Segundo Párrafo
Por
Coronavirus, el mayor aliado del nacionalismo económico
Las bolsas han entrado en caída libre y, al igual que las autoridades sanitarias quieren frenar los contagios, las empresas también tratan de paliar los efectos económicos más lesivos
En lo que va de siglo, los antiglobalización han pasado de protestar a las puertas de las cumbres del G-7 a presidirlas. Cuando en 2016 el referéndum lo ganó el Brexit, el proteccionismo todavía parecía un movimiento a contracorriente. Luego Donald Trump llegó a la Casa Blanca atacando los acuerdos de libre comercio, prometiendo aranceles y, por supuesto, restricciones a la inmigración. La ola de movimientos populistas que desde entonces promueve el nacionalismo económico ha pasado de excentricidad a moda y ha seguido contagiándose en Occidente hasta convertirse en un elemento más del paisaje geopolítico.
A esta incipiente desglobalización se le ha unido otro aliado mucho más contagioso aún que el populismo. Uno que, además de poner en peligro la salud de millones de personas, está siendo un 'shock' para la economía. Y puede lograr ponerle las puertas al campo global mucho más rápidamente que lo que las políticas proteccionistas estaban consiguiendo. Es el nuevo coronavirus, que tuvo su origen en Wuhan, y se va extendiendo por todos los continentes hasta convertirse en pandemia.
En la última semana, las bolsas han entrado en caída libre y, al igual que las autoridades sanitarias quieren frenar los contagios, las empresas también tratan de paliar contra reloj los efectos económicos más lesivos. Además de proteger del contagio a sus plantillas, fomentando el teletrabajo y reduciendo los viajes de negocios, buscan el modo de paliar los efectos que esta nueva enfermedad pueda tener en sus cadenas de producción en el corto y medio plazo. ¿Qué hacer si se impone una cuarentena en alguna de las ciudades donde las empresas ubican sus fábricas?
Como el virus empezó en China, este país ha sido la primera zona en vivir en sus fronteras este macabro experimento mundial de desglobalización. A medida que el virus avanza, los planes de contingencia de las empresas que empezaron en Wuhan se van extendiendo al resto del mundo. Compañías de Europa y EEUU exploran la producción de proximidad para evitar que se interrumpa su cadena de suministro. Hay desde empresas del automóvil norteamericanas trasladando producción a México desde China a cadenas de ropa europeas trasladando producción de Asia a Turquía. Cuanto más cerca, mejor.
Si el coronavirus COVID-19 se vuelve endémico y las cuarentenas preventivas afectan a las cadenas de producción a medio plazo, la desglobalización forzosa continuará avanzando para reorganizar, a la fuerza, una economía más local que reduzca la interdependencia entre países. Es un objetivo, por cierto, que también comparte la lucha contra el cambio climático que lleva años alertando de la importancia de reducir la huella de carbono. La desglobalización tiene a su favor aliados inverosímiles. El activismo ecologista lleva años pidiendo a la población que realice un consumo de proximidad y reduzca los viajes en avión por su alto poder contaminante.
Sin embargo, ningún acontecimiento reciente ha afectado tanto al negocio de las aerolíneas como el coronavirus. IAG e Easyjet han sido las últimas en advertir sobre el efecto que el miedo a viajar generado por el coronavirus está teniendo en sus cuentas. Tanto por la reducción de los viajes de negocios como por el turismo a algunos destinos.
Aunque las recetas que ofrecen para paliar sus efectos varían, los descontentos con la globalización se encuentran en la derecha y la izquierda. Las políticas proteccionistas pueden ir desde las tasas financieras internacionales que proponen estos al endurecimiento de políticas migratorias de aquellos. Desde la izquierda se pide reducir el peso de los mercados internacionales y el poder de las multinacionales con la promesa de que eso traerá una sociedad más equilibrada. Desde la derecha proteccionista, sin embargo, promete que la prosperidad de los países llega con aranceles y restricciones a la inmigración. Ninguno de estos movimientos políticos, sin embargo, tiene la contundencia para frenar la globalización que un virus altamente contagioso que se extiende ya por los cinco continentes.
Cuando a principios de año el coronavirus solo afectaba a China, la noticia ya era de por sí inquietante para la economía global (febrero empezó con la peor apertura de la bolsa china en 15 años). El miedo al contagio internacional era mayor que con el virus del SARS, porque la interconexión al gigante asiático también lo es. En 2002, el peso de China solo representaba el 8% del producto interno bruto mundial; ahora representa el 19%.
"El coronavirus pasará, el debate sobre la desglobalización no", afirma Federico Steinberg, investigador principal de Economía Internacional del Real Instituto Elcano, y profesor de Economía en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). "Antes de que llegara el coronavirus ya estaba frenándose la globalización, porque sus críticos han ido ganando apoyo político. No es la primera vez que se desglobaliza la economía. En el año 1900 la globalización con relación al PIB era similar a la que alcanzamos en el año 2000, pero tardamos un año en recuperarla porque nos la cargamos con las guerras mundiales". Es decir, que desglobalizar la economía es posible, pero no sabemos cómo hacerlo sin que sea un caos.
El coronavirus ha acelerado a la fuerza un debate económico que venía larvándose en los últimos años. Según Ruchir Sharma, de Morgan Stanley Investment Management, la desglobalización no es nada nuevo. El proceso empezó ya en 2008 tras la crisis de Lehman Brothers. El comercio mundial, que había aumentado casi ininterrumpidamente desde la década de los 70 a medida que se globalizaba la economía, se estancó. Y aunque la economía se ha recuperado en la última década y la globalización sigue en buena forma, al menos hasta la llegada del coronavirus, la tendencia desde entonces ya era al retroceso de los flujos de capital. También estaba decayendo la recepción de inmigrantes en los países ricos (por más que los partidos populistas autodenominados antiglobalistas se empeñen en repetir lo contrario).
Otra posibilidad más optimista es que la desglobalización no se extienda, pero se estanque. Economistas como Adam Posen, del Instituto Peterson de Economía Internacional, vislumbran un proceso a largo plazo de lo que llaman "la corrosión de la globalización". Es decir, la posibilidad de que la globalización de la economía no retroceda significativamente, pero deje de extenderse.
Aunque las barreras que se están poniendo por el coronavirus no tratan de detener el comercio sino la propagación de una infección, tiene consecuencias son similares: el freno a los flujos de personas, menos comercio internacional y menos confianza en los mercados. Si el coronavirus continúa extendiéndose, no sería extraño que se aceleren los planes para repatriar la producción y abogar por una mayor autosuficiencia nacional. Lo malo es que desglobalizar la economía es como querer recuperar los huevos de un bizcocho que ya está en el horno.
En lo que va de siglo, los antiglobalización han pasado de protestar a las puertas de las cumbres del G-7 a presidirlas. Cuando en 2016 el referéndum lo ganó el Brexit, el proteccionismo todavía parecía un movimiento a contracorriente. Luego Donald Trump llegó a la Casa Blanca atacando los acuerdos de libre comercio, prometiendo aranceles y, por supuesto, restricciones a la inmigración. La ola de movimientos populistas que desde entonces promueve el nacionalismo económico ha pasado de excentricidad a moda y ha seguido contagiándose en Occidente hasta convertirse en un elemento más del paisaje geopolítico.