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Ni papel higiénico ni pastillas de yodo: instrucciones para la nueva era sin nombre
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Marta García Aller

Segundo Párrafo

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Ni papel higiénico ni pastillas de yodo: instrucciones para la nueva era sin nombre

Cargar contra la actuación de la UE en este momento es minoritario y no tendría mayor relevancia de no ser porque en España hay dos ministras y un locutor de podcast que sostienen algo parecido

Foto: Soldados ucranianos disparan piezas de artillería contra milicias prorrusas cerca de Novoluhanske, en Donetsk. (Reuters)
Soldados ucranianos disparan piezas de artillería contra milicias prorrusas cerca de Novoluhanske, en Donetsk. (Reuters)
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Llevábamos meses preguntándonos cómo terminaría la pandemia, cuándo podría dársele el punto final, al menos informativamente hablando, y regresar a aquella anhelada vida cotidiana en la que nadie saludaba con el puñito y los periódicos, igual que la política, eran saludablemente aburridos para casi todos, incluidos los que vivimos de contar lo que nos pasa. La amenaza de una guerra que cambiara el orden mundial no aparecía en ninguno de los informes epidemiológicos como episodio final del covid-19, pero está siendo su portazo informativo definitivo. También el anímico. Puede que la pandemia no haya terminado, pero eso ya da igual porque lo que ha empezado es una guerra en Europa. Creíamos que este iba a ser el mundo poscovid, pero resulta que va a ser una era pos-pos Guerra Fría a la que hay que irle buscando nombre.

La pandemia, claro, ha caído sin darnos cuenta en el olvido ante esta nueva incertidumbre, la de la mayor crisis de seguridad en el Viejo Continente desde el final de la Segunda Guerra Mundial. No hay pandemia ni volcán que pueda competir con eso. Por desaparecer, ha desaparecido también hasta la turra de los antivacunas. La desinformación de los 'bots' rusos está ahora más ocupada en hacerle un lavado de cara a Putin y, claro, no está resultando tan convincente como al Kremlin le gustaría, ni siquiera entre buena parte de la ultraderecha europea, que hasta hace poco se declaraba fan del presidente ruso.

Era más fácil seducir con la desinformación relativa a la pandemia, culpando a Soros y Gates de lo que hiciera falta, que con la necesidad de bombardear deliberadamente poblaciones enteras llenas de civiles, como está ordenando Putin. La guerra tiene muy mala prensa. Sobre todo si esas calles que estamos viendo bombardear de forma atroz no tienen que ver con otras guerras a las que trágicamente nos habíamos acostumbrado. Estas bombas caen junto a un Domino's Pizza y los que salen huyendo cargan con un 'trolley' Samsonite. La guerra impresiona más cuanto más cerca está, y cuando las vidas que destroza se parecen tanto a la propia.

El discurso que carga contra la actuación de la UE, sin embargo, es minoritario

Con el virus, era más difícil atraer adeptos a las teorías conspiranoicas porque no había un villano tan claro al que culpar de lo que pasaba. El patógeno no tenía ambición, ni agenda. No daba discursos amenazando con activar su armamento nuclear y prometiendo venganza. Al virus había que temerlo, pero no era fácil juzgarlo. Las teorías de la conspiración calan más cuando la gente tiene la necesidad de poner en orden las cosas malas que nos pasan y no encuentra responsables de tanta incertidumbre. Putin les ahorra a muchos ese trabajo porque es el villano perfecto y, además de serlo, lo parece.

De ahí que lo más parecido a defender los intereses de Putin, ya sea voluntaria o involuntariamente, esté siendo el empeño de algunos en recordarle al mundo lo fuera de sí que está el presidente ruso y que si este ya no quiere negociar lo mejor será dejar a los ucranianos que se las apañen solos y que la OTAN que no se meta para evitar la Tercera Guerra Mundial.

El discurso que carga contra la actuación de la UE, sin embargo, es minoritario y no tendría mayor relevancia de no ser porque en España hay dos ministras y un locutor de 'podcast' que solía ser vicepresidente que sostienen algo parecido. Esta no es una postura popular en la política europea. Es más bien para consumo interno y no resulta especialmente relevante en el panorama internacional, pero por lo menos resulta entretenida a los que en pleno caos global prefieren refugiarse en las polémicas patrias. Siempre hay una crisis de coalición a mano para quien necesita algo más familiar.

En países en los que tradicionalmente había reticencias hacia la OTAN, como Finlandia y Suecia, la población está cambiando de opinión

Entre tanto, el continente está cambiando rápidamente. Una vez que la UE se cayó del guindo de la amenaza que inicialmente subestimó, se ha volcado en ayudar al pueblo ucraniano bajo las bombas rusas, de momento con el envío de armas y la imposición de sanciones a Rusia. Esto está forjando en Europa una unidad inédita en los últimos años. La pandemia impulsó a la UE a financiar el primer plan de recuperación conjunto con deuda común; la invasión de Rusia ha llevado a los países europeos a ofrecer ayuda a Ucrania para defenderse militarmente.

Menos de una semana después de que Rusia invadiera Ucrania, la UE ya se había convertido súbitamente en un símbolo de protección para las naciones que se sienten amenazadas por los delirios expansionistas de Putin. Moldavia, Georgia y, por supuesto, Ucrania han solicitado unirse a la UE por un procedimiento exprés que ni siquiera existe pero tal vez haya que inventar.

Además, hay un reordenamiento económico cuyas dimensiones son aún difíciles de calcular. Las empresas occidentales están saliendo masivamente de Rusia; Alemania ha roto la complicidad con la Rusia postsoviética que había tejido en los últimos 30 años para plantarse ante Putin, aparcar el gasoducto Nord Stream 2 e invertir 100.000 millones en defensa con el acuerdo de todo el Parlamento. En países en los que tradicionalmente había reticencias hacia la OTAN, como Finlandia y Suecia, la población está cambiando rápidamente de opinión. El miedo al tirano ruso es tan grande que está uniendo al continente, cuyos países se preparan para atender a cuatro millones de refugiados ucranianos que súbitamente lo han perdido todo.

Hay algo familiar en volver a ojear las noticias compulsivamente en busca de algo que dé sentido al sinsentido

Mientras los historiadores andan discutiendo si la Guerra Fría realmente terminó alguna vez o si solo estaba aletargada y han malinterpretado tres décadas de historia, la gente está buscando en Google qué hacer en caso de ataque nuclear. Esa amenaza era difícil de creer hace solo dos semanas. La guerra tapará la pandemia, pero la amenaza de este nuevo apocalipsis recuerda irremediablemente a marzo de 2020. Ya vimos entonces qué pasa cuando vemos ponerse el mundo patas arriba. Consumimos más noticias de las que somos capaces de digerir.

Hace dos años, llenamos el altillo de papel higiénico sin saber muy bien por qué y ahora los colegios de farmacéuticos están advirtiendo de que no tiene sentido acabar con las pastillas con yoduro de potasio que hay en las farmacias, que, digan lo que digan los grupos de WhatsApp, son ineficaces con la radioactividad y piden tranquilidad a los ciudadanos.

Hay algo familiar en volver a ojear las noticias compulsivamente en busca de algo que dé sentido al sinsentido. De la cobertura de la pandemia aprendimos también que en un momento de máxima incertidumbre, era más importante dar con las preguntas precisas que precipitarse con respuestas aún imposibles de saber. Como pasó con el covid, habrá que preguntarse también qué ha fallado para llegar aquí.

Es todo tan nuevo que no podemos aún ni ponerle nombre a las cosas que nos pasan

La falsa sensación de seguridad que nos hizo pensar en Europa que el coronavirus no nos afectaría se ha repetido al malinterpretar las intenciones de Putin, no solo de los últimos meses, sino de las últimas décadas. ¿Por qué se descartaron como alarmistas tantas advertencias de los preparativos para la invasión rusa de Ucrania? ¿Por qué se hizo la vista gorda repetidamente en otros conflictos y las veces que Putin se saltó anteriormente la legalidad internacional? ¿Qué consecuencias tendría para otros países abandonar Ucrania a su suerte? ¿Qué consecuencias tendrá ayudarla militarmente?

Es difícil tomar perspectiva cuando se está dentro del huracán informativo, por eso ahora lo más importante es hacerse todas estas preguntas. Es todo tan nuevo que no podemos aún ni ponerle nombre a las cosas que nos pasan. Con la invasión de Rusia a Ucrania, entramos en una nueva era, una era aún sin nombre. La comparamos con la primera Guerra Fría, la del siglo XX, porque aún no sabemos adónde nos lleva esto. Aquella se prolongó medio siglo. La pos Guerra Fría, que empezó en los noventa, duró 30 años. Y la pos-pos Guerra Fría, que previsiblemente marcará el siglo XXI, no lleva ni dos semanas, pero ya se está haciendo eterna.

Llevábamos meses preguntándonos cómo terminaría la pandemia, cuándo podría dársele el punto final, al menos informativamente hablando, y regresar a aquella anhelada vida cotidiana en la que nadie saludaba con el puñito y los periódicos, igual que la política, eran saludablemente aburridos para casi todos, incluidos los que vivimos de contar lo que nos pasa. La amenaza de una guerra que cambiara el orden mundial no aparecía en ninguno de los informes epidemiológicos como episodio final del covid-19, pero está siendo su portazo informativo definitivo. También el anímico. Puede que la pandemia no haya terminado, pero eso ya da igual porque lo que ha empezado es una guerra en Europa. Creíamos que este iba a ser el mundo poscovid, pero resulta que va a ser una era pos-pos Guerra Fría a la que hay que irle buscando nombre.

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