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"No voy a ser presidente. Por ahora": quiénes han perdido con la investidura
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Esteban Hernández

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"No voy a ser presidente. Por ahora": quiénes han perdido con la investidura

El descarrilamiento que presenciamos en el Congreso tiene su precio. Especialmente para Iglesias, que ha salido muy dañado, pero hay otros perdedores

Foto: El secretario general de Podemos Pablo Iglesias, durante la segunda jornada del debate de investidura. (EFE)
El secretario general de Podemos Pablo Iglesias, durante la segunda jornada del debate de investidura. (EFE)

“Tiene razón, señor Iglesias, no seré presidente. Ahora”. Es una frase clave de la intervención de Sánchez en el Congreso, un dardo que no aludía tanto a la posibilidad de que sea investido en el futuro, como a una convicción de Iglesias que ha sido el telón de fondo de las negociaciones. El líder de UP estaba seguro de que lo que más deseaba Sánchez en esta vida era seguir en La Moncloa y que, por tanto, se le debía presionar porque acabaría cediendo. Desde la otra parte, este proceso de tensiones y mal rollo se asentó en una convicción similar: Iglesias necesitaba entrar en el gobierno para sobrevivir, UP necesitaba tocar poder, en parte por la fragilidad interna de su formación, y por tanto era posible presionarle, porque acabaría rindiéndose. El resultado de tanta seguridad en la debilidad del rival llevó al descarrilamiento.

La pregunta de fondo es quién ha salido perdiendo con todo este alboroto difícilmente comprensible. Y la primera respuesta es evidente, pero no por ella menos importante. Se suele insistir en que el ruido y el desacuerdo dificultarían la movilización de los votantes afines a PSOE y UP en unas hipotéticas elecciones, pero es más relevante la enorme desconfianza social que estas actitudes generan en la ciudadanía, añadiendo otra decepción a las muchas que la política suele generar. Puede parecer un asunto menor, pero es todo lo contrario, porque los nuevos movimientos políticos, especialmente los de la extrema derecha, se apoyan por completo en la antipolítica, en la sensación de que los regímenes existentes no funcionan, de que los políticos miran solo por su interés y que, por tanto, estaríamos mejor sin ellos. La percepción social de la investidura es que todo consistía en una lucha desnuda por el poder, y esto hace mucho daño. Quienes se escandalizan con la llegada al poder de Boris Johnson, Bolsonaro, Salvini o Trump harían bien en comprender que este es el punto de partida.

Aun cuando afecte a cada uno de los partidos en distinto grado, este espectáculo va a cobrarse un precio alto. Rufián lo explicó con mucha sensatez

En segunda instancia, las fuerzas de izquierda también han salido perdiendo. Aun cuando afecte a cada uno de los partidos en distinto grado, este espectáculo se cobra un precio. Esto quedaba bien explicado en el discurso de Rufián, el mejor de la investidura. Fue el más responsable y el que mejor comprendió la situación, al reprochar los errores a ambas partes e instigarles a llegar a una solución. Aitor Esteban reforzó esa lectura cuando subrayó que el PSOE había retrasado las conversaciones para sacar ventaja, y que en lugar de negociar ambas dedicaron sus fuerzas a señalar al otro como responsable del fracaso.

“¿Habrá septiembre?”

Tampoco quedan muchas esperanzas respecto a la posibilidad de acuerdo dentro de un par de meses. En esto Rufián fue bastante explícito. Por cierto, había que ver la cara de Iglesias mientras el portavoz de ERC les reconvenía, cargado de razón, a él y a Sánchez: la cabeza gacha, escondiendo la mirada, como no queriendo escuchar todo aquello que se le decía desde la tribuna. Rufián realizó una advertencia que habría que escuchar cuando afirmó “¿habrá septiembre? ¿Lo podremos hacer en septiembre?”. Para ese mes se esperan las sentencias del 'procés', lo que hará muy complicado que se repita su abstención.

La intervención de Lastra ha demostrado que el PSOE se siente traicionado y que la intención última era acabar con Iglesias

Sobre todo, no quedan demasiadas esperanzas respecto de un acuerdo tras la intervención de Lastra, que ha roto todos los puentes, y que ha demostrado que el PSOE se siente traicionado y que ya no existe ninguna confianza respecto de Podemos. Algo profundo se ha quebrado, y eso es muy complicado de arreglar con negociaciones sobre reparto de puestos. Sabemos cómo es la política, y quienes hoy se odian profundamente mañana pueden estar dándose abrazos, pero es muy, muy difícil gobernar con alguien a quien no aguantas, e Iglesias y el PSOE ya no pueden estar juntos.

La cabeza de Iglesias

Por eso, el tercer perdedor, y el que va a pagar el mayor precio es Iglesias. UP podía haber hecho muchas cosas. Para empezar, planteó las elecciones como un satélite del PSOE, subrayando que si Rajoy había salido del Gobierno era gracias a ellos y que ahora tocaba enfrentarse a un nuevo desafío, parar a la extrema derecha, y la única forma de hacerlo era gobernar con los socialistas. Ese punto de partida obliga a pactar una vez que el objetivo se ha conseguido, porque otra actitud no resulta comprensible. En esa tesitura, contaba con varias opciones: podía haber investido a Sánchez y pasar a la oposición; podía haber optado por un acuerdo programático sin entrar en el Gobierno; podía haber cogido los ministerios y la vicepresidencia que le ofrecían y, como dijo Rufián, asegurarse cuatro años de supervivencia y ya veríamos en las próximas elecciones. Ha optado por lo peor, y el precio lo va a pagar él. El PSOE ha ido a cobrarse su cabeza y lo ha conseguido.

Para mucha gente, incluso para parte de los suyos, Iglesias ha sido el responsable del fracaso, y eso no se borra con un buen relato en las redes

Simplemente, Iglesias no ha sido consciente de que él estaba en una situación de mayor necesidad, por su debilidad interna y porque era quien peores armas tenía: menos diputados, menos poder institucional, menos presencia y más hostil en los medios, menos experiencia en esta clase de negociaciones y menos simpatía pública. Es verdad que contaba con Twitter, pero nada más. Iglesias ha quedado muy tocado hoy, también ante los suyos. Aitor Esteban recordaba que había existido un amago de ruptura con IU, pero no es solo eso: quienes esperaban un cargo pueden quedarse sin él, algunos socios están dudando de su capacidad para dirigir el proceso y muchos simpatizantes entienden, con o sin razón, que Iglesias ha sido el principal responsable del fracaso de la investidura. Eso no se borra con un relato en las redes.

Pero tampoco deberíamos enredarnos demasiado en estas cuestiones. El pulso que hemos presenciado, que se agota en el reparto de cargos, en un nuevo reparto de poder, con UP sin apenas margen de acción, y en algún cadáver político, produce mucha indignación. España sigue esperando, y tenemos la sensación de que nuestros problemas van a seguir estando ahí durante mucho tiempo y de que la política cada vez ayuda menos a solucionarlos. Una lección que no terminan de aprender las formaciones políticas nacionales, que están haciendo todo lo posible por echarse a la gente encima.

“Tiene razón, señor Iglesias, no seré presidente. Ahora”. Es una frase clave de la intervención de Sánchez en el Congreso, un dardo que no aludía tanto a la posibilidad de que sea investido en el futuro, como a una convicción de Iglesias que ha sido el telón de fondo de las negociaciones. El líder de UP estaba seguro de que lo que más deseaba Sánchez en esta vida era seguir en La Moncloa y que, por tanto, se le debía presionar porque acabaría cediendo. Desde la otra parte, este proceso de tensiones y mal rollo se asentó en una convicción similar: Iglesias necesitaba entrar en el gobierno para sobrevivir, UP necesitaba tocar poder, en parte por la fragilidad interna de su formación, y por tanto era posible presionarle, porque acabaría rindiéndose. El resultado de tanta seguridad en la debilidad del rival llevó al descarrilamiento.

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