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La paradoja del PP de Casado (y los calcetines de Rajoy)
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Marta García Aller

Segundo Párrafo

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La paradoja del PP de Casado (y los calcetines de Rajoy)

Casado quiere que el Partido Popular sea a la vez un partido del que fiarse por su amplia experiencia de gobierno, pero quiere a la vez poder renegar de su pasado cuando conviene

Foto: El líder del PP, Pablo Casado, este martes durante un acto de la campaña del 14-F en Figueres. (EFE)
El líder del PP, Pablo Casado, este martes durante un acto de la campaña del 14-F en Figueres. (EFE)
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Cuando Mariano Rajoy era líder del Partido Popular, cinco años antes de convertirse en presidente del Gobierno, se dejó ver con los calcetines raídos y las suelas desgastadas en las gradas del torneo Conde de Godó, al que asistió en plena campaña electoral. Hubo quien quiso interpretar aquellos tomates en el talón desgastado de Rajoy como una metáfora del esfuerzo que estaba poniendo el candidato en patearse España. Y bien puede servir ahora para descifrar la paradoja planteada por Pablo Casado cuando insiste en que el PP de Rajoy es el partido del pasado. “Pasado remoto”, ha llegado a calificarlo Javier Maroto donde Alsina. Es la estrategia de la directiva del partido para desentenderse de las acusaciones del extesorero Luis Bárcenas que vinculan la caja B del partido con la etapa de Aznar y Rajoy.

Casado habla del partido que heredó hace un par de años y pico de su predecesor, como si Rajoy y Cospedal no hubieran sido sus jefes desde que en 2015 lo nombraron vicesecretario y Bárcenas y Aznar pertenecieran a un tiempo remoto que solo les suena de oídas. El extesorero dice que Rajoy era “perfecto conocedor” de la caja B y los sobresueldos, y asegura tener pruebas que pueden implicarle. A estas alturas de la investigación de la corrupción del PP, en la que entre la Púnica, la Gürtel y la Kitchen es fácil perder el hilo de tantas tramas superpuestas, la ejecutiva del PP ya casi no defiende a Rajoy. Prefiere insistir en que todo eso pertenece al PP del pasado. El PP de ahora dice ser otra cosa que nada tiene que ver con el de antes. ¿Pero puede ser el PP otro partido totalmente distinto cuando toca desentenderse de los presuntos delitos y a la vez ser el mismo cuando conviene sacar pecho de su historia?

Imaginemos que el PP es un calcetín. No es tan difícil. Difícil sería hacerse a la idea de que unas anotaciones contables de Bárcenas con el nombre “M. Rajoy” no tienen por qué referirse a Mariano. O que durante casi 20 años el Partido Popular pudo tener una caja B, con donaciones de empresarios a cambio de contrataciones y sobresueldos a sus dirigentes, sin que los dirigentes del partido tuvieran conocimiento de ello. Imaginarse que el PP es un calcetín es mucho más sencillo que todo eso.

Sería, eso sí, un calcetín con tomates. Como aquel de Rajoy. Habría que imaginarse un calcetín que de tanto zurcirlo ya no le quedaran hilos originales. Es el ejemplo que ponía el filósofo John Locke para plantearse el dilema de la identidad. Se preguntaba el pensador inglés si su calcetín favorito seguiría siendo el mismo si le saliera un agujero y hubiera que coserlo. ¿Y con dos agujeros? ¿Y si hubiera que remendarlo entero? ¿Puede un objeto al que se le reemplazan todas sus partes seguir siendo el mismo? Lo que Locke explicaba con su calcetín, y mucho antes Plutarco con el mítico barco de Teseo al que sustituían todas sus piezas, bien podría conocerse a partir de ahora como la paradoja del PP de Casado.

Foto: Pablo Casado, junto al secretario general, Teodoro García Egea. (EFE)

Casado quiere que el Partido Popular sea a la vez un partido del que fiarse por su amplia experiencia de gobierno, pero quiere a la vez poder renegar de aquellos que protagonizaron esos años. Con permiso de Ana Pastor, casi no le queda dirigente alguno de entonces. Apenas unos hilillos. Pero el nuevo líder popular suele compensar su falta de experiencia en la gestión pública apelando a la larga trayectoria de su partido y los más de 15 años que ha gobernado España. De ahí que se haga raro que la estrategia del PP actual sea desentenderse de su pasado para alejarse silbando de los errores y delitos cometidos por sus predecesores. Tenga cuidado el PP de renegar de su historia o el líder de la oposición podría parecer un palentino de 40 años cuya única experiencia laboral sería haber trabajado en ese partido del que usted me habla.

La identidad de una organización es aún más compleja que la de un calcetín. Cuando Casado llegó a la presidencia del partido, tras imponerse en las primarias a Soraya Sáenz de Santamaría, proclamó el regreso del “PP verdadero”, en clara referencia a las tesis de Aznar y su fundación FAES. Hasta hace no mucho, Casado lo llamaba volver a las esencias. No consideraba 'pasado' al expresidente Aznar, de cuya etapa en el Gobierno el juez Pedraz ha encargado que se investiguen hasta 23 contratos, tras encontrar irregularidades a favor de empresarios donantes del PP. No hace tanto que Casado reivindicaba el legado de Aznar y hasta lo acompañó con honores cuando fue citado a dar explicaciones de la trama de financiación irregular del PP en el Congreso de los Diputados, poco después de la sentencia de la Gürtel y la moción de censura a Rajoy. En 2018, cuando Casado ya era presidente de su partido y la Audiencia Nacional había dado por probada una caja B desde 1989, Aznar negaba saber nada de eso. Casado lo defendía, como defendió a su partido en los platós cuando era vicesecretario y ya salpicaba la Gürtel.

Foto: Luis Bárcenas. (EFE)

De los tiempos en los que a Rajoy se le veía con aquel calcetín raído datan algunos de los sobresueldos de los que le acusa Bárcenas y la reforma en la sede central del Partido Popular con pagos irregulares, en cuya séptima planta ahora Casado tiene su despacho. Seguir desentendiéndose de todo lo que haya podido suceder en esa sede puede no ser la mejor estrategia para el PP. Más convincente que renegar de un pasado no tan remoto sería explicar qué mecanismos se han puesto en marcha para evitar que tal cosa se repita y cuánto han investigado para ayudar, no entorpecer, al juez. Casado no tendrá responsabilidad penal alguna en los chanchullos de Bárcenas, pero como máximo dirigente de la organización, antes de pasar página le tocaría pedir disculpas por cualquier comportamiento irregular cometido en ella.

En ‘Cómo acabar con la cultura’, Woody Allen recoge la paradoja del calcetín de Locke. Cuenta la historia de un hombre obeso que se niega a adelgazar, no sea que pierda sus mejores kilos. No quiere arriesgarse a que con la dieta desaparezcan su genio, su humanidad y su honradez. ¿Cómo cambiar sin dejar de ser quienes somos? La identidad fluye y es a veces caprichosa. Pero difícilmente resulta creíble un pasado como zurcido de quita y pon al que apelar solo cuando conviene.

Cuando Mariano Rajoy era líder del Partido Popular, cinco años antes de convertirse en presidente del Gobierno, se dejó ver con los calcetines raídos y las suelas desgastadas en las gradas del torneo Conde de Godó, al que asistió en plena campaña electoral. Hubo quien quiso interpretar aquellos tomates en el talón desgastado de Rajoy como una metáfora del esfuerzo que estaba poniendo el candidato en patearse España. Y bien puede servir ahora para descifrar la paradoja planteada por Pablo Casado cuando insiste en que el PP de Rajoy es el partido del pasado. “Pasado remoto”, ha llegado a calificarlo Javier Maroto donde Alsina. Es la estrategia de la directiva del partido para desentenderse de las acusaciones del extesorero Luis Bárcenas que vinculan la caja B del partido con la etapa de Aznar y Rajoy.

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