Sin permiso
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Juan Carlos y Ábalos, ¿chismografía?
En ambos casos todo se mezcla, infidelidades, supuestas corrupciones, faltas de ética impropias de sus cargos y la impunidad de creerse que nada de esto saldría a la luz
Cuando llegas al poder debes sentir un cierto escalofrío debido a la responsabilidad, proyección y satisfacción que conlleva acceder al cargo. El sistema simpático debe activar la alerta para detectar todos los riesgos que puedan poner en riesgo el objetivo alcanzado. Pero, la capacidad de adaptación del ser humano es de tal calibre que hace que el hombre se acostumbre al poder y quiera dominarlo, hacerlo suyo. Debe ser ahí, cuando se activa el sistema parasimpático, el que activa el estado de relajación, se dejan de ver riesgos y se considera que puede hacerse lo que se quiera porque el poder protege de la posibilidad de perderlo, ese sentimiento de impunidad en el que la ambición desmesurada y el abuso de poder hacen nicho.
El pasado jueves, día 10 de octubre, Felipe González y Alfonso Guerra, fueron preguntados por Susanna Griso por los audios de Bárbara Rey. Los exlíderes se negaron a contestar por estos particulares que atañen a sus años al frente del ejecutivo español. Ambos se mostraron, incluso, ofendidos porque se les preguntara por la crónica rosa. La periodista, enseguida, aclaró que no quería que González y Guerra emularan a Patiño y Esteban, sino que los audios de la amante tenían mucho de política, por ejemplo, si se había pagado con fondos reservados el silencio de la amante del rey durante años. González, que tiene muchas entrevistas sobre los hombros y capacidad retórica, supo hábilmente contestar para eludir la respuesta: con la que estaba cayendo, Maduro atrincherado en el poder en Venezuela tras el pucherazo, la invasión de Ucrania, la inestabilidad de Oriente Medio, que esto le parecía todo "chismografía" y que él no iba a entrar en semejante asunto. Algo así ocurrió cuando los medios de comunicación empezaron a destapar el escándalo de las mascarillas, del supuesto caso Koldo, Ábalos, en la que también se hablaba de la vida personal del exministro y de su principal asesor. Algunos aludieron que todo lo que se estaba publicando formaba parte de una suerte de crónica rosa de la vida díscola del político socialista.
A riesgo de parecer polémica, me parece que los casos de Juan Carlos I y de José Luis Ábalos guardan ciertos paralelismos. En ambos casos, son dos hombres poderosos que en el ejercicio de su cargo tuvieron comportamientos reprochables desde un punto de vista ético; otra cosa ya es la legal. Mientras que Juan Carlos I se libró de los tribunales; el caso de Ábalos, está en una fase muy incipiente. Cuando escribo estas líneas todavía no está siquiera imputado, pero ha pedido comparecer en los tribunales de forma voluntaria para defenderse de un informe de la Unidad Central Operativa en el que lo relacionan con Aldama, a través de pagos para sufragar más de 80.000 euros por un piso para su pareja mientras era ministro y la adquisición de un chalet que supuestamente, se lo compró la trama de Aldama, para que luego él lo "alquilara" y en el que la trama le preguntó a Koldo, si lo quería con muebles o sin muebles, a lo que el ministro contestó "que dejen el piano". Pedro Sánchez cesó a José Luis Ábalos como ministro y como secretario de organización de forma fulminante en julio del 2021. En aquel momento, no se encontraban motivos de peso, en octubre del 2024 encajan las piezas.
Juan Carlos I abdicó en su hijo Felipe VI en el 2014. En aquel momento, el comunicado de su marcha ya dejaba entrever lo que estaba por venir. "Con el mismo afán de servicio a España que inspiró mi reinado y ante la repercusión pública que están generando ciertos acontecimientos pasados de mi vida privada, deseo manifestarte mi más absoluta disponibilidad para contribuir a facilitar el ejercicio de tus funciones, desde la tranquilidad y el sosiego que requiere tu alta responsabilidad". Ciertos acontecimientos, así en genérico, parecían aludir a su animada vida sexual, sus escarceos con mujeres de muchos ámbitos que habían permanecido ocultos en los mentideros de la villa. Sin embargo, en el 2018, Corinna Larsen, una de las amantes del Borbón, que quería asegurarse los 65 millones de euros, que se supone que le guardaba al monarca, tiró de la manta y admitió que el rey había cobrado comisiones y que tenía dinero guardado en paraísos fiscales. Finalmente, los tribunales no han podido juzgar al rey emérito, que sigue en su empeño de volver a España republicana, haciendo una fundación en Abu Dabi para que sus hijas puedan cobrar su herencia y publicando unas memorias en las que se reivindica.
Aunque Juan Carlos no pisará los juzgados, sus escándalos no han cesado; ahora tenemos a disposición de la opinión pública los audios grabados por Bárbara Rey en los que se abren nuevas incógnitas que no tienen que ver con comisiones por obras o evasión de capitales, sino que abren la posibilidad de que en el golpe de Estado del 23-F estuviera involucrado el propio rey. Algo de este calibre acabaría con el capital político del que ha vivido Juan Carlos I hasta nuestros días: "Armada no ha dicho nunca ni una palabra" ¿sobre qué?; urge desbloquear la ley sobre los secretos oficiales, porque la España moderna no se puede permitir secretos de Estado, somos una sociedad madura para asumir los hechos y no una versión edulcorada sobre un señor al que pocos ya le tienen respeto y menos admiración. Además, los audios de Bárbara con el rey, han devuelto a la actualidad la polémica de la supuesta extorsión de la artista para que con fondos públicos reservados se parara su silencio durante todos estos años. Más político que una extorsión de Estado… no imagino.
En ambos casos todo se mezcla, infidelidades, supuestas corrupciones, faltas de ética impropias del ejercicio de sus cargos, la impunidad de creerse que nada de esto saldría a la luz. Juan Carlos I y José Luis Ábalos son protagonistas de la prensa por truculentas historias en las que el poder, el dinero, las mujeres y la falta de responsabilidad evidencian que se creyeron dueños del poder, que no era suyo y esa es la grandeza de las democracias.
Cuando llegas al poder debes sentir un cierto escalofrío debido a la responsabilidad, proyección y satisfacción que conlleva acceder al cargo. El sistema simpático debe activar la alerta para detectar todos los riesgos que puedan poner en riesgo el objetivo alcanzado. Pero, la capacidad de adaptación del ser humano es de tal calibre que hace que el hombre se acostumbre al poder y quiera dominarlo, hacerlo suyo. Debe ser ahí, cuando se activa el sistema parasimpático, el que activa el estado de relajación, se dejan de ver riesgos y se considera que puede hacerse lo que se quiera porque el poder protege de la posibilidad de perderlo, ese sentimiento de impunidad en el que la ambición desmesurada y el abuso de poder hacen nicho.
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