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Por qué suben los precios: el papel que juega lo verde en la nueva Guerra Fría
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Esteban Hernández

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Por qué suben los precios: el papel que juega lo verde en la nueva Guerra Fría

Las energías renovables van a ser el futuro, pero también forman parte de la recomposición geoestratégica de las relaciones internacionales: son mucho más que molinos de viento

Foto: Reunión del G-7 en Cornwall. (EFE)
Reunión del G-7 en Cornwall. (EFE)
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Los grandes temores de una época nos dicen mucho sobre ella, sobre su mentalidad, su visión del mundo y sus objetivos. Desde la mitad del siglo XX, el posible horizonte catastrófico para la humanidad portaba el signo de lo nuclear. Había dos grandes potencias enfrentadas, el poder destructor del armamento era inmenso, y tanto una confrontación bélica, a veces amagada, como los accidentes en alguna central, podían causar un mal de enorme magnitud e irreversible.

En nuestro tiempo, ese temor parece haberse disuelto, o al menos no aparece como prioritario, y ha sido sustituido por el cambio climático, la gran amenaza que nos acecha. Sus perturbadores efectos a medio y largo plazo conforman un horizonte distópico que obliga a una acción inmediata y contundente.

En el siglo XX, la catástrofe podía venir por la guerra, ahora por la prosperidad; antes el problema era la ideología, ahora lo es el exceso

El cambio de perspectiva es notable. El primer gran temor tenía como remedio el desarme nuclear, la reducción de las tensiones entre los contendientes y el paulatino abandono de la energía nuclear por otras menos peligrosas. El segundo aboca al 'desarme' del carbono, a utilizar otra clase de combustibles, a apostar sin remedio por las renovables. Esa transformación en la mentalidad social refleja bien la evolución de las sociedades: a mediados del siglo XX, la catástrofe podía venir por la guerra, ahora es un problema de tiempos de paz; antes lo era de la ideología y del enconamiento, ahora lo es del exceso. La prosperidad está produciendo demasiado consumo de energía y demasiados daños al planeta en un contexto de población mundial creciente.

Sin embargo, y más que los marcos se transformen, lo que no cambia en absoluto es el entorno en el que ese riesgo se despliega, que es el de la competición entre grandes naciones. En aquella época eran EEUU y la URSS, en esta EEUU y China. Hay grandes diferencias entre una confrontación y otra, ya que el peso de la Unión Soviética en la economía mundial era menor, y sobretodo, estaba mucho menos imbricada con Occidente de lo que lo está la economía China. Si el esfuerzo bélico y la inversión en armamento, así como la investigación en esa área, eran cruciales a mediados del siglo XX, ahora las armas principales son otras. Ahí es donde entra lo ecológico, el giro verde, porque afecta a uno de los aspectos esenciales de la sociedad, que lo es también de la economía: la energía. Como señala Thomas Gomart, director del IFRI (Institut Français des Relations Internationales), en su libro 'L’affolement du monde': "El antagonismo soviético-estadounidense ha sido sucedido por una rivalidad chino-estadounidense de una naturaleza completamente diferente. El enredo de sus economías extractivas alimenta el calentamiento global. Estados Unidos y China están convirtiendo la globalización en un campo de batalla geoeconómico y de ecosistemas".

1. La pelea por la supremacía

El gran cambio en el orden mundial ha sido causado por la fracturación hidráulica, conocida como 'fracking', una técnica de extracción de petróleo y gas del subsuelo, que perdió ese nombre por sus connotaciones peyorativas. Últimamente, las referencias a él son las de petróleo y gas de esquisto. Pero más allá de una nueva técnica , el 'fracking' trajo muchas cosas consigo. La gran revolución del esquisto no fue otra que convertir a EEUU en uno de lo países productores de petróleo y gas más importantes del mundo. No solo alcanzó la independencia energética, sino que se convirtió en exportador. Lo que significaba muchas cosas, entre ellas un nuevo tipo de relaciones internacionales. EEUU era autosuficiente y ya no tenía necesidad del petróleo de Oriente Medio, lo que le permitía asentar su primacía de forma inequívoca. De ahí el giro contra el multilateralismo, la distancia con la UE, la oposición insistente con China. Y de ahí la llegada de Trump y sus decisiones: se salió del Acuerdo de París, calificó la ciencia climática como una "estafa china", apoyó a la energía fósil y la nuclear y entorpeció todo lo posible a las energías renovables.

Si Estados Unidos logró la supremacía en el siglo XX gracias al petróleo, China debe conseguirla en el XXI controlando la energía eléctrica

Mientras tanto, China apostó decididamente por las nuevas energías. Como señala Gomart, en su libro más reciente, 'Guerres invisibles', el razonamiento de Pekín fue el siguiente: "si Reino Unido estableció su supremacía durante el siglo XIX dominando el carbón, y Estados Unidos logró la suya en el siglo XX gracias al petróleo, China debe conseguirla en el siglo XXI controlando la energía eléctrica, es decir, apostando por la energía renovable y por la nuclear".

China dio un salto enorme en ese sentido. Como señala Daniel Yergin en 'The new map', el gobierno de Pekín dio impulso al sector, que fue rápidamente recogido por sus empresas. Al apoyo en cesión de terrenos, préstamos con tasas de interés muy bajas y subsidios, se le sumó el impulso de la energía solar en Alemania, España e Italia, lo que supuso un gran auge. Y cuando la exportación se detuvo, los esfuerzos se invirtieron en el interior del país. De modo que "China produce ahora casi el 70% de los paneles solares del mundo y, si se suman las empresas chinas que fabrican en otros países, la participación total llega a casi el 80%. China fabrica el 70% de las células solares fotovoltaicas, que son el corazón de los paneles. Ha alcanzado el objetivo "Hecho en China 2025" de tener un papel dominante en las nuevas industrias de este siglo". Y todo ello gracias a una abrumadora ventaja competitiva que surge de muchos factores: "El apoyo del gobierno y la escala barata (fábricas mucho más grandes); las reducciones en los precios del polisilicio; saber centrarse en los costos; la proximidad a las cadenas de suministro; la estandarización de productos; y las continuas mejoras tecnológicas".

Pekín cuenta, además, con materiales básicos para las energías renovables. De la lista de 23 minerales esenciales para las energías renovables que la IRENA (International Renewable Energy Agency) ha compilado, China es el mayor productor mundial de 14 de ellos y domina especialmente las cadenas de valor de la mayoría de tierras raras.

Y, junto con todo ello, China ha realizado la primera prueba de su reactor de fusión nuclear, denominado 'Sol artificial'. La fusión nuclear es una tecnología que puede producir enormes cantidades de energía limpia generando muy pocos residuos, y supondría un gran salto, si funciona correctamente y con costes que no sean muy elevados, en el terreno de la supremacía energética.

3. A por China

En este contexto, la llegada al poder de Biden supone un gran cambio. Hay varias prioridades en su política internacional, y todas ellas están relacionadas con la guerra contra China. La primera medida que tomó fue la de regresar al Acuerdo de París, y ha impulsado algunas acciones multilaterales, como el impuesto mínimo a las empresas. Intenta aprobar, además, unos planes de recuperación para su país de gran magnitud, dedicados a generar empleos, tanto en infraestructuras como en el desarrollo verde.

Biden ha entendido que el dominio energético de su país le es útil ahora, pero puede ser poco relevante en los próximos años, y ha decidido competir con China en el terreno que más desarrollada está. Su país tiene el petróleo y el gas, pero necesita no quedarse apartado de las próximas revoluciones, la digital, en la que llevan ventaja, y en la energética, en la que están por detrás de China. La nueva pelea por la hegemonía mundial se desarrolla en varios frentes, y el ecológico es muy importante.

China ha reemplazado a EEUU como principal importador de crudo y actúa ahora como garante de la estabilidad en Oriente Medio

Pero esto supone también una gran reconversión, ya que los cambios en la energía requieren de grandes inversiones para poder llevarlos a cabo, y Occidente está acelerando para no perder la carrera con China. Del mismo modo que en la época de la Guerra Fría tuvo lugar en el terreno espacial y en el militar, la innovación va a ser crucial en este tiempo, no solo por las nuevas formas de energía que se desarrollen, sino por la velocidad con la que se implementen, por la eficiencia que logren y por las ventajas que aparejarán. Además, este desarrollo en las energías renovables irá muy ligado a lo digital, cuyas innovaciones serán cruciales para estos procesos en lo que se refiere a la organización, el control y la seguridad.

La era del fin del petróleo está ya en la mente de muchos gobernantes, y algunos países, como Qatar, Kuwait o Noruega, han aprovechado los recursos que las viejas energías les procuran para construir un nuevo tipo de influencia mundial a partir de elementos que no sean el petróleo. Los cambios en Arabia Saudí tienen que ver también con este giro, en aprovechar las cantidades de capital que poseen, de modo que los ingresos del país disminuyan su dependencia de los pozos. Y es significativo, en la medida en que la alianza entre EEUU y Arabia Saudí asentó el orden internacional durante muchos años. Pero, al mismo tiempo, gracias a sus necesidades de crudo, como explica Isidoro Tapia, "China ha reemplazado a EEUU como principal importador de crudo en Rusia y en la mayoría de países de Oriente Medio; China actúa ahora como garante de la estabilidad en Oriente Medio".

Esa misma capacidad de movilización de capital tiene que realizarse en Occidente, y el ámbito financiero se está moviendo en esa dirección. Como señala Yergin: "la Junta de Estabilidad Financiera, cuyos miembros son los bancos centrales, se centró en la 'divulgación financiera relacionada con el clima'" que requiere que las empresas muestren que sus inversiones y estrategias se alinean con los objetivos verdes establecidos en el Acuerdo de París de 2015. Y el papel de los fondos de gestión pasiva, como BlackRock, es importantísimo en ese sentido, porque está empujando a las empresas en las que participa a adoptar criterios ASG, y que actores con su relevancia vayan en esa dirección transforma los objetivos de un gran número de empresas.

4. Las élites del petróleo contra las eléctricas

El mundo pospetróleo está aquí ya, y no es una transición fácil. Entre otros motivos, porque causa contradicciones entre las élites del petróleo y del gas; y, de otra, las de la electricidad y las renovables, y ambas apoyan opciones políticas muy diferentes, en un contexto de polarización y de profundas diferencias identitarias.

También generará contradicciones entre países aliados, en la medida en que supondrá una salida dispar. El nuevo orden traerá ganadores y perdedores en términos territoriales, romperá y creará alianzas, y en el interior de Europa veremos brechas también en la medida en que habrá quienes opten por decididas alianzas con Estados Unidos y quienes vean con buenos ojos mantener relaciones también con China. La reciente discusión sobre el NordStream 2 es uno de esos asuntos en los que se percibe cómo hay partes de Alemania claramente decididas a llevar adelante el proyecto, ya que les resultaba conveniente, en términos de precios y de abastecimiento, y otras que preferían no seguir con él para alejarse de Rusia.

La guerra fría está lanzada y las energías verdes forman parte de ella; la cuestión de fondo es quién va a pagar la reconversión

Pero sobre todo causará contradicciones económicas en el interior de Occidente. La Unión Europa ha decidido enfocarse en los sectores verde y digital de una manera decidida y EEUU quiere reconstruir la hegemonía perdida en ese terreno, o al menos frenar a China, y para ello necesita grandes inversiones en capital. La cuestión de fondo, por tanto, no es si se va a hacer la reconstrucción desde el lado ecológico, sino quién la va a pagar, dado que esas inversiones van a generar deuda. Se han utilizado términos como 'Green Deal' o 'Green New Deal', pero lo cierto es que, hasta la fecha, las señales sobre quién soportará ese impulso son más preocupantes que tranquilizadoras.

Un ejemplo nacional lo encontramos en las objeciones que Industria formuló al plan de la ministra Ribera: el equipo técnico de Reyes Maroto lanzó duras críticas al proyecto de ley por el que se crea un Fondo Nacional para la Sostenibilidad del Sistema Eléctrico (FNSSE). Sus objeciones se centran en la falta de neutralidad energética, un término que designa la prioridad del consumo eléctrico por encima de otro tipo de energías, y en la realización de esa reforma mediante el incremento de las tarifas para los consumidores, también los industriales, en lugar de mediante impuestos. El informe de Industria asegura que, de la segunda manera, "se podría modular la contribución de los distintos sectores, así como la posible exención para consumidores electrointensivos y grandes consumidores de gas natural industriales, evitando el establecimiento de complicados sistemas de compensación de costes indirectos". La industria española, como la europea, está preocupada por la reducción de su competitividad a la que llevará el aumento de precios, dado que se trata de un sector con un componente exportador elevado. Solo que la solución que apuntan no deja de ser llamativa: dado que ese incremento tarifario por el consumo de gas supondrá un aumento de costes a las industrias que las hará menos competitivas, piden un impuesto del que queden exentas.

Alemania está invirtiendo 40.000 millones de euros para la transición energética, más del doble que lo invertido para el conjunto de la UE

Por resituar la cuestión en su justo contexto, y por entender las complicaciones a las que puede conducir, hay que subrayar que este no es un problema español, sino europeo, porque es una discusión que alcanza a todo el continente. La reconversión energética exige la inversión de grandes cantidades, y hay que sacarlas de algún sitio. La Comisión va a proponer el próximo mes una serie de medidas y de políticas cuyo objetivo es reducir las emisiones que provocan el calentamiento del planeta, entre ellas los impuestos al combustible y la calefacción. Para paliar estas fricciones, la UE ha adoptado un Fondo de Transición Justa por valor de 17.500 millones de euros. Pero, como de costumbre, este fondo está dirigido a sectores muy concretos, y en una cuantía escasa, lo que no evitará que el coste de la vida se encarezca para la mayoría de los ciudadanos. Y ello al margen de las disparidades territoriales: Alemania está invirtiendo 40.000 millones de euros para ese proceso de transición energética, más del doble que lo invertido para el conjunto de la UE, lo que provocará que las disparidades ya existentes se agraven con la transición verde.

De modo que regresamos a los viejos modelos, a las recetas habituales de nuestros dirigentes económicos. La crisis ha sido un paréntesis, a partir del cual se están desplegando los planes previos. Pero el coronavirus ha añadido más dolor a unas poblaciones ya dañadas, y el intento de obtener más recursos de las poblaciones occidentales con la justificación de la reconversión energética va a generar muchas tensiones.

5. Keynes para la guerra, neoliberalismo para la paz

La cuestión no son los problemas de fondo, sino los medios. A menudo, las discusiones que se centran en la justificación de las acciones: hemos de ganar la guerra contra China porque se trata de un régimen autoritario que vigila a sus nacionales, es una sociedad del control que se ve acentuada por las nuevas posibilidades tecnológicas, y el tecnoautoritarismo es su presente y su futuro. Del mismo modo, se afirma que la lucha contra las energías fósiles es una guerra que hay que ganar porque está en juego la vida de las generaciones futuras y no podemos seguir anclados en un sistema que deteriora el medioambiente con consecuencias muy graves. Ambos objetivos, que encuentran resistencias, son ampliamente compartidos en Occidente: porcentualmente hay pocos partidarios de adoptar un régimen como el chino y pocos negacionistas climáticos. Sin embargo, el modo de conseguir esos objetivos sí que puede generar una hostilidad creciente. En un sentido, porque puede provocar un aumento notable, si no de los simpatizantes del régimen chino, sí de las alianzas con él, y lo estamos viendo ya en Oriente Medio y en algunos países europeos. En el otro, porque si las poblaciones occidentales perciben que la factura la van a pagar ellas, como de costumbre, se puede generar mucho malestar, lo que los llevará a ver con hostilidad la misma idea de la descarbonización. Quizá no crezca el negacionismo, pero sí el nihilismo climático. Si el ciudadano entiende que esto del pacto verde supone que los ricos van a vivir mejor, mientras él tendrá que hacer toda clase de esfuerzos, cada vez mayores, para llegar a final de mes, le dará igual el futuro del planeta. Si el futuro es negro, que lo arreglen quienes lo tienen, a él que lo dejen en paz.

En ese escenario, vamos a presenciar cómo las brechas se hacen más profundas, entre países y entre clases. Si la reconversión energética no va acompañada de la creación de puestos de trabajo que sería necesaria para que el incremento de la vida no genere descontento, no funcionará. Por el contrario, si aumenta el empleo sustancialmente, así como los salarios, y el consumo funciona, los nuevos impuestos no provocarán desestabilizaciones sustanciales. En Europa, tiene todo el aspecto de que las cosas vayan por el mal camino. En aquellos países que cuentan con un Estado más fuerte, como EEUU, con las inversiones masivas que realizará si Biden lleva sus planes adelante en la proporción anunciada, la estabilización puede ser un hecho. Si no, el horizonte para el regreso de la derecha trumpista, la ligada al petróleo, quedará despejado. En Alemania, es probable que las cosas vayan bien, porque ha metido grandes cantidades de dinero en su economía. Pero en otros muchos países europeos, empezando por Francia o España, las cosas se van a oscurecer si se trazan los objetivos obviando las perturbaciones que causan los medios que se utilizan.

Es una muy mala solución. Cabe recordar al respecto una lección de la guerra fría: en última instancia, el frente interior fue el decisivo

Quizá el problema pueda resumirse de una manera sencilla: la actual guerra fría ha tomado el sector verde y el digital como prioridades en su lucha contra China, y son ámbitos que ocuparán el mismo papel que el militar en el enfrentamiento con la URSS: son sectores en los que hay que invertir decididamente, porque en ellos se decidirá buena parte de la contienda. El problema es que se está haciendo en términos de Reagan: neoliberalismo para la economía cotidiana y gasto masivo en los sectores que se entienden estratégicos. Keynesianismo para la guerra, no para la población.

Si esta es la solución, es una muy mala solución. Cabe recordar al respecto una lección de la guerra fría precedente: en última instancia, el frente interior fue el decisivo. Y si este es débil, no está cohesionado y queda pauperizado, se perderá la confrontación. Y si recurrimos a las enseñanzas de la Historia, cada vez que un imperio ha vivido importantes tensiones interiores, y se ha visto cercenado en su intento de expansión, la guerra se ha hecho mucho más probable.

Los grandes temores de una época nos dicen mucho sobre ella, sobre su mentalidad, su visión del mundo y sus objetivos. Desde la mitad del siglo XX, el posible horizonte catastrófico para la humanidad portaba el signo de lo nuclear. Había dos grandes potencias enfrentadas, el poder destructor del armamento era inmenso, y tanto una confrontación bélica, a veces amagada, como los accidentes en alguna central, podían causar un mal de enorme magnitud e irreversible.

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