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Audrey Hepburn: un ángel en la adorable Marbella de los 60
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Agustín Rivera

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Audrey Hepburn: un ángel en la adorable Marbella de los 60

Sean Hepburn desayuna un surtido exquisito de quesos frescos en el Beach del Marbella Club. Su hijo Santiago, de nueve años, se baña en la coqueta

Foto: Sean Hepburn y Jeniffer Love Hewitt junto al sello honorífico de Audrey Hepburn. (Reuters)
Sean Hepburn y Jeniffer Love Hewitt junto al sello honorífico de Audrey Hepburn. (Reuters)

Sean Hepburn desayuna un surtido exquisito de quesos frescos en el Beach del Marbella Club. Su hijo Santiago, de nueve años, se baña en la coqueta piscina. Este Hepburn, productor y guionista de cine, es el primogénito del matrimonio de Audrey y Mel Ferrer. Sean nació en 1960, un año después del rodaje de Desayuno con Diamantes. Hacía 23 años que no regresaba a su infancia marbellí, esa década que vivió en Santa Catalina, a 200 metros del enclave creado por Alfonso de Hohenlohe. Hepburn habla de su antigua casa, de la Marbella de los 60 y 70; también de esa mamátan adorable que le llevaba al colegio, como una madre normal, sin creerse el mito de Hollywood.

Hepburn hijo ha dirigido durante 20 años la fundación de su madre. ¿Por qué continúa atrayendo la figura de la intérprete de Sabrina o Charada? Audrey Hepburn es la guapa del apartamento de al lado. La chica, picarona y dulce, a la que todo el mundo quiere; la que toma un taxi en un Manhattan desierto para desayunar frente al escaparate de Tiffany’s. Ese estilo y elegancia estilizada tan influyente en las mujeres de varias generaciones. Hubo otra Audrey: “Mi mamá, que podría haber anunciado perfumes como otras, decidió usar su imagen para ayudar a los niños africanos como embajadora de Unicef”, cuenta Sean Hepburn. Murió el 20 de enero de 1993. Su huella permanece. También en Marbella.

Cuando Alfonso Hohenlohe empezó a construir el Marbella Club, llamó a un cierto número de personas clave de prestigio internacional para que compraran los terrenos más próximos a la playa y se construyeran casas. En el verano de 1964 los Ferrer/Hepburn ya residían en el hogar marbellí. El matrimonio apenas convivió allí dos años. Se separaron en 1966, aunque Ferrer y su hijo Sean pasaron largas temporadas en Santa Catalina hasta que llegó 1974 y el actor vendió la casa. “Mi padre temía miedo al fin del Gobierno de Franco: pensaba que iban a venir los comunistas y expropiarlo todo”, cuenta Sean. Mel Ferrer se asustó y se compró un rancho “muy bonito” en Santa Bárbara, cerca de Los Ángeles, donde pasó el resto de su vida.

Sean Hepburn. (A. Rivera)Seis décadasde ‘Vacaciones en Roma’

El matrimonio se encargó personalmente del diseño de una casa muy sencilla, con el suelo de ladrillo rojo y muebles blancos. Diseñada en forma de U, mirando hacia el mar, tenía un salón con chimenea y una mesa fuera en el porche para comer al fresco. Junto a la cocina, un pequeño cuarto donde dormía Antonia, una mujer que trabajaba a tiempo completo para la familia y que cocinaba una “maravillosa tortilla de papas con cebolla”. En otro dormitorio se alojó durante un par de veranos la madre de la última esposa de Mel, LisaFerrer, descendiente del novelista ruso León Tolstoi. “Mi mamá y mi papá rodaron juntos Guerra y paz y el cuarto matrimonio de mi padre fue con una Tolstoi; es curioso”, relata Sean Hepburn, que posa para la fotografía con el número de la revista Fotogramas dedicado a su madre con motivo del 60 aniversario de Vacaciones en Roma.

La actriz prefería la piscina a la playa. Cada casa albergaba su propio sistema de desagüe hacia el mar y si cambiaba la marea… ya no valía la pena nadar en el Mediterráneo. Por eso, muchas viviendas empezaron a construirse una piscina. Hepburn cuidada ese rostro delicado y luminoso. Tomaba baños solares a primera hora de la mañana o por la tarde. Huía de las horas centrales del día. “Siempre tomó el sol con mucha precaución”, cuenta su hijo. Sobre su delgadez, Sean Hepburn asegura que su madre comía de todo. Entonces, ¿cuál era el secreto para conservar esa figura? “Sólo tomaba una porción de cada cosa. Si quería pasta se la servía con ensalada y si comía carne, igual. Le importaban mucho los colores en un plato. Decía que un plato lleno de blanco no podía ser muy interesante para ver y que tampoco era muy saludable. Con los colores siempre componía espinacas y zanahorias”.

Un té con el pianista Rubinstein

El jardín de Santa Catalina tenía un pinar que bajaba hasta la playa. En ese momento no existía paseo marítimo. Los paparazzi acababan de estrenarse en La Dolce Vita y todavía respetaban la vida privada de los famosos. Audrey Hepburn se sentía libre, montaba en burro por el monte y almorzaba en el restaurante del Marbella Club donde había un chef austriaco que preparaba un dulce con helado cubierto de merengue denominado Alaska cocinada. Una de las aficiones favoritas de la artista era tomar el té con amigos como el pianista Arthur Rubinstein, quizá el mejor intérprete de Chopin de todos los tiempos. “El genio es una cosa, lo necesitas como la sal en una comida, pero con carne buena e ingredientes de base. Ensayaba siete horas al día y tenía una mano muy flácida y suave, como la de una señora mayor, tenía una maravillosa mezcla entre la delicadeza y el sentimiento”, recalca Sean.

Mel Ferrer, Audrey Hepburn y la esposa de Arthur Rubinstein en el Marbella ClubAudrey Hepburn sabía que Marbella era territorio de Mel. Por eso, no regresó a Santa Catalina. Con su segundo marido residió en Roma y luego en Suiza, en la casa de campo de La Paisable, donde murió. “Asociaba a Marbella con su matrimonio con mi padre y le quería respetar. De hecho, era muy respetuosa, pero sin dejar de hablar del cariño de los años en Marbella”, narra Sean Hepburn, americano de pasaporte y residente ahora en Florencia (está casado con una italiana: tienen cinco hijos, algunos de relaciones anteriores).

Aunque lejos de modo físico, la intérprete de Dos en la carretera recordaba cómo la mudanza a Marbella vino tras comprobar el excesivo frío que hacía en su casa de Los Alpes. “Mis padres tuvieron el sueño de que Santa Catalina se convirtiera en una casa donde pasar los inviernos; me acuerdo de pasar las Navidades en una clima maravilloso como el de Marbella y una lluvia muy dulce”, explica el hijo de Audrey y Mel en un perfecto castellano con acento italiano. Y se muestra orgulloso de cómo esta zona de la Milla de Oro marbellí permanece muy bien conservada (la vegetación ayuda), con el encanto de hace medio siglo, aunque lamenta cómo los Gobiernos “tanto de izquierdas, como de derechas” (incluida aquella Gil Epoque) se hayan vuelto “locos con el desarrollo inmobiliario”.

La casa de La Herradura

Para estar cerca de sus amigos de Granada, donde organiza en febrero un festival de cine clásico con recuperación de películas de Bogart, Marilyn Monroe y su madre, cómo no, se ha alquilado este verano una casa andaluza en la Punta de la Mona, en La Herradura (la Costa Tropical granadina). “Allí he encontrado este feeling de los 60 y 70, donde se mezcla gente con dinero y con sueños; parece como el último enclave de hippies de la época, donde no cuenta tanto el coche que tienes ni los metros cuadrados de tu vivienda”. Le dijeron que la casa era demasiado funkie para él, pero entró, la vio y pensó que era para él. Contrató una línea de Internet, una ducha fuera de la casa con piedras en el suelo, como lo había antes en la céntrica Plaza de los Naranjos de Marbella, y con jazmín, “algo auténtico”.

Audrey Hepburn jamás se dejó tragar por el virus Hollywood. Y no quería estar lejos de sus hijos. No quería perderse su educación, ni el día a día. “Intentó no hacer tres cosas al mismo tiempo como hacen muchos en Hollywood y dejó su carrera para ser una mamá a tiempo completo. Realmente la conocí como una Mamá que me recogía en el colegio, me compraba los libros, los calcetines y se levantaba todas las mañanas con el pelo aplastado, una madre verdadera. ¡Qué suerte!”. Tras la exclamación, suspira. Y se escucha un silencio de tres segundos.

¿Cuándo supo Sean que su madre era una estrella? Primero se dio cuenta que era actriz. En su casa sintonizaban dos canales en blanco y negro. De vez en cuando emitían películas de ella. “Mira, mira, mamá está en la televisión”, decía Sean a su padre. “En ese tiempo, cuando eras un actor famoso, te daban una copia de la películas que habías rodado en formato 16 milímetros. Empecé a descubrirla viendo sus trabajos en un viejo proyector, con ese sonido tan característico, que estaba en la terraza de mi casa. Descubrí que era una buena actriz, pero mi hermano y yo no entendimos lo que había tocado a la gente hasta el momento que falleció”.

La memoria de Audrey

Audrey Hepburn y Mel Ferrer en Holanda. Llegaron 25.000 personas al pueblecito suizo donde murió la actriz. Vehículos aparcados en los caminos sólo para darle el último respeto, gente que condujo días enteros llegadas de todas las partes de Europa. La familia recopiló en 150 bolsas gigantes cientos de cartas, paquetes, regalos y origami en Japón. “Pensamos en contestar a todos, pero fue imposible. Tendríamos que haber contratado una armada de secretarias durante un año. Fue increíble. Ahí entendimos que no sólo era una actriz, una estrella de cine, una mujer que posiblemente habría condicionado el estilo y la moda, sino que también había tocado al público como embajadora de Unicef”, detalla Sean Hepburn.

El público registró en su memoria colectiva la imagen alegre de Audrey Hepburn, pero su hijo admite que su vida alojaba cajones agridulces, incluso “tristes”: no conoció a su padres, sufrió hambre durante la II Guerra Mundial, fracasó en varios matrimonios, sufrió tres abortos naturales antes de alumbrar a Sean y maldijo la hambruna y la guerra en Sudán, Etiopía y Eritrea, sobre todo, en la África subsahariana. “Esos fueron momentos muy duros para ella. Estoy feliz que no conociera la tragedia en Ruanda; estaba ya muy enferma y se lo ocultamos”, admite. El efecto Hepburn en Unicef fue más que evidente. Cuando la intérprete empezó a ayudar, la organización empleaba a 5.000 personas. Poco después había doblado su presupuesto y la plantilla.

Sean Hepburn creó la fundación pública en memoria de su madre, además del fondo Audrey Hepburn dentro de la propia Unicef. Ahora, veinte años después, viviendo entre Florencia y California, quiere volver a su carrera en el cine. Le da vueltas a una historia del Rock & Roll. El niño de Mel y Audrey, aquel que jugaba en Santa Catalina con los Bismarck, Larisch y Hohenlohe, sale del Beach del Marbella Club en busca de su antigua casa. La encuentra. Se le ilumina el rostro. Le enseña el pinar a Santiago, su bambino, que sabe muy bien quién fue su abuela: la sonrisa enamoradiza que fascinó a los espectadores con su icónico vestido negro de Givenchy. Un ángel en la adorable Marbella de los sesenta.

Sean Hepburn desayuna un surtido exquisito de quesos frescos en el Beach del Marbella Club. Su hijo Santiago, de nueve años, se baña en la coqueta piscina. Este Hepburn, productor y guionista de cine, es el primogénito del matrimonio de Audrey y Mel Ferrer. Sean nació en 1960, un año después del rodaje de Desayuno con Diamantes. Hacía 23 años que no regresaba a su infancia marbellí, esa década que vivió en Santa Catalina, a 200 metros del enclave creado por Alfonso de Hohenlohe. Hepburn habla de su antigua casa, de la Marbella de los 60 y 70; también de esa mamátan adorable que le llevaba al colegio, como una madre normal, sin creerse el mito de Hollywood.

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