al no darse cuenta de los cambios estructurales y ha caído en el marco de su adversario

Foto: Oriol Junqueras y Pablo Iglesias, llegando por separado a la casa de Jaume Roures en Barcelona. (El Confidencial)
Oriol Junqueras y Pablo Iglesias, llegando por separado a la casa de Jaume Roures en Barcelona. (El Confidencial)

Cataluña se ha convertido en problema para la izquierda española. En un entorno tan polarizado, las posturas negociadoras que solían invocar tienen las de perder, al menos durante bastante tiempo. Esa parte de la sociedad catalana que quería mayores niveles de autogobierno pero no abandonar el Estado es ya mucho menor, y en España, ante el órdago independentista, se les percibe como tibios: su aceptación cae por ambos sitios.

La izquierda lo tiene peor ante el ruido de sables, sí, pero también porque ha movido sus piezas de una forma endeble, priorizando los discursos culturales en lugar de insistir en los materiales, lo que ahora les pasa factura. Era algo normal en el PSOE que hemos conocido hasta ahora, porque esa insistencia en el diálogo con el País Vasco o Cataluña era lo que les permitía aparecer como progresistas mientras instigaban desde el Gobierno políticas económicas de derechas, y también en Podemos, que llevó un paso más allá la idea de los socialistas y que cuenta con grupos como los anticapitalistas, que entienden queel legítimo derecho a votar puede acelerar el proceso destituyente del régimen y avanzar en una profundización democrática".

El escenario global

Sin embargo, el problema catalán, que existe y al que se le debe dar una solución, debería ser reconsiderado desde ese espectro ideológico: poco tiene que ver con el derecho de autodeterminación de los pueblos que decían defender.

En un escenario global en el que las diferencias territoriales e intranacionales han aumentado, la reacción más frecuente ha sido de la aumentar la fragmentación. Al igual que la escasez de empleo en los países occidentales no ha provocado una mayor unión entre trabajadores, sino un contexto en el que cada cual se ha buscado la vida como ha podido, con las naciones y las regiones ha ocurrido igual.

En este mundo fragmentado y complejo, cada territorio está calculando cuáles son sus mejores opciones para competir

Las dos principales tendencias que ha generado la globalización las conocemos bien. Por una parte, ha consolidado una élite transnacional, cosmopolita, que aboga por la libre circulación de flujos y unas fronteras más endebles, que se reúne en lugares cerrados, como el Foro de Davos, y cuyas ideas son recogidas por instituciones internacionales FMI y difundidas por The Economist, The New York Times o Financial Times. Esa es la corriente dominante, aquella con cuyas creencias concuerdan la gran mayoría de gobernantes occidentales, y especialmente la UE.

El repliegue

En segundo lugar, también ha provocado un repliegue hacia la religión y hacia las posturas integristas, especialmente (pero no solo) en aquellos países con menor nivel de vida y donde las desigualdades son mucho mayores, que han encontrado en los preceptos religiosos una manera de conservar la comunidad y de oponerse a un mundo descreído e infiel.

Somos modernos y globales, tenemos una buena situación geográfica y contamos con Barcelona; yendo solos conseguiríamos mucho más

Pero también ha generado algo más, y Cataluña tiene que ver con eso: en este mundo fragmentado y complejo, cada territorio está buscando su propio lugar. El actual gobierno de los EEUU cree que es mucho mejor finalizar las viejas alianzas, replegarse hacia el interior y negociar una nueva posición en el mundo. China o Rusia también poseen ese deseo de asentarse como potencias decisivas en el contexto global y están desarrollando sus propios planes. En esa recomposición geopolítica, hay territorios que piensan igualmente que rompiendo los lazos que les unen a otros Estados les irá mucho mejor. Así ha ocurrido con el Reino Unido, y así lo creen muchos ciudadanos de Francia, Grecia o Italia, para quienes la UE, en la actual forma de dominio alemán por el euro, les perjudica mucho más que les beneficia.

El nuevo mundo

Y lo mismo ocurre con Escocia o Cataluña, donde se ha instalado la creencia de que, en este escenario de dimensiones mundiales, tendrían muchas más opciones de crecimiento y un mayor bienestar material si concurrieran a la competición desligados del Reino Unido o de España. Esa es la idea de buena parte de la burguesía catalana, ratificada por sus economistas de cabecera: somos modernos, somos globales, tenemos ideas, una buena situación geográfica y un capital simbólico evidente gracias a una ciudad como Barcelona; yendo solos conseguiríamos mucho más. Esa creencia ha arraigado en buena parte de su población, y pesa tanto o más que las reivindicaciones culturales entre los partidarios de la independencia.

Apoyar una Cataluña independiente cuya política económica esté inspirada por Xavier Sala i Martín, puede ser bueno o malo, pero no de izquierdas

En fin, ni siquiera voy a entrar en si ese argumento es cierto, ni en la legitimidad para proponerlo, y tampoco en el 1-0. A cada cual le interesan sus cosas, y a mí me preocupan más las cuestiones estructurales que las coyunturales. Pero sí quiero dejar constancia de que esta reivindicación tiene muy poco que ver con las ideas izquierdistas típicas de apoyo a la autodeterminación. Hablamos de otro escenario, otros países y otras circunstancias.

El ruido

Desde la izquierda que no sea catalana e independentista, apoyar estas reivindicaciones lleva a una posición paradójica: es comprensible que las clases sociales nacionalistas con más recursos aspiren a convertirse en actores globales con más peso, pero no el resto de la sociedad. Apoyar una Cataluña independiente cuya política económica esté inspirada por Xavier Sala i Martín, puede ser bueno o malo, pero no de izquierdas.

Si las grandes potencias mundiales, como EEUU o la UE desearan que Cataluña fuera independiente, lo sería sin género de duda

Entendamos lo siguiente: si nos apartamos del ruido, de discusiones exageradas y de disputas legales, que el pueblo catalán quiera ser independiente o no es poco relevante, del mismo modo que lo es lo que piense el resto de España al respecto. Si las grandes potencias mundiales, caso de EEUU o la UE (y sin perder de vista Rusia y China), desearan que Cataluña fuera independiente, lo sería sin duda. La Europa postcomunista está llena de estos ejemplos. En ese caso, para integrarse en el nuevo contexto, Cataluña tendría que ser necesariamente muy liberal en lo económico, porque sería su única opción de supervivencia.

Modelo CUP

Si no fuera el caso, y no lo es, que los catalanes quieran ir por su cuenta es una aspiración legítima pero imposible (salvo que una mayoría absoluta de sus ciudadanos lo desearan y adoptasen un modelo local y autárquico, en la línea de las CUP, lo cual está lejos de la voluntad de la sociedad catalana).

Cataluña está dando la puntilla a Podemos precisamente por haber elegido mal su eje. Y el caso del partido de Iglesias es representativo

Pero estas son las consecuencias, no de haber apostado por el diálogo, sino de haberse supeditado a un marco que ya no es el suyo. Vivimos en momentos complicados en lo económico y las predicciones respecto de lo que viene no son nada halagüeñas, de modo que si hay algo urgente desde la izquierda es centrarse centrarse en lo material. Cataluña está dando la puntilla a Podemos precisamente por haber elegido mal su eje. Y el caso del partido de Iglesias es representativo.

Hillary Clinton muestra sus lágrimas y su rabia en su nuevo libro porque cree que Sanders le hizo perder las elecciones: las críticas que le lanzó en las primarias hicieron mella en su electorado potencial y abrieron el camino para que muchos estadounidenses la percibieran como una empleada de Wall Street. Pero eso es hacerse trampas: la vieron así porque había muchos elementos reales en lo que Sanders decía. Prefirió centrarse en lo que entendía seguro, no tocar las cuestiones materiales y hablar de las culturales, y Trump lo aprovechó, como es lógico. Clinton es un buen ejemplo de cómo en estos momentos en los que la desigualdad, es decir, la reestructuración social, se hace cada vez más profunda, apostar por el mismo marco en el que juega la derecha suele ser una mala apuesta.

La izquierda es acusada de blanda, y con razón; no porque su postura sobre el problema catalán sea mejor o peor, sino porque extrajo del discurso social todo aquello que le era propio

La izquierda española, con las cuestiones identitarias y con los nacionalismos de oposición, ha hecho algo similar. Se olvidó de lo material y como contrapartida ofreció una forma de relación: hablemos y entendámonos, lleguemos a acuerdos. No es una mala postura, incluso es necesaria, pero cuando no se quiere dialogar, como ocurre ahora, te quitan el suelo bajo los pies. Ahora es acusada de blanda, y con razón, y no porque su postura en el problema catalán sea mejor o peor, sino porque extrajo del discurso social todo aquello que le era propio. La política de las últimas décadas ha sido diferente, pero en este momento, tener una visión clara de quién es y de dónde se está, de qué se defiende y a quiénes, es imprescindible.

Cataluña se ha convertido en problema para la izquierda española. En un entorno tan polarizado, las posturas negociadoras que solían invocar tienen las de perder, al menos durante bastante tiempo. Esa parte de la sociedad catalana que quería mayores niveles de autogobierno pero no abandonar el Estado es ya mucho menor, y en España, ante el órdago independentista, se les percibe como tibios: su aceptación cae por ambos sitios.

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