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Ni corbatas ni impuestos: el debate más urgente para bajar la factura energética
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Marta García Aller

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Ni corbatas ni impuestos: el debate más urgente para bajar la factura energética

Ni las medidas cosméticas ni las bajadas generales de impuestos resuelven el peor desafío del invierno más crudo. Necesitamos un debate más serio sobre eficiencia energética

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Fernando Calvo)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Fernando Calvo)
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Este otoño va a ser crítico en los precios de energía en Europa. Cómo de crítico acabe siendo, no solo depende de Putin y la guerra en Ucrania. Si sigue sin llover, va a ser aún peor. Si la sequía se prolonga, necesitaremos más gas porque en España se está desplomando la producción hidroeléctrica. Y ni siquiera los países como Francia, que han apostado por las nucleares, se salvan de esto. Que ríos como el Loira y el Ródano se estén secando también afecta a las centrales del país vecino, porque las nucleares necesitan para refrigerarse del caudal de los grandes ríos, cada vez más pequeños. En Alemania, la sequía también afecta al carbón. Ha bajado tanto el caudal del Rin que se está complicando el transporte del combustible alternativo para reducir 'in extremis' la dependencia del gas ruso. Siendo tan crítica la situación, cuesta creer que todavía sean polémicas las medidas que fomentan el ahorro energético.

En España, el tope al gas está frenando los precios. Y cuanto más se recrudezca la sequía, más se va a notar el efecto de la medida que el Gobierno negoció con Bruselas, alegando que la Península es una isla energética, porque cuanto más escasee el agua, más falta hará tirar de los ciclos combinados de gas. Sin embargo, 'topar' los precios del gas no soluciona la crisis energética. No es una solución estructural. Y sorprende que estemos hablando más de corbatas que de soluciones estructurales. ¿Deberían beneficiarse todos de limitar los costes de la energía, o solo aquellos con ingresos bajos y medios?

Se ha dedicado más tiempo a polemizar con si sobran o no las corbatas que a cómo fomentar la mejora de la climatización de las casas

Lo malo de los topes a los precios es que alivian temporalmente las facturas, pero generan endeudamiento y no hacen nada en sí mismos para reducir el uso de energía. Otro ejemplo es la medida del Gobierno de subvencionar el diésel y la gasolina para compensar el precio, que no ha incentivado la reducción del coche ni ayuda especialmente a los hogares más necesitados, como sí lo hace el tardío fomento del transporte público que empieza en septiembre. Tampoco los recortes de impuestos, ni los que ya ha aplicado el Gobierno ni los que propone la oposición, protegen especialmente a los que este invierno no puedan pagar la factura del gas y la luz. Son un alivio para todos que no fomenta la eficiencia.

El debate político este verano en torno al ahorro energético no está centrándose en las soluciones estructurales (que pasarían, claro, por reducir el consumo de energía y sobre todo el de gas), ni en cómo ayudar especialmente a los más vulnerables. Se ha dedicado más tiempo a polemizar con si sobran o no las corbatas al subir tres graditos el aire acondicionado que a cómo fomentar la mejora de la climatización de las casas o favorecer el autoconsumo de energías limpias.

Caben pocas dudas de que en plena crisis energética es absurdo abrigarse en verano para ir al cine, a una reunión o en el AVE. También era absurdo sin crisis energética, pero esa factura se podía pagar más fácilmente. Tan innecesario pasar frío en verano como ir en manga corta en invierno. Eso no es confort, es ineficiencia. Y la eficiencia energética no es un debate de derechas e izquierdas. ¿O algún partido está en contra de la eficiencia?

Foto: Pedro Sánchez. (EFE/Chema Moya)

Es necesario centrar el debate en la eficiencia energética. No en si es necesaria o no, que nadie debería dudarlo. Sino en cómo mejorarla de verdad. No basta solo con recomendaciones más o menos obvias o más o menos impopulares. Exigir que se suba la temperatura del aire acondicionado y se elimine la iluminación de edificios vacíos reducirá la factura, sí, pero puede seguir siendo un coladero de derroche energético si falta preguntarse lo más esencial: ¿cómo de eficiente es su vivienda o negocio?

Se supone que tenemos una herramienta para medirlo: el certificado energético de los hogares. Se supone. Los expertos en ahorro energético llevan tiempo reclamando que si este certificado sirviera para lo que tiene que servir, y no como simple trámite al que se presta poca o ninguna atención para que las inmobiliarias puedan alquilar o vender un piso, la gente sabría cuánto se ahorraría en su factura si mejorase, por ejemplo, sus ventanas. O, mejor dicho, sabría cuánto dinero está tirando por las rendijas mal selladas, ya sea en forma de aire acondicionado o de calefacción. Las viviendas más humildes suelen ser también las más ineficientes energéticamente, por eso urge mejorar y sobre todo simplificar los trámites para mejorar ese derroche. ¿Está esto en el debate central?

Lo esencial para ahorrar en la factura energética es insistir en la eficiencia para reducir el consumo lo más posible, afectando lo menos posible al confort. No llevar corbata en verano ni chaqueta en el cine, al igual que mejorar los cierres de los comercios para evitar que se escape el frío o el calor, no debería ser siquiera un debate. Es solo el comienzo del cambio profundo al que nos enfrentamos.

Lo esencial para ahorrar en la factura energética es insistir en la eficiencia para reducir el consumo lo más posible

Mientras tanto, la sequía y Putin siguen ahí. La UE estima que si hubiera un apagón completo desde Rusia como chantaje por las sanciones por la invasión de Ucrania, se podría reducir hasta un 1,5% el PIB de los Veintisiete, si no se toman medidas preventivas. Pero no solo preocupa el PIB. La preocupación es también, mejor dicho, sobre todo, por la ansiedad y las revueltas que pueden provocar los cortes de suministros y más alzas del precio de la energía en los votantes.

En este contexto, los topes al precio del gas como los de España y Portugal actúan como medidas de emergencia frente al 'shock' energético. Pero en un contexto en el que la guerra está enquistada y el cambio climático agrava las sequías, es cada vez más obvio que no basta. Tanto ciudadanos como empresas debemos aprender a ser más eficientes tanto en el corto como en el largo plazo.

Si políticamente se centra el debate en aquellos para los que ese ahorro es una elección, olvidamos que la prioridad deben ser aquellos colectivos más vulnerables que este invierno arriesgan su salud porque no podrán calentar sus hogares. Son ellos los que se llevan la peor parte del impacto de la factura, porque representa más porcentaje de gasto en los hogares pobres. Son los que no necesitan que les expliquen que no pueden ir por casa en manga corta en invierno. Necesitan urgentemente más y mejores ayudas en la factura antes de que llegue el invierno. Necesitan un mejor debate sobre eficiencia energética.

Este otoño va a ser crítico en los precios de energía en Europa. Cómo de crítico acabe siendo, no solo depende de Putin y la guerra en Ucrania. Si sigue sin llover, va a ser aún peor. Si la sequía se prolonga, necesitaremos más gas porque en España se está desplomando la producción hidroeléctrica. Y ni siquiera los países como Francia, que han apostado por las nucleares, se salvan de esto. Que ríos como el Loira y el Ródano se estén secando también afecta a las centrales del país vecino, porque las nucleares necesitan para refrigerarse del caudal de los grandes ríos, cada vez más pequeños. En Alemania, la sequía también afecta al carbón. Ha bajado tanto el caudal del Rin que se está complicando el transporte del combustible alternativo para reducir 'in extremis' la dependencia del gas ruso. Siendo tan crítica la situación, cuesta creer que todavía sean polémicas las medidas que fomentan el ahorro energético.

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