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El último parte del 'procés'
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Aurora Nacarino-Brabo

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El último parte del 'procés'

En una analogía grotesca, cuya explicación no puede más que ser competencia del psicoanálisis, Bolaños afirmó esta semana que "el proceso soberanista ha terminado"

Foto: Una estelada en una manifestación en Barcelona. (Reuters/Albert Gea)
Una estelada en una manifestación en Barcelona. (Reuters/Albert Gea)
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Todo el mundo conoce el último parte de guerra del general golpista Franco, en adelante dictador, pronunciado el 1 de abril de 1939: "En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado".

En una analogía grotesca, cuya explicación no puede más que ser competencia del psicoanálisis, el ministro Bolaños afirmó esta semana que "el proceso soberanista ha terminado". Lo hizo con una solemnidad extemporánea que nos devuelve a Talleyrand: todo lo exagerado es insignificante. Y también ridículo.

Foto: Siete de los dirigentes independentistas cuando estuvieron presos en la cárcel de Lledoners (Barcelona) en 2018. De izquierda a derecha, Jordi Sànchez, Oriol Junqueras, Jordi Turull, Joaquim Forn, Jordi Cuixart, Josep Rull y Raül Romeva. (EFE)

Las declaraciones han sentado mal a sus socios de ERC, que se han apresurado a anunciar que se manifestarán por la autodeterminación con ocasión de la próxima cumbre hispanofrancesa. No hay nada raro: hace ya bastantes años que en esta España de Schrödinger se puede ser poder y contrapoder a un tiempo, y si no lo creen piensen en los diputados de Podemos rodeando el Congreso, que en su caso es tanto como rodearse uno mismo: un prodigio.

Pero a ERC no cabe aplicarle aquello de Alcalá Zamora a Cambó ―que no se puede ser a la vez el Bolívar de Cataluña y el Bismarck de España―, porque no hay vulneración del principio de no contradicción. En Madrid y en Barcelona, los republicanos trabajan por la misma causa, que no han enmascarado nunca: la secesión. Acaso se podrá decir que hacen entrismo.

Los independentistas aseguran que la situación en Cataluña dista de estar "normalizada". Se equivocan, porque sucede que la normalidad se establece en un marco de referencia. Decimos que no es normal lo que se desvía de la media, y en ese sentido la cuestión catalana ha sido, desde luego, una anomalía tradicional de la política española. Si ha dejado de serlo, ahora es solo porque el Gobierno ha decidido resolver el problema territorial por elevación: si convertimos toda la política nacional a la no-normalidad, razonan, entonces la situación catalana parecerá normalizada. Es una genialidad. Es también la otra razón por la que Pedro Sánchez el Exhumador pasará a la historia: por protagonizar el período de la democracia en el que la excepcionalidad política e institucional fue la norma.

El equivalente político al remedio de la inmersión en lejía es este "proceso español" que convierte la parte ―Cataluña― en el todo

La estrategia me recuerda a aquella que adopté yo con una camisa que tuve y que me gustaba mucho. Era rosa. Un día me salpicó cloro y me quedó una mancha blanca, con forma de cara de Bélmez, justo debajo del escote. Pero yo me negué a aceptar su ruina y resolví sumergir toda la prenda en lejía para igualar: la camisa fue ya toda mancha. Al poco tiempo tuve que tirarla igualmente, porque la acción corrosiva del líquido había deteriorado el tejido. Y, además, ya no molaba tanto como cuando era rosa.

El equivalente político al remedio de la inmersión en lejía es este "proceso español" que convierte la parte ―Cataluña― en el todo. Así, lo que encierra la catalanización de la política nacional es un caso de no tan increíble soberanía menguante: el presidente no gobierna para el conjunto de los españoles, sino para la mitad ―siendo groseros― de los catalanes. La necesidad de Sánchez es doble: por un lado, renovar los apoyos imprescindibles para otra investidura pasa obligatoriamente por satisfacer las demandas del nacionalismo; por el otro, después de los descalabros madrileño y andaluz, la supervivencia del PSOE exige un resultado electoral notable en Cataluña.

Foto: Carles Puigdemont. (Reuters/Guglielmo Mangiapane)

La jibarización de la soberanía cursa, claro, con pérdida de masa encefálica nacional, pero no cabe decir que el estado de degradación institucional que padecemos no fuera previsible. Si ERC quiere la independencia de Cataluña y la independencia de Cataluña es contraria a los intereses de España, entonces era fácil anticipar que gobernar con ERC sería malo para los intereses de España. Pero este ha demostrado ser un Gobierno a prueba de silogismos, en rebeldía contra la lógica aristotélica.

Alcanzados sus últimos objetivos políticos, esto es, consumada la reforma de la malversación y la derogación de la sedición, y alineado el Tribunal Constitucional con la mayoría de gobierno, el ministro de la Presidencia ha leído el último parte del procés. Pero no porque, como sostiene Bolaños, el proceso soberanista haya terminado, sino porque las conductas criminales de los independentistas han sido al fin normalizadas, primero políticamente, ahora jurídicamente. La desaparición o la atenuación de los tipos penales que permitían su persecución judicial han hecho que los delitos que pusieron en jaque el orden constitucional se hayan extinguido como dinosaurios no avianos. Así, el procés no ha terminado: es que nunca tuvo lugar ni podrá tenerlo.

La sedición también fue una ensoñación.

Todo el mundo conoce el último parte de guerra del general golpista Franco, en adelante dictador, pronunciado el 1 de abril de 1939: "En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado".

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