Segundo Párrafo
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Por qué el lío en Cataluña no se arregla con más empatía
Varios expertos en comportamiento humano advierten de que conviene tener cuidado con la empatía al resolver conflictos. Aunque tenga buena prensa es un arma emocional de doble filo
El president Quim Torra ya no pide ‘seny’ a los catalanes. Lo que reclama es más empatía con los manifestantes. Es la palabra de moda para el apaciguamiento. También se la ha pedido al resto de los españoles Pablo Iglesias, que la mañana siguiente a que ardieran decenas de coches en las calles de Barcelona en los disturbios de las protestas independentistas, decía en una entrevista en Antena 3 que en Cataluña hay "un problema político que se tiene que afrontar con empatía”. Igual que la alcaldesa Ada Colau, que le reclamaba al presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, un esfuerzo de "de humanidad y de empatía", nada más conocerse la sentencia condenatoria del juicio del procés. Últimamente, algunos políticos creen que la clave para ayudar a superar la crisis catalana es la empatía. Varios expertos en comportamiento humano, sin embargo, advierten de que conviene tener cuidado con invocarla en la resolución de conflictos. Aunque tenga buena prensa, la empatía es un arma emocional de doble filo que puede empeorar más las cosas. Sobre todo, si como últimamente hacen los políticos, solo se pide para justificar el discurso propio y nunca el de sus rivales.
En teoría, la empatía es eso que hace que las personas se ayuden entre sí porque ayuda a ponerse en el lugar del otro y racionalizar sus sentimientos. ¿Qué podría haber de malo en ello? Siempre se ha entendido como un bálsamo social. Sin embargo, Fritz Breithaupt, profesor de la Universidad de Indiana y experto en Ciencias Cognitivas, explica en su último libro cómo un exceso de empatía puede agravar las brechas entre dos facciones en vez de unirlas. Sobre todo en situaciones muy polarizadas, porque es entonces cuando la gente solo es capaz de sentirla, y reclamarla, para su bando. En su ensayo de ‘The dark sides of empathy’ (El lado oscuro de la empatía), Breithaupt critica esa visión idealizada de la empatía, que florece en los años 60, retratada como un pensamiento mágico cuya mera presencia solucionaría conflictos, calmaría la violencia y, por qué no, llevaría a la paz mundial.
La empatía tiene un lado oscuro porque paradójicamente puede servir para “alimentar conflictos y aumentar la división entre la gente”, opina Breithaupt en su ensayo (originalmente publicado en alemán y recientemente traducido al inglés), ya que “puede ayudar a solidificar y profundizar la simplificación de tomar partido por uno u otro lado”. Y cuanto más polarizada está una situación, como puede ser la división de la sociedad catalana entre independentistas y los que no lo son, más difícil se va haciendo empatizar con aquel que se considera el enemigo. Pero eso no quiere decir que la empatía esté ausente cuando un conflicto empeora. La gente sigue siendo empática, pero solo hacia los que piensan y sienten sus mismas frustraciones. Así que más que para hacer las paces, empatizar se convierte en la argamasa de un refugio emocional que simplifica en exceso las posturas y excluye las razones ajenas.
Enseñar empatía en Irlanda del Norte
“Los conflictos étnicos, políticos y religiosos pueden surgir y escalar por la empatía hacia las víctimas de la opresión o la injusticia, sea esta real o imaginada”, incide Breithaupt. El caso más extremo que analiza el libro es el del terrorismo. No es que los terroristas carezcan de empatía. Es que sienten demasiada y solo hacia aquellos en cuyo nombre ejercen la violencia.
En otra investigación sobre los mecanismos de la radicalización política, Clarck McCauley y Sophia Moskalenko describen así las fases típicas de la radicalización de aquellos que llegan a justificar la violencia para fines políticos:
- Somos un grupo especial o elegido (superioridad)
- Que ha sido tratado injustamente y traicionado (injusticia)
- Nadie más se preocupa por nosotros ni nos ayuda (desconfianza);
- La situación es grave y nuestro grupo o nuestra causa está en peligro de extinción (vulnerabilidad)”.
Sea cual sea el nivel del proceso de radicalización, todos comparten estos mismos ingredientes. Y cuanto más polarizada sea la situación, más fácil les resulta justificar activar cualquier mecanismo de defensa ante lo que se percibe como un peligro. No hace falta siquiera ser la víctima directa de una injusticia o discriminación para activar ese marco mental, esa es la magia de la empatía, basta con sentirse del lado que se percibe como oprimido para pasar a ser uno de ellos. No es que sentir empatía sea malo, solo que, según Breithaupt, tampoco es necesariamente bueno y a menudo se han subestimado algunos de sus efectos secundarios. Ese es el lado oscuro del que habla este experto alemán en estudios culturales que, en entrevista con la NPR, explica que sentir un exceso de ella puede ser una manera de reforzar un punto de vista y bloquear todos los demás.
El esfuerzo por aprender los puntos de vista del otro con el fin de empatizar, en vez de tejer puentes de entendimiento, fomenta la división
Cuando se trató de enseñar en los colegios de Irlanda del Norte la historia del conflicto entre católicos y protestantes mostrándoles a todos los niños las razones de los dos bandos para que aprendieran a ponerse en el lugar del otro, la experiencia parecía inicialmente un éxito: desde que se empezó a trabajar la empatía en clase, los niños norirlandeses aprendieron rápidamente a contar la historia del conflicto desde ambas perspectivas. Sin embargo, varios estudios posteriores cuestionan que fuera una buena idea. Al final resulta que las nuevas generaciones educadas en la empatía estaban tan polarizadas como las anteriores y algunos grupos incluso más. ¿Qué falló? Allan McCully, de la Universidad del Ulster, sospecha que el esfuerzo por aprender los puntos de vista del otro con el fin de empatizar, en vez de tejer puentes de entendimiento, fomenta la división. Una posible explicación es que el esfuerzo por internalizar los argumentos de la otra parte, al fin y al cabo, no deje de ser una forma de incidir en que hay ‘dos’ bandos. Aprender los argumentos del otro, en el fondo, es aprender que hay un ‘otro’’ e, indirectamente, ahonda en la división.
Los políticos y la pataleta del adolescente ensimismado
El Govern de la Generalitat ha insistido estos días, a medida que se agravaban las protestas, en que hace falta empatía para entender lo enfadados que muchos catalanes están con la sentencia del Supremo que ha condenado a los líderes del procés. No se ha oído desde la Generalitat, sin embargo, pedirle a los miles de manifestantes independentistas que tengan más empatía con los millones de trabajadores, catalanes también, que tras la sentencia del Supremo (les guste o no) no han podido ejercer su derecho a trabajar o a ir a clase con normalidad el día de la huelga. Ni con los viajeros atascados en el Prat cuando sin autorización previa un grupo de ciudadanos se propuso bloquear el aeropuerto, ni con el padre catalán al que las cámaras grabaron esta semana saliendo de su portal con un bebé en brazos en medio del humo y las llamas por los disturbios del centro de Barcelona.
Cuando se instrumentaliza en un discurso político, la falta de empatía siempre la tienen los otros. Por eso puede empeorar las cosas. Sobre todo cuando no se ejerce hacia los demás y solo se reclama. Entonces solo sirve para apuntalar una burbuja de autocomplacencia en la que uno siempre va a encontrar justificación para una causa presuntamente superior. Prima entonces un discurso más propio de la pataleta de un adolescente ensimismado que de un argumentario político: si los demás no están de acuerdo conmigo es que no entienden cómo me siento, no ven que soy la víctima porque carecen de la capacidad de ponerse en mi lugar.
Así que tal vez no esté de más desconfiar de los políticos que reclaman la empatía como solución mágica del conflicto catalán. No sea que sea un truco para esconder la incapacidad de encontrar soluciones para todos con el que, queriendo o no, dividen más la sociedad en dos. A no ser que… Un momento: ¿Y si en Cataluña en vez de dos bandos hubiera uno solo en el que todos los ciudadanos sufrimos la incompetencia de los gobernantes? Las víctimas seríamos nosotros y los malos ellos, los políticos que nos han traído hasta aquí. ¿Veis? No es tan difícil caer en la tentación de imaginarse que un conflicto solo tiene dos partes, la nuestra, víctima siempre de las injusticias y la de ‘los otros’, que siempre tienen la culpa de todo.
El president Quim Torra ya no pide ‘seny’ a los catalanes. Lo que reclama es más empatía con los manifestantes. Es la palabra de moda para el apaciguamiento. También se la ha pedido al resto de los españoles Pablo Iglesias, que la mañana siguiente a que ardieran decenas de coches en las calles de Barcelona en los disturbios de las protestas independentistas, decía en una entrevista en Antena 3 que en Cataluña hay "un problema político que se tiene que afrontar con empatía”. Igual que la alcaldesa Ada Colau, que le reclamaba al presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, un esfuerzo de "de humanidad y de empatía", nada más conocerse la sentencia condenatoria del juicio del procés. Últimamente, algunos políticos creen que la clave para ayudar a superar la crisis catalana es la empatía. Varios expertos en comportamiento humano, sin embargo, advierten de que conviene tener cuidado con invocarla en la resolución de conflictos. Aunque tenga buena prensa, la empatía es un arma emocional de doble filo que puede empeorar más las cosas. Sobre todo, si como últimamente hacen los políticos, solo se pide para justificar el discurso propio y nunca el de sus rivales.