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El futuro está lleno de fiestones sin mascarilla
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Marta García Aller

Segundo Párrafo

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El futuro está lleno de fiestones sin mascarilla

¿Y qué hacemos al ver a tantos jóvenes pasándoselo bien? ¿Nos indignamos, nos preocupamos o celebramos al verlo una progresiva vuelta a la normalidad?

Foto: Aglomeraciones y botellones en Barcelona. (EFE)
Aglomeraciones y botellones en Barcelona. (EFE)

Menudo bullicio. Hay 50.000 jóvenes apelotonados. Bebiendo y cantando hasta las tantas. Algunos sin camiseta. Ni una mascarilla. Los hay un poco inquietos por ser la primera vez que ven tanta gente junta desde que hace año y medio empezó la pandemia. Parecen convencidos de que ya toca pasar página y pasárselo bien. Confían en que las vacunas hayan vencido al covid-19 y han salido a celebrarlo por todo lo alto. La vuelta a la normalidad es esto.

¿Y qué hacemos al ver a tantos jóvenes pasándoselo bien? ¿Nos indignamos, nos preocupamos o celebramos al verlo una progresiva vuelta a la normalidad? A lo mejor depende. Depende, en parte, de si esos jóvenes son daneses o españoles. ¿Por qué si la macrofiesta es en Ciudad Universitaria o en la Barceloneta cunde la indignación y si es en Copenhague se ve con envidia que allí ya hayan acabado las restricciones?

Foto: Epicentro del botellón de botellones que se desató ayer por la noche en Madrid tras año y medio de pandemia. (Alejandro Mata)

Las imágenes de esos 50.000 jóvenes dándolo todo son de la semana pasada en un concierto punk en el estadio Parken de Copenhague y han sido generalmente muy celebradas como un síntoma de lo cerca del fin de la pandemia que está el país nórdico. En Dinamarca, que tiene una tasa de vacunación similar a la española (aunque una quinta parte de hospitalizados por covid), ya se han eliminado todas las restricciones y están de vuelta a esa rutina que tanto se parece al pasado y esperemos que al futuro. Por eso allí se ha podido celebrar en septiembre el primer macroevento con decenas de miles de jóvenes apretujados y sin mascarillas.

Una semana más tarde de aquel concierto de 50.000 personas en Dinamarca, el país que más a menudo ponen de ejemplo quienes están a favor del fin de las restricciones, se juntaron 25.000 jóvenes de fiesta en la Ciudad Universitaria de Madrid. No fue un concierto lo que los reunió, sino una convocatoria improvisada por WhatsApp para celebrar el inicio de curso. Se desmadró tanto que ni el ayuntamiento lo vio venir ni la policía se atrevió a intervenir.

La vuelta al curso presencial, sin toques de queda y con la tranquilidad de las vacunas, tiene también estos efectos secundarios

Vale que beber en la calle está prohibido en España, con y sin pandemia. Pero cuando las autoridades prometen en España el fin inminente de la mayoría de las restricciones y la vuelta a la normalidad, tampoco puede sorprender demasiado que junto a las viejas costumbres, vuelvan también las mismas infracciones que ya eran habituales antes de la pandemia. Y juntarse a beber en ciertas zonas lo era. No con tanto entusiasmo, claro. Pero la vuelta al curso presencial, sin toques de queda y con la tranquilidad de las vacunas, tiene también estos efectos secundarios.

La tasa de vacunación es similar en Dinamarca y España, con ambos países por encima del 75%, a la cabeza de la UE. Lo que no tiene nada que ver es la tasa de desempleo juvenil: en Dinamarca, del 8%, y en España, del 35%. Más diferente aún es el acceso a la vivienda. En el país nórdico, la edad media para irse de casa de los padres es a los 21 años. En España, los jóvenes no se emancipan hasta casi los 30. No parece descabellado que la falta de ingresos y casa propia tenga que ver en esa costumbre ‘low cost’ tan arraigada por aquí de juntarse a beber y bailar en la calle. No es una justificación, sino una explicación.

A España no ha llegado aún el fin de todas las restricciones, pero casi. Con la incidencia a la baja, a punto de llegar a los 50 casos por 100.000 habitantes, el otoño se vislumbra sin restricciones de aforo y solo con mascarilla en interiores. Es pronto para saber si todo esto es precipitado o habrá que dar marcha atrás.

Entre tanto, volver a tomar un café en la barra del bar, allá donde lo dejamos en marzo de 2020, es lo que algunos anhelamos del fin de las restricciones. A lo loco. Para otros será llenar de nuevo los estadios de fútbol o bailar en un garito hasta el amanecer. Y si, antes de que llegara la pandemia, hacer botellón es lo que tantos jóvenes hacían habitualmente, retomarlo es su particular vuelta a la normalidad. No está bien, como no lo estaba antes. Pero la vuelta a la rutina va a ser también la vuelta a lo que ya fallaba antes y las vacunas que están sirviendo controlar el virus no van a resolver todo lo demás. La verdadera normalidad llegará cuando los daneses de fiesta ya no nos den envidia y los jóvenes de botellón en Ciudad Universitaria vuelvan a indignarnos lo justo.

Menudo bullicio. Hay 50.000 jóvenes apelotonados. Bebiendo y cantando hasta las tantas. Algunos sin camiseta. Ni una mascarilla. Los hay un poco inquietos por ser la primera vez que ven tanta gente junta desde que hace año y medio empezó la pandemia. Parecen convencidos de que ya toca pasar página y pasárselo bien. Confían en que las vacunas hayan vencido al covid-19 y han salido a celebrarlo por todo lo alto. La vuelta a la normalidad es esto.

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