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Illa y Puigdemont, dos caras de la política
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Verónica Fumanal

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Illa y Puigdemont, dos caras de la política

Echar más leña al fuego, seguir imputado, continuar con la estrategia joker de cuanto peor mejor. Solo así, se entiende que viniera para hacer un discurso de cinco minutos que no cambiaba el destino de Cataluña

Foto: Salvador Illa, a su llegada al Palau de la Generalitat. (Europa Press/David Oller)
Salvador Illa, a su llegada al Palau de la Generalitat. (Europa Press/David Oller)
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La política es un juego de contrastes que llevadas al extremo se convierten en el fenómeno de la polarización. Cataluña, como en tantas cosas, fue pionera en esto también, llevando al extremo el juego identitario, que tan rentable fue para algunos y tan caro para otros. El pasado jueves, durante la sesión de investidura del Parlament catalán, el contraste político fue máximo. Salvador Illa, el hombre tranquilo, dentro del Parlament con un discurso para todos los catalanes. En la calle, Carles Puigemont, el ilusionista, el creador de los golpes de efecto, apelando a una parte, cada vez más pequeña, de Cataluña. Illa y Puigemont son las dos caras de la política: la gestión vs el meme.

Política vs Performance

Obviamente, la política tiene mucho de performance, pero no puede ser solo eso, de lo contrario, el truco de ilusionismo acaba descubriéndose y ya no engaña a nadie. Carles Puigdemont jugó a esto desde el minuto uno de su carrera política. Fue elegido president sin presentarse a unas elecciones, fue president por una carambola de la CUP que impidió que Artur Mas lo fuera por el caso 3%. Al frente de la Generalitat tuvo como objetivo convencer a un pueblo y un Estado de que iba en serio, de que tenía las estructuras de Estado, el reconocimiento y la valentía para declarar la independencia de Cataluña. Pero no. Huyó. Con una chapucera DUI suspendida y la justicia en los talones de todos los que le sigieron. Todo fue un gran truco, con mucho sufrimiento.

Salvador Illa llegó al ministerio de sanidad cuando todavía se hacía llamar el ministerio "maria", por eso de que no tenía competencias para nada y poca actividad. Llegó la pandemia y de ser un ministro menor, Illa llegó a protagonizar la gestión de todo un gobierno. Tranquilidad, serenidad, confiabilidad son los atributos que supo consolidar en un liderazgo completamente diferente al que marcan los signos de los tiempos. Luego, el relevo al frente del PSC le valió a los socialistas la primera victoria en años, aunque sin gobierno. Supo esperar, haciendo gala de su discreción y su huida de las polémicas. El pasado jueves, hizo lo mismo. No echar más leña al fuego y esperar su momento. Y llegó.

Pactos vs soledad

Salvador Illa ha llegado a la Generalitat tras fraguar un acuerdo complejo con ERC y los Comuns, pero que lleva detrás muchas horas de exploración de confianza. Sin esperar grandes réditos, fue capaz de llevar al PSC a pactar unos presupuestos para Cataluña con Pere Aragonés al frente, habiendo ganado las elecciones… vamos como si Feijóo quisiera pactar los PGE con Sánchez. La valentía de llegar a un acuerdo con un partido independentista en el poder formaba ya parte de la manera de entender la política de Illa, mejor un mal pacto que una buena ruptura.

Carles Puigemont está solo, él no dejará la política, pero la política lo dejará a él. El recibimiento el pasado jueves por parte de unas tres mil personas muestra el monto de su capital político. Su carrera ha estado plagada de rupturas: con la herencia de CIU, con el PDeCAT, con ERC, con algunos de los máximos dirigentes de su partido, con la ANC… Puigdemont no ha sabido mantener unido lo que un día la causa independentista consiguó juntar.

Convivencia vs conflicto

Después de darle muchas vueltas, he hallado una explicación a la visita de Puigdemont a Barcelona durante la pasada sesión de investidura. No le encontraba sentido arriesgar tanto para tan poco, pues, un día de titulares y memes los consigue cualquiera. Pero tras escuchar algunos especialistas en derecho procesal que aseguran que este paso puede ser muy negativo para él en cuanto a la aplicación de la Ley de amnistía, creo saber la razón. Echar más leña al fuego, seguir imputado, continuar con la estrategia joker de cuanto peor mejor. Solo así, se entiende que viniera para hacer un discurso de cinco minutos que no cambiaba el destino de Cataluña: ser gobernada por un Salvador Illa.

Al nuevo president de Catalunya no le he visto iniciar una polémica, ni aumentar alguna ya creada desde que se convirtió en un actor político de primer nivel (antes no les puedo decir). Cada vez que alguien ha tratado de encontrarle las cosquillas se ha encontrado con un muro infranqueable, el de su seriedad y capacidad para apaciguar la situación. Como ministro, jefe de la oposición o candidato a la presidencia siempre ha mantenido un tono que roza lo aburrido, que en la tierra del Dragon Khan, las urnas ha recompensado. No sabemos cómo será al frente de la Generalitat, pero pocos hombres parecen llamados a pasar página al procés con su capacidad de apagar fuegos.

La política es un juego de contrastes que llevadas al extremo se convierten en el fenómeno de la polarización. Cataluña, como en tantas cosas, fue pionera en esto también, llevando al extremo el juego identitario, que tan rentable fue para algunos y tan caro para otros. El pasado jueves, durante la sesión de investidura del Parlament catalán, el contraste político fue máximo. Salvador Illa, el hombre tranquilo, dentro del Parlament con un discurso para todos los catalanes. En la calle, Carles Puigemont, el ilusionista, el creador de los golpes de efecto, apelando a una parte, cada vez más pequeña, de Cataluña. Illa y Puigemont son las dos caras de la política: la gestión vs el meme.

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