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El momento de apagar a Trump (y hacerle 'unfollow')
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Marta García Aller

Segundo Párrafo

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El momento de apagar a Trump (y hacerle 'unfollow')

Desde la victoria de Biden, la prioridad del todavía presidente Trump está siendo mantenerse alejado de su mayor enemigo ahora mismo: la realidad

Foto: Foto: EFE.
Foto: EFE.

Cuando Fox News declaró a Joe Biden vencedor de las elecciones más participativas de la historia de EEUU, tras 90 horas de reñido recuento, Donald Trump estaba pasando el día en su campo de golf de Virginia. Así no tenía que oír la noticia en su canal favorito ni los gritos de júbilo de los miles de personas que en Washington DC (donde Biden obtuvo más del 92% de los votos) celebraban su derrota. Al día siguiente de saberse el resultado, mientras el presidente electo ya preparaba su transición a la Casa Blanca, Trump seguía jugando al golf, un 'hobby' al que ha dedicado 210 días desde que es presidente.

Desde la victoria de Biden, la prioridad del todavía presidente de EEUU está siendo mantenerse alejado de su mayor enemigo ahora mismo: la realidad. Debe de serle más fácil ignorar su derrota lejos de la Casa Blanca, ya que, según presume el propio Trump cuando se la enseña a las visitas, está llena de televisores por todas partes. Cuando llegó hace cuatro años al despacho oval, le gustaba subrayar que había puesto una pantalla plana mucho más grande que la que antes tenía Obama. Además del golf, ver la tele ha sido una de las actividades favoritas de la exestrella de 'reality shows' durante su presidencia.

De ahí que más insólito aún que Trump apague la tele es que las teles lo apaguen a él. Durante el agónico recuento electoral, varios canales cortaron un discurso del presidente cuando se dirigía a la nación para afirmar sin pruebas que le habían robado las elecciones. La ABC, la CBS y la NBC interrumpieron la emisión para aclarar que Trump mentía. Apagar un discurso del presidente puede ser un acto periodísticamente discutible. Pero muchos medios lo consideraron una obligación democrática por el peligro que suponían unas acusaciones tan graves sin pruebas. Es la primera vez que arrebataban así los focos al republicano desde que en junio de 2015 bajó por el ascensor dorado de su Trump Tower para anunciar su candidatura a la presidencia de EEUU. Sus mentiras y sus decenas de miles de tuits han sido retransmitidos sin interrupción desde entonces. Pero no es lo mismo estar a punto de ser presidente que estar a punto de dejar de serlo. Resultó que la atención mediática no era suya, sino del cargo. Por eso la interrupción que cortó las acusaciones sin fundamento de Trump son el anticipo de lo que pasará cuando deje la política, o más bien cuando la política lo deje a él.

Qué ganas de que ya no sea necesario escuchar cada comentario soez, cada salida de tono, cada mentira prefabricada. Entorpecer el traspaso pacífico de poderes que marca la Constitución es el último despropósito que culmina una legislatura caótica llena de falsedades. Desde que aseguró, nada más llegar, que su toma de posesión fue más concurrida que la de Obama en 2008 (aunque las fotos probaran sobradamente lo contrario), hasta que afirmó que el covid-19 desaparecería como un “milagro”, su relación con la realidad ha sido, digamos, conflictiva. Han sido miles de falsedades a las que no les ha faltado cobertura mediática.

En estos años de omnipresencia mediática, Trump ha podido burlarse de un héroe de guerra republicano como John McCain

Subestimar el poder de tanta cobertura del disparate fue un error que han cometido todos sus contrincantes, incluidos los 16 precandidatos republicanos a los que hace cinco años Trump derrotó después de que se rieran de él. Tampoco los demócratas de Hillary Clinton le tomaron del todo en serio hasta la noche electoral que inesperadamente lo convirtió en el presidente. Y al final ha sido un candidato más bien soso, Joe Biden, quien ha logrado derrotarlo. Según Ed O’Keefe, corresponsal político de la CBS, una de las estrategias que han resultado más cruciales en la campaña del demócrata fue precisamente apagar Twitter. Mantenerse alejado de los comentarios de Trump en esta red social ayudó al equipo del presidente electo a clarificar las prioridades en la recta final, convencidos de que el país estaba “en un espacio mental diferente al que las redes sociales podrían sugerir”.

En estos años de omnipresencia mediática, Trump ha podido burlarse de un héroe de guerra republicano como John McCain, halagar a los supremacistas blancos (entre quienes ha dicho que hay “gente muy buena”) o presumir del tamaño de su pene, sin que le quitaran los focos. Sabía que los medios le darían el protagonismo que estaba buscando. Ese descaro fue la estrategia clave que lo llevó al poder y a la que no ha renunciado una vez que lo tenía. Quienes creyeron que estar en la presidencia lo domesticaría subestimaron también ese desprecio que nunca ha ocultado por las reglas y la tradición. En los últimos días, no ha cogido el teléfono para felicitar a Biden como marcan los cánones, sino para tuitear su negativa a aceptar la derrota en las urnas. Las instituciones no lo domaron, como demuestra que siga sin querer reconocer que el 20 de enero tendrá que abandonar la Casa Blanca.

Foto: Cartel de Donald Trump. (Reuters)

Algo ha cambiado desde que ha perdido las elecciones. En las últimas horas, Trump ha dejado de ser un rocambolesco presidente cuyas andanzas los medios están obligados a retransmitir para convertirse en un mal perdedor al que le cortan la emisión porque sus amenazas ponen en riesgo el sistema democrático. Desde entonces, se ha refugiado jugando al golf y no ha vuelto a dar una rueda de prensa, solo tuitea. Y mientras dure su capacidad de desestabilizar el país que todavía preside, es prematuro el ‘unfollow’. Pero cada vez está más cerca. Sin poder, sus tuits dejarán de ser ocurrencias que tienen el mundo en vilo.

Aunque es improbable que Trump acepte nunca su derrota, le quedan solo 10 semanas antes de tener que mudarse del número 1600 de Pensilvania Avenue. A diferencia de sus predecesores, que solo invitaban a amigos muy cercanos a la zona residencial de la Casa Blanca, en los cuatro años de mandato de Trump puede habérsela mostrado personalmente a cientos, si no miles, de personas. Ser buen anfitrión es, además de ver la tele y jugar al golf, de las cosas que más ha disfrutado en sus cuatro años como presidente. Lástima que ni eso vaya a quedar a salvo como legado. Para pasar a la historia como un buen anfitrión, es imprescindible saber irse a tiempo.

Cuando Fox News declaró a Joe Biden vencedor de las elecciones más participativas de la historia de EEUU, tras 90 horas de reñido recuento, Donald Trump estaba pasando el día en su campo de golf de Virginia. Así no tenía que oír la noticia en su canal favorito ni los gritos de júbilo de los miles de personas que en Washington DC (donde Biden obtuvo más del 92% de los votos) celebraban su derrota. Al día siguiente de saberse el resultado, mientras el presidente electo ya preparaba su transición a la Casa Blanca, Trump seguía jugando al golf, un 'hobby' al que ha dedicado 210 días desde que es presidente.

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