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Cómo evitar hacer el ridículo con el ahorro energético
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Marta García Aller

Segundo Párrafo

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Cómo evitar hacer el ridículo con el ahorro energético

Frivolizar sobre la importancia del ahorro energético, tanto público como privado, va sonando cada vez más ajeno a la realidad

Foto: Termostato del aire acondicionado de un comercio. (EFE/Luis Millán)
Termostato del aire acondicionado de un comercio. (EFE/Luis Millán)
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Con las luces de los escaparates y los termostatos puede pasar lo que ya pasó con el tabaco y ahora pasa también con los coches. Una oficina donde se puede fumar no es un canto a la libertad individual, sino una falta de respeto. Un casco histórico por el que circulan libremente los automóviles chirría inevitablemente. En las pocas ciudades europeas en las que aún se puede aparcar en los muros de su catedral resultan más antiguos los coches que el templo. Hasta no llevar cinturón de seguridad fue para muchos un símbolo de libertad individual. Con el tiempo el bien común se ha ido haciendo tan evidente que todo esto se ha ido convirtiendo en un anacronismo.

Con el derroche innecesario de energía que supone un aire acondicionado demasiado frío o la iluminación superflua en plena guerra del gas puede pasar lo mismo. Cuando el precio del gas cuesta diez veces más que hace un año y la factura de la luz está igualmente disparada, bajar los termostatos (o subirlos, que el entretiempo es siempre muy confuso) y atenuar el alumbrado de las ciudades es una medida cada vez más común en toda Europa. Es un esfuerzo obvio para paliar la presión rusa provocada por la invasión de Ucrania. Si apagar las luces funciona como un símbolo de solidaridad con el pueblo ucraniano, derrocharlas puede parecer lo contrario.

Foto: Tanques israelíes abatidos durante la Guerra del Yom Kippur o de Octubre, 1973.

¿Tiene sentido entonces negarse este invierno a ahorrar en iluminación en nombre del turismo? ¿O la imagen que van a transmitir las ciudades europeas que no se tomen en serio el ahorro energético se verá más perjudicada de lo que la pueda favorecer el comercio?

La catedral de Berlín no tendrá su fachada iluminada este otoño, tampoco su emblemática Columna de la Victoria. A quien hay que ganar ahora es a Putin y para eso es mejor apagar las luces decorativas. Otras ciudades alemanas solo permiten ya las duchas frías en edificios públicos y tienen apagada la calefacción en todos los pasillos. También los alemanes tienen restringido los gastos de electricidad y gas que se consideran superfluos, como para calentar sus piscinas privadas.

Hasta la Ciudad de la Luz apaga las luces de la Torre Eiffel una hora antes de lo normal (equivale a un ahorro del 4%). París también apagará los edificios públicos a las 22 h y dejará la calefacción en 18 grados. Además, unas 12.000 ciudades francesas han atenuado al menos parcialmente el alumbrado público por la noche. Algunas medidas son simbólicas, otras repercuten más directamente en el ahorro efectivo, pero todas reman en la misma dirección.

Foto: Emprendedores seleccionados para el Investors Day de Lanzadera, con Marc Gasol.

Son esfuerzos para fomentar el ahorro energético similares a lo que impuso el Gobierno español este verano. El revuelo en contra de apagar la luz de los edificios públicos y los escaparates de los comercios, en nombre del consumo y el turismo, tuvo cierto predicamento este verano con Madrid a la cabeza. Pero a la velocidad a la que está cambiando todo, lo que en agosto parecía un buen eslogan, puede caducar antes del otoño, igual que ha ido caducando la oposición a los gravámenes a las energéticas.

Se nota que a medida que avanza la guerra y se ultima la normativa europea que impone un ahorro extra a todos los países, que haya gobernantes que se nieguen a hacer un esfuerzo extra por ahorrar en la factura de la luz, especialmente en los edificios públicos que pagamos entre todos, se va a ir haciendo más difícil de defender. De hecho, el argumento ha ido desapareciendo. También el chascarrillo.

La Comisión ha presentado esta semana unos objetivos que incluyen una reducción de la demanda obligatoria del 5% para los países europeos en horas punta y un 10% en general hasta el 31 de marzo de 2023. Mientras la Comisión plantea una reforma en profundidad del mercado eléctrico y avanza la creación del impuesto temporal a los beneficios extraordinarios de las grandes energéticas, los 27 preparan la reunión del Consejo extraordinario para debatir las medidas que permitan ahorrar 1.200 millones de metros cúbicos de gas durante el invierno. Para ello hace falta que todos los países, y sobre todo las grandes ciudades y empresas, presenten sus planes de ahorro energético extra. La concienciación ciudadana será fundamental, pero cada vez son más probables algunas limitaciones.

Foto: Kaja Kallas, primera ministra de Estonia. (Gobierno de Estonia)

La mentalidad está cambiando más rápidamente que los termostatos. Y no solo los organismos públicos, también las empresas son los primeros interesados en ahorrar energía. No solo ya por reducir su cada vez más inflada factura, que también. Sino porque, además, derrochar energía en el invierno más incierto es probable que no tarde en percibirse como una insensatez insolidaria, tanto con Ucrania como con el resto de los europeos.

Presumir de dejar luces de más encendidas mientras toda Europa las va apagando o dejar abiertas las puertas de un comercio con la calefacción puesta puede resultar contraproducente en la imagen de una ciudad o una empresa. Defender el derroche energético como ejercicio de libertad individual en medio de los recortes por la guerra ya suena insolidario, pero es probable que antes de que acabe el año suene ridículo. Claro, que todavía hay quien echa de menos cuando dejaban fumar en los bares.

Con las luces de los escaparates y los termostatos puede pasar lo que ya pasó con el tabaco y ahora pasa también con los coches. Una oficina donde se puede fumar no es un canto a la libertad individual, sino una falta de respeto. Un casco histórico por el que circulan libremente los automóviles chirría inevitablemente. En las pocas ciudades europeas en las que aún se puede aparcar en los muros de su catedral resultan más antiguos los coches que el templo. Hasta no llevar cinturón de seguridad fue para muchos un símbolo de libertad individual. Con el tiempo el bien común se ha ido haciendo tan evidente que todo esto se ha ido convirtiendo en un anacronismo.

Factura de la luz Vladimir Putin Ucrania Pedro Sánchez
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