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Los perdedores: sobre los fantasmas de la izquierda española
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Esteban Hernández

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Los perdedores: sobre los fantasmas de la izquierda española

Las ausencias en el discurso de las opciones progresistas españolas tienen un nombre, pero nadie se atreve a pronunciarlo. Y cuando alguien lo señala, lo demonizan

Foto: Íñigo Errejón y Alberto Garzón. (EFE)
Íñigo Errejón y Alberto Garzón. (EFE)

Vamos a tener que tomar decisiones estratégicas en España. Podemos centrarnos en la investidura, los pactos, Madrid Central, la sentencia del 'procés' y demás, los temas que recorren el plano principal de nuestra política, pero hay un flujo subterráneo al que debemos estar especialmente atentos, porque será ineludible que salga a la superficie.

La primera señal es la mutación del eje político habitual entre izquierda y derecha, que está cambiando, y de forma contundente, hacia el de nacionalismo/ globalismo. En Occidente es un hecho, y en España todavía no, pero no es en absoluto imposible; no se trata de una cuestión española, sino de un giro de sistema, y es previsible que esos debates terminen recogiéndose. Todo empezó con el Brexit y el triunfo de Trump, y con ellos la reescritura de las reglas de la globalización, la guerra comercial con China y el auge de la geopolítica. Hay que constatar algo paradójico en este giro, ya que se ha producido fundamentalmente en los países que han salido ganando con la globalización (ha sido una separación por arriba) y que goza de un fuerte apoyo electoral en los sectores sociales que han salido perdiendo con ella. Se ha producido una sustitución de la lucha de clases por la lucha entre naciones como elemento de protección y seguridad para las clases menos afortunadas, o al menos así ha sido en el plano discursivo. Ha ocurrido en otros momentos del capitalismo, y ahora vivimos una nueva expresión de ese movimiento.

Vamos perdiendo

Las fracturas que están configurando estas nuevas fuerzas sociales son tres: materiales, culturales y geográficas. Las clases medias y las trabajadoras europeas han salido perdiendo, pero también dentro de los Estados muchas regiones se alejan de la pujanza de las grandes ciudades, hay Estados que salen desfavorecidos en este reparto y también grandes potencias vencedoras. En lo que se refiere a Europa, los países del sur vamos perdiendo, y no hay más que ver los acuerdos y en cuanto a la recomposición de bloques, la UE es la potencia perdedora frente a EEUU y China. A partir de este conjunto de fracturas se están construyendo los polos políticos de nuestra época.

Los errejonistas han respondido enseguida y con ferocidad, porque creen que Podemos va a caer y ellos ocuparán su espacio

En España, de momento, las opciones soberanistas no están presentes. Derecha e izquierda son europeístas y globalistas, y ni siquiera Vox ha roto ese marco. Por eso la entrevista con Diego Fusaro ha generado tanto revuelo, y no sólo por ajustes personales de cuentas, ya que una posición de clase y nacionalista es vista como peligrosa. Los errejonistas han respondido enseguida y con ferocidad, porque creen que Podemos va a caer y ellos ocuparán su espacio, y defienden su futuro de manera estalinista, y Alberto Garzón publicó ayer un hilo en Twitter explicando su posición respecto a Fusaro y sus ideas, que también tiene algo de mensaje interno para IU y para Podemos.

Las fuerzas sociales

Garzón es consciente de que una política de clase y soberanista puede tener cierta aceptación entre sus filas y en parte de la izquierda, y exhibe una serie de argumentos para disuadir a los tentados. Pero, al hacerlo, subraya uno de los males, no ya de la izquierda, sino de las mismas democracias occidentales, como es su incapacidad para entender el momento político y las fuerzas sociales que están apareciendo.

La trampa de la diversidad consistía en negar la importancia de cualquier asunto material

Acusa Garzón a quienes ponen el acento en lo material, de tener “una visión dicotómica de lo cultural y económico. La clase vista únicamente como ‘hueco en la producción’. Hay obreros o no hay obreros. Y negada en su inherente diversidad, en la cultura que media toda relación social. Según esto, ser obrera va ‘antes’ que ser lesbiana”. Esta idea se ha abierto paso desde hace tiempo en Podemos y en buena parte del PCE, y no es extraño que la repita. Puede parecer curioso que regrese a estas alturas a la trampa de la diversidad, pero no lo es tanto: no es más que una manera de decir a quienes militan en la izquierda que si no se acogen estas posiciones, se cae en el izquierdismo nihilista, propio de ‘teenagers’ de la política, melancólicos y reaccionarios, como hace expresamente en el hilo.

La ausencia

Pero Garzón, Iglesias o Errejón, que en este sentido son lo mismo, olvidan un par de cosas. Una de ellas, bastante obvia, era que la trampa de la diversidad no consistía en negar la importancia de la diversidad, el feminismo o el ecologismo, sino en borrar del mapa cualquier asunto material. Esto es bastante fácil de entender, especialmente en nuestro país. El nivel de vida de las clases medias y de las trabajadoras lleva décadas cayendo. Las dificultades para encontrar trabajo o mantenerlo no son menores, los salarios se han bifurcado, con pocos empleos muy bien retribuidos, y muchos muy mal pagados, y con una estabilidad dudosa. Al mismo tiempo, los gastos indispensables, como la vivienda, la luz o el transporte han aumentado sustancialmente. En esas mismas décadas, se han producido avances sustanciales en cuanto a derechos de las mujeres, derechos LGTBI, una conciencia mucho mayor sobre los peligros del cambio climático y una extensión de derechos y prestaciones a los inmigrantes. Comparativamente hablando, se ha perdido en un terreno y se ha ganado en otro. Sin embargo, en ese mismo momento, la izquierda se ha negado a hablar de lo material, y sólo se refiere a ello en situaciones límite, como los desahucios, o las que afectan a muchos de sus dirigentes, como las dificultades laborales de los jóvenes o el precio del alquiler de la vivienda. Y esto es raro, porque medios como ‘The Economist’ o ‘Financial Times’ están alertando con bastante frecuencia acerca de los problemas que vive el capitalismo, pero la izquierda no.

Invirtamos la situación

Cualquiera puede entender que esta ausencia de lo material es significativa. Suelen tergiversarla (Daniel Bernabé sufrió esta operación hasta lo indecible) afirmando que esto significa negar la diversidad y que sólo piensan así los reaccionarios o los homófobos. Es fácil comprender que se pueden defender a la vez una clase de asuntos y otros, que no hay exclusión; que los derechos de las mujeres hayan mejorado notablemente, por ejemplo, no implica que con eso sea suficiente y que no haya que seguir avanzando. Pero se entiende mejor todavía si invertimos la situación: imaginemos que desde hace varias décadas el nivel de vida de la mayoría de la población hubiera aumentado y que la gran mayoría de los españoles tuviera más recursos, pero que los derechos de las mujeres y los gais hubieran sufrido un gran retroceso. ¿No parecería raro que la izquierda no mencionara esos temas y que cuando alguien señalara que las mujeres vivían peor le tildaran de reaccionario y lanzaran la alerta fascista? ¿No os parecería extraño? Es más, ¿no os parecería muy extraño? Pues esto es lo que está haciendo hoy la izquierda con los asuntos materiales.

El problema se extiende más allá de las cuitas de la izquierda. Los perdedores de la globalización existen y son muchos más que los obreros fabriles

También es comprensible, porque los dirigentes políticos de la izquierda saben que una opción combativa en lo material conlleva muchas más dificultades, que si esto se llama capitalismo es por algo, y que es mucho más fácil hacerse un hueco en el poder si se tocan asuntos que no van a resultar demasiado conflictivos. Por eso alguien como Fusaro puede sacarles los colores diciendo que han aceptado sin rechistar el totalitarismo del mercado y no pueden decirle que no.

Un retrato de los perdedores

El problema, no obstante, se extiende más allá de las cuitas de la izquierda posmo. Los perdedores de la globalización existen y, es cierto, no se pueden reducir al obrero de la fábrica. Son los taxistas y los conductores de Uber, los trabajadores del almacén de Amazon y los transportistas que deben adquirir un camión para trabajar por su cuenta, los obreros de la construcción en paro y quienes atienden un 'call center'. Pero también los autónomos, una mano de obra cada vez más abundante, que suelen ser trabajadores por cuenta ajena a los que se han trasladado los costes de su actividad, los jubilados que deben entregar parte de su pensión para ayudar a hijos o nietos, la masa de profesionales liberales precarios y mal pagados, desde periodistas hasta arquitectos pasando por profesores o abogados, muchos dueños de pequeños bares, los agricultores y ganaderos, o buena parte de los comerciales, entre otros. Vivimos en España, y aquí es difícil ingresar en el mercado laboral o regresar a él cuando se sale, y los asalariados cada vez se dividen más entre los pocos con empleos muy bien remunerados y una mayoría de ellos inestable y con sueldos que resultan poco adecuados para afrontar los gastos crecientes que suponen la vivienda, la energía, el transporte y otros bienes esenciales para la subsistencia.

Esta es la clase social dominante, la que es mayor en número, y políticamente tiene mucho que decir

Esta es la clase social dominante, la que es mayor en número, y políticamente tiene mucho que decir. Es cierto que las situaciones materialmente deficientes no generan de por sí una reacción, que hace falta una suerte de conciencia o de identidad, pero también lo es que proveen el suelo adecuado para que surja. En EEUU o el Reino Unido ya ha sucedido, en Francia también con Le Pen primero y los chalecos amarillos después, y en Italia el apoyo a 5 Stelle y a Salvini. Y España no ha estado exenta de esta reacción, aunque por un camino peculiar.

La lucha contra el rojo cultural, que desestructura la familia, desprecia nuestras costumbres y pretende romper España, ha sido todo el mensaje de Vox

El mensaje cultural que reciben estas clases es, de parte del lado liberal sistémico, que si les va mal es por su culpa, porque generan poco valor añadido y no han sabido adaptarse ni actualizarse, y desde el lado de la izquierda posmo sus quejas son vistas como las típicas de personas viejas, un poco machistas y racistas, producto de otra época. Y el desprecio hacia esta gente y sus costumbres, hacia quienes les gusta comer carne sanguinolenta, tomar cerveza, ir al fútbol o a los toros, se ha traducido en votos para Vox. El de Abascal era un partido irrelevante, destinado más a ejercer como tapón de la extrema derecha que a representarla, hasta que este malestar cultural comenzó a cuajar. Sus mensajes han jugado en el mismo plano cultural que el de Podemos y Errejón, desde el feminismo hasta el ecologismo, pero tomando sus elementos excesivos y subrayándolos como si fueran el todo. No había una oferta diferencial, se movía en el mismo espacio que el PP, sólo que con mayor intensidad. Su lucha contra el rojo cultural (que desestructura la familia, desprecia nuestras costumbres, nos cose a impuestos y pretende romper España) ha sido todo su mensaje. El problema para Vox es que como han jugado en el mismo terreno que Podemos, han obtenido un resultado parecido. Si hubieran tenido una apuesta más arriesgada, con mayor mensaje material dirigido a estas clases perdedoras, les habría ido mucho mejor, como ha sucedido en Francia o en Italia.

Pero siguen aquí

La extrema derecha no ha tenido recorrido, pero todo es cuestión de tiempo. Porque los perdedores de la globalización, o como se quiera denominar a esta nueva variable de clase, siguen estando ahí y su número aumentará en los próximos años. Ante esto, caben dos formas de actuar. Insultar a quien subraya que el problema existe o ponerle solución. Hasta ahora, la respuesta dominante ha sido la primera, tanto en el mundo liberal, que ha alertado de los enormes peligros del populismo, como en la izquierda, que avisa de la llegada del fascismo. Pero ambos han hecho lo mismo, poner el grito en el cielo y continuar con sus cosas. Insisto en que hay que buscar una solución. Aquí caben distintas apuestas políticas, pero cualquiera que no pase por abordar el problema de frente, y prefiera el folclore en lugar de poner soluciones materiales encima de la mesa, abrirá la puerta a la extrema derecha.

Vamos a tener que tomar decisiones estratégicas en España. Podemos centrarnos en la investidura, los pactos, Madrid Central, la sentencia del 'procés' y demás, los temas que recorren el plano principal de nuestra política, pero hay un flujo subterráneo al que debemos estar especialmente atentos, porque será ineludible que salga a la superficie.

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