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Aún quedan días de verano
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Agustín Rivera

Tinta de Verano

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Aún quedan días de verano

Si hasta ahora no he optado por una Tinta de Verano costumbrista, en la última de esta temporada también me voy a librar (aunque a estas

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Aún quedan días de verano

Si hasta ahora no he optado por una Tinta de Verano costumbrista, en la última de esta temporada también me voy a librar (aunque a estas alturas de la escritura ya no esté muy seguro) de caer en esa tentación. No hablaré ni del último capítulo de Verano Azul con ese crepuscular final del verano que acababa con la muerte de Chanquete: “Algo se muere en el alma cuando un amigo se va”. Tampoco voy a cantar aquí, desafinaría bastante, en plan Dúo Dinámico, eso de “el final de verano llegó y tú partirás”. Los bañadores se pliegan. Y los fieles musulmanes celebran, a media tarde, el Ramadán. Se fijan en el almanaque y comprueban que todavía estamos en agosto. Pero esto es el fin. O el principio del fin.

 

Si agosto agoniza toca hacer las maletas. Arturito Torremocha, también. Arturito es un personaje que exige un homenaje nacional. Su padre literario, José María de Loma, lo ha mandado al paro hasta julio de 2010. A Torremocha, como a una familia que vi jugar el miércoles por la noche al billar en la terraza de un bar irlandés de Benalmádena Costa, este año se lleva a la Meseta la sombrilla, los cubos y el flotador. Antes abandonaban/olvidaban estos utensilios playeros en el apartamento de alquiler, como si fuesen un libro de esos danzarines que viajan por medio planeta, pero los euros cada vez dan para menos florituras y ahora quieren ahorrarse el gasto (para ellos nada superfluo).

 

A mi amiga el final del verano le recuerda a Grease, la película brillantina que mi hermana Cristina veía sin parar en su vibrante adolescencia. Recuerda ella que en la película setentera John Travolta y Olivia Newton-John se conocen cuando acaban sus vacaciones. No está nada mal conocer a gente interesante la última semana de agosto. Así sólo te quedas con los buenos momentos, que suelen coincidir con los primeros. Luego la cosa se empieza a torcer. Si mejora ya hablamos de milagro.

 

Los propietarios de apartamentos también han colgado un cartel ideal para hacer amigos. No apto para los que no creen en las bondades del turismo: “Menos mal: ¡Ya se han ido!”. Ahora pueden aparcar sin problemas, sin dar tantas vueltas. Los que se van no saben lo que se pierden. Es verdad, como decía el otro día Matías Vallés en el Diario de Robinson de este diario, que septiembre es el “secreto mejor guardado de Mallorca”.

 

Málaga y la Costa del Sol no podrán competir jamás con los silencios cómplices de Sa Roqueta, pero también estamos aprendiendo del seny mallorquí y a los madrileños y sevillanos les decimos que agosto es el súmmum. Aún no saben que el mejor mes para tomar vacaciones es septiembre. Los ricos es justo en este momento cuando empiezan su descanso. Los forasters (esta expresión la aprendí en Mallorca) se han exiliado al todavía leve tráfico del Madrid tardoagosteño. No se lo pierdan el próximo año. Vengan en septiembre. O mejor quédense aquí, con la Tinta bien cerca. Porque aún quedan días de verano…

Si hasta ahora no he optado por una Tinta de Verano costumbrista, en la última de esta temporada también me voy a librar (aunque a estas alturas de la escritura ya no esté muy seguro) de caer en esa tentación. No hablaré ni del último capítulo de Verano Azul con ese crepuscular final del verano que acababa con la muerte de Chanquete: “Algo se muere en el alma cuando un amigo se va”. Tampoco voy a cantar aquí, desafinaría bastante, en plan Dúo Dinámico, eso de “el final de verano llegó y tú partirás”. Los bañadores se pliegan. Y los fieles musulmanes celebran, a media tarde, el Ramadán. Se fijan en el almanaque y comprueban que todavía estamos en agosto. Pero esto es el fin. O el principio del fin.

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