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La ONU no sirve de nada, le dijo la sartén al cazo
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Ángel Villarino

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La ONU no sirve de nada, le dijo la sartén al cazo

Despreciar, ridiculizar y caricaturizar la ONU sin tener la más remota idea de lo que hace es una de las más antiguas y extendidas tradiciones populistas. La actitud es muy parecida a la que se usa para cuestionar otras instituciones

Foto: Pedro Sánchez habla durante la Cumbre de Acción Climática. (Reuters/E. Muñoz)
Pedro Sánchez habla durante la Cumbre de Acción Climática. (Reuters/E. Muñoz)
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Esta semana hemos tenido que escuchar varias veces eso de que "la ONU no sirve para nada", algo que ocurre cada vez que un presidente español pisa la ONU. Parece que es lo único que sabemos del funcionamiento de la ONU, que no sirve para nada. Que allí se pierde tiempo y dinero discutiendo temas demasiado abstractos y demasiado lejanos como el cambio climático o las armas nucleares. Justo al revés que en el Congreso de los Diputados, o en el Senado, donde solo se discute de cosas de vital importancia, como el precio de unos pinganillos.

La certeza de que la ONU no sirve de nada se suele complementar con hipérboles sobre su parálisis. ¿Cómo va a funcionar un órgano en el que participan 193 países en representación de cerca de 8.000 millones de personas? Suena imposible, sobre todo, si tenemos en cuenta que aquí no logramos que se entiendan ni siquiera dos o tres personas de un mismo partido político que, además, hablan el mismo idioma. En la ONU hay seis lenguas oficiales (árabe, chino, español, inglés, francés y ruso), pero en sus salones y pasillos se escuchan y traducen cientos. Imagínense todos esos pinganillos encima de un escaño. Imaginen la factura. ¿A quién se le ocurre juntar a tanta gente diferente en la misma sala?

Foto: El presidente del Gobierno español en funciones, Pedro Sánchez. (EFE/Borja Puig)

La factura es, por cierto, otro de los temas polémicos de la ONU. Dinero que pagan los respectivos países, sus contribuyentes, para alimentar un monstruo burocrático que emplea a más de 40.000 personas y que cuesta unos 3.000 millones de euros al año. Eso es una cantidad considerable dinero. Solo treinta veces menos de lo que ha incrementado su patrimonio Elon Musk en un ejercicio. Compararlo es demagogia porque Musk pretende transformar la Humanidad, colonizar la luna, acabar con el movimiento woke en Twitter y cosas así. Mientras, las agencias de la ONU se dedican a temas aburridísimos, como vacunar al 45 por ciento de los niños menores de cinco años que nacen en el mundo o dar atención médica a las madres de 30 millones de bebés al año. Sus fondos de alimentos dan de comer a unos 160 millones de personas cada año, incluidos 20 millones de niños que tienen asegurada una comida al día en las zonas más castigadas del planeta.

Esa es la pata humanitaria de un organismo que no nació con propósitos humanitarios, sino que fue ocupando el espacio a petición de sus socios. Su cometido principal es funcionar como un foro internacional, el único de sus características, que se pueda ocupar no solo de discutir las tensiones y conflictos que surgen por el mundo, sino también de auspiciar acuerdos internacionales para los que no hay otro mecanismo, con los planes de desarme o las negociaciones sobre los recursos de alta mar. Más allá de las misiones de paz, suelen convertirse en el servicio de limpieza de las guerras. Se ocupan de retirar minas, coordinar planes de reconstrucción y asistir a las víctimas. También organizan la respuesta sanitaria y ofrecen guías de actuación cuando hay desastres naturales como terremotos, tsunamis o pandemias. Pero no son asuntos tan importantes, eso es cierto, como el pin parental o las subvenciones para que los jubilados paguen menos cuando van al cine.

Foto: Pedro Sánchez, en la Asamblea General de la ONU. (EFE/Miguel Rodríguez)

La ONU y sus agencias tienen los problemas propios de cualquier monstruo burocrático, cometen muchos errores y arrastra notables ineficiencias de muy compleja solución. Algunos de sus empleados cobran demasiado para lo que hacen, otro defecto que no sufren en solitario. Es cierto que su consejo de seguridad necesita una reforma urgente, algo que sale a relucir en las constantes críticas y auditorías a las que someten el organismo desde mil frentes, empezando por los propios estados que la financian. Son sus gobiernos, a la postre, quienes manejan los hilos y deciden. Lo recordaba el otro día el propio presidente Antonio Guterres en esta entrevista con Christiane Amanpour. "Yo no tengo poder", resumía, enfatizando el malentendido sobre lo que puede hacer por la gobernabilidad un foro de países. La ONU no es un gobierno global, no tiene poder ejecutivo, ni fuerza coercitiva. No puede acabar con guerras, ni conflictos, ni obligar a las naciones a hacer lo que no quieren. Y menos mal. Deténganse a pensar las implicaciones que tendría lo contrario.

Si nos quitamos el palillo de la boca y lo vemos con un poco de perspectiva, hay que reconocer que la ONU ha tenido un papel importante en algunas de las mejores cosas que nos han pasado en las últimas décadas: desde el fin de la Guerra Fría y la desescalada nuclear, al descenso vertiginoso de la mortalidad infantil. Desde llevar letrinas donde no las había, a escolarizar a millones de niños; de la mundialización de las vacunas a la llegada de agua potable a regiones enteras. Ha evitado y suavizado decenas de hambrunas y ha acogido a millones de víctimas en campos de refugiados. Como dijo su segundo presidente, un tipo que se llamaba Dag Hammarskjöld y que murió en un accidente de avión durante una misión al Congo, la ONU "no ha sido creada para llevar a la humanidad al cielo, sino para salvarla del infierno". Han pasado casi 80 años desde que se inauguró y por ahora no hay ninguna alternativa seria.

Despreciar, ridiculizar y caricaturizar la ONU sin tener la más remota idea de lo que hace es una de las más antiguas y extendidas tradiciones populistas. Al resultar una institución lejana a la que sale gratis desprestigiar, lleva muchos años sufriendo ataques parecidos a los que ahora sufren pilares del sistema mucho más cercanos. Y no está mal recordar de vez en cuando que el virus es el mismo.

Esta semana hemos tenido que escuchar varias veces eso de que "la ONU no sirve para nada", algo que ocurre cada vez que un presidente español pisa la ONU. Parece que es lo único que sabemos del funcionamiento de la ONU, que no sirve para nada. Que allí se pierde tiempo y dinero discutiendo temas demasiado abstractos y demasiado lejanos como el cambio climático o las armas nucleares. Justo al revés que en el Congreso de los Diputados, o en el Senado, donde solo se discute de cosas de vital importancia, como el precio de unos pinganillos.

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