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Cinco riesgos latentes que amenazan la estabilidad mundial
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Cinco riesgos latentes que amenazan la estabilidad mundial

¿Existe el riesgo de que se produzca una tormenta perfecta sobre la economía mundial? La última teoría de Nouriel Roubini, catedrático de la Universidad de Nueva

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¿Existe el riesgo de que se produzca una tormenta perfecta sobre la economía mundial? La última teoría de Nouriel Roubini, catedrático de la Universidad de Nueva York y aspirante al Nobel de Economía desde que se erigió en gurú planetario por anticipar la crisis financiera internacional de 2008, está asentada sobre cuatro pilares: la bomba fiscal de Estados Unidos; el aterrizaje del PIB chino; la reestructuración de la deuda europea y el estancamiento de Japón. Todos ellos, peligros en ciernes con una razonable base científica y estadística, vestigios cada vez menos velados y, sobre todo, con perspectivas de convertirse en realidad a medio plazo.

Sin embargo, los malos augurios de Roubini presentan varios elementos meteorológicos combinados dentro de su tormenta perfecta. Y, al mismo tiempo, tampoco son los únicos fenómenos con previsión de vientos huracanados. La prolongada volatilidad de los mercados, las renovadas dudas sobre la liquidez de la gran banca internacional, las desempolvadas presiones inflacionistas de las materias primas y la amenaza geoestratégica de la nueva Al Qaeda de Al Zawahiri y su obsesión por atentar contra instalaciones y centros energéticos neurálgicos globales, cierran este cúmulo de cumbres borrascosas. En esencia, se podría hablar de cinco grandes peligros que se ciernen sobre la estabilidad económica y financiera mundial.             

Dos años de crisis de deuda europea, sin desenlace a la vista. El último episodio de la crisis de la deuda europea habla de la concesión, por parte del eje franco-alemán, el BCE y el FMI, de un periodo de dos semanas de estrecha vigilancia a Atenas, hasta comprobar la puesta en marcha del duro ajuste fiscal, como condición previa a la liberación de los últimos y acuciantes préstamos del primer rescate griego y los primeros del segundo salvavidas financiero. Cada vez más indispensables para evitar la quiebra y, acto seguido, emprender una reestructuración más o menos camuflada de la deuda del país. ¿Anticipo de divorcios en la zona del euro? O, incluso, el comienzo del final de la unidad monetaria europea, opción que no descarta Roubini.

“Demasiadas palabras para tan escasos progresos”. Así sintetiza Carolina Newhouse, analista de BNP Paribas las dudas negociadoras en las instituciones europeas que ha despertado la crisis griega. A su juicio, la lectura esencial es que los poderes económicos (Berlín); monetario (BCE) y multilateral (FMI), “han exigido mayores dosis de estabilidad política a un Gobierno renovado, el del primer ministro Papandreu, para facilitar la ayuda”. Pero los riesgos ocultos aventuran tensiones de liquidez en el sector bancario europeo más expuesto al sistema financiero heleno -básicamente francés y alemán- y posibilidades de contagio a Irlanda y Portugal -los otros dos socios del euro con un rescate sobre sus espaldas- y de propagación ulterior hacia otras latitudes.

Italia, el campo de batalla

De hecho, Edgard Altman, colega de Roubini en la Universidad de Nueva York, y Maurizio Esentato, CEO y fundador de Classis Capital, se aventuraron a presagiar, hace escasas fechas, en las páginas de Financial Times, que la auténtica y crucial batalla de la crisis de la deuda europea no se librará en estos socios periféricos. Ni siquiera en España, al que retiran el cartel de bastión definitivo del euro. Con independencia de si será, o no, la siguiente pieza del dominó. En su opinión, el territorio que albergará la contienda definitivo de la divisa europea será Italia y sus casi 2 billones de euros de endeudamiento, la mayor y más estructural -la tercera economía del área monetaria ingresó en este club duplicando este criterio de Maastricht, situado en el 60% del PIB- de las deudas soberanas europeas; sólo comparable, en porcentaje, a la belga, el otro foco de reciente tensión en los mercados.

Los escasos avances en armonización fiscal, laboral, y las distorsiones en las balanzas de pagos, comerciales y en las cuentas públicas de los socios europeos en el último decenio, tras el nacimiento del euro, que denota una falta de liderazgo político notable, son los polvos que han engendrado el lodazal actual en el Viejo Continente. El “Lehman Brothers sobre suelo europeo”, como ha denominado a esta espiral caótica el propio comisario de Asuntos Económicos y Monetarios, Olli Rehn, y que ha desencadenado la Guerra Fría entre las fuerzas que, al unísono, cimentaron las bases del equilibrio del euro -el BCE y Alemania- y que ahora se aprecia con nitidez por sus diferentes visiones sobre la cirugía que se debe aplicar para contener la hemorragia griega.            

Tambores de quiebra en EEUU        

Nuevo crash bursátil mundial con réplicas del tsunami financiero. ¿Puede haber una señal más elocuente de volatilidad de los mercados que el hecho de que los principales índices de las bolsas de Alemania -el gran contribuyente neto en la crisis de la deuda europea- y de España -con una prima de riesgo por encima de los 200 puntos básicos respecto al bono alemán y bajo estricta vigilancia de los inversores ante una posible  suspensión de pagos- sean los únicos de la zona del euro en números negros este año? Probablemente sí: Wall Street. El mayor centro financiero mundial está sometido a notables vaivenes debido a la compleja y titubeante coyuntura estadounidense, con despidos masivos en sus grandes entidades financieras, pesimismo inversor, rebajas de los ratings corporativos de su sector privado o la debilidad de la confianza de los consumidores. Pero también sometido a fuerzas endógenas como los tambores de quiebra en Estados Unidos, apuntado desde varias latitudes del mercado, pese a que todavía persiste la compra de bonos americanos por parte de bancos centrales foráneos, en especial, el chino, o el repunte del precio de los Credit Default Sawps (CDS) contratos de derivados financieros que sirven de seguros de impago de las deudas privadas.

Bajo este panorama, parece consecuente que la tercera parte de los expertos del mercado señalaran a la fuerte inestabilidad bursátil como principal factor de riesgo, según un reciente sondeo del Instituto CFA, asociación mundial de analistas financieros, por delante de las amenazas sobre las deudas soberanas o las presiones inflacionistas. O que diagnósticos, como el mensual de junio de Credit Suisse, recomienden una política neutral de compras, pese a los bajos precios de los activos en Estados Unidos y Europa, a la “espera de un catalizador”; es decir, de un dato macroeconómico que dirija al alza los indicadores bursátiles o impulse la inversión privada. Entretanto, ofrecen como alternativa inversora dos clásicos: la todavía deprimida industria inmobiliaria norteamericana y las materias primas, en especial, el petróleo y el gas.  

Aunque también resultan elocuentes los riesgos bursátiles de la revisión de las calificaciones de deuda que acaba de admitir Moody’s sobre bancos europeos -cita expresamente a los griegos, irlandeses y portugueses, pero también a británicos por el tamaño de algunos de ellos en dificultades de liquidez, como Lloyd’s; españoles, por la complejidad de la salida a bolsa de las cajas de ahorros; italianos, suizos y, por supuesto, franceses y alemanes-, y de Oriente Próximo por los efectos de las revueltas sociales árabes. Al igual que el reciente planteamiento del Banco Internacional de Pagos (BIS, según sus siglas en inglés), en fase de estudio, de elevar en un 3,5% el peso del requerimiento adicional de capital para los bancos de dimensión global dentro de Basilea III y que quedó fijado en el 7% de su capital básico.

Debilidad en Reino Unido y EEUU

Contagio europeo a Estados Unidos y debilidad en Reino Unido y Japón. Roubini acaba de proclamar la entrada, en una segunda dimensión, de la crisis de deuda y déficit europea, que ya arrastra, en la misma dirección, a Estados Unidos. La encrucijada fiscal entre republicanos y demócratas para elevar el techo de endeudamiento americano no sólo está detrás de la leve, pero palpable, fuga reciente de capitales; también es la causa de una cada vez menos hipotética pérdida del rating triple A de la mayor economía del país y de la parálisis de la Administración, en la antesala de un año, el 2012, con elecciones a la Casa Blanca.

El problema reside en la urgencia con la que el Congreso debe alcanzar ya un doble acuerdo, para poner freno al galopante endeudamiento y para firmar la paz presupuestaria hasta los comicios presidenciales, antes del receso estival, a finales de julio, y a tiempo para evitar los impagos a funcionarios, previsto para el 2 de agosto por el Tesoro, aclara Klaus Deutsch, de Deutsche Bank. En un momento en el que, como admite la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER, según sus siglas en inglés), institución que determina oficialmente los ciclos económicos en EEUU y que acaba de reconocer que, pese a cumplirse dos años del final de los números rojos en el PIB, todavía no se puede proclamar la recuperación. Y en el que, como alerta Ethan Harris, economista de Bank of America Merrill Lynch para Norteamérica, cada vez se observan más similitudes con la Gran Depresión. Entonces, -aclara Harris- “la economía se colapsó de 1929 a 1933, creció entre este año y 1937 y, con posterioridad, entró en una segunda recesión con caída del 30% de la industria y un repunte galopante del desempleo”. En este sentido, la consultora McKinsey recuerda que si la mayor economía del mundo quiere volver a coquetear con el pleno empleo necesita crear 21 millones de puestos de trabajo hasta 2020.

Este escenario sombrío también se vislumbra en Reino Unido y Japón. En la economía europea, por la atonía del consumo, atenazado por la baja productividad y el fantasma inflacionista, y la dureza del ajuste presupuestario, que ya ha provocado dos recaídas trimestrales. Mientras que en Japón, los efectos del tsunami no sólo ha provocado un socavón en el PIB, sino que ha devuelto al país a la coyuntura de la década perdida, la de los noventa, en la que la demanda interna no dio señales de vida ni con tipos de interés próximos a cero ni con los constantes programas de estímulo fiscal.

El sobrecalentamiento del PIB chino se traslada a los mercados emergentes. En China cada vez son más las voces que se aventuran a presagiar un descenso brusco de actividad en la segunda economía del planeta, acostumbrada a dos décadas de crecimiento en dobles dígitos. El gran mercado emergente y sostén de la crisis económica global revela “síntomas de fragilidad” a los ojos de Roubini. Una visión que comparte Tao Dong, analista de Credit Suisse en Hong-Kong, para quien el PIB chino “se dirige a un aterrizaje suave en la segunda mita de este año, pero con cada vez más opciones de convertirse en uno forzoso”; en esencia -precisa Dong-, por el paulatino cierre del grifo crediticio a las pequeñas y medianas empresas, que tienen que acudir al mercado libre, mientras las compañías estatales reciben préstamos sin cautela pero con evidentes riesgos de excesivo endeudamiento, y por la amenaza de estallido de la burbuja inmobiliaria en el país. Este horizonte inmediato se complica, además, por el combustible inversor y comercial que China ejerce sobre otras latitudes emergentes, en especial, el resto de Asia y América Latina, cuyas economías se aprestan a endurecer sus condiciones monetarias para combatir la inflación.

Inestabilidad de las materias primas. El crudo puede saltar por los aires -por encima de los 150 dólares- en caso de atentado contra instalaciones energéticas por parte de alguna célula de Al Qaeda. Una vieja obsesión de su actual líder, Al Zawahiri, el médico egipcio que inculcó el fundamentalismo radical islámico a Osama bin Laden, y que ha vuelto a emerger como amenaza geoestratégica global desde la desaparición del histórico dirigente de Al Qaeda. Sobre todo, en Arabia Saudí, escenario de intentos de ataques entre 2006 y 2008. Pero también en algún punto de los oleoductos o gasoductos que recorren las ex repúblicas soviéticas o Turquía desde las fuentes petrolíferas del Cáucaso. Cualquier sabotaje o atentado de estas características elevaría el denominado impuesto terrorista -pago de garantías en el transporte de combustible- que los analistas económicos cifran en torno al 20% del precio del barril de crudo. En el servicio de estudios de Morgan Stanley, por ejemplo, mantienen una previsión media del Brent de 120 dólares para este año y de 130 para  2012, pese a las caídas de precio en Europa y Estados Unidos de las últimas semanas por el agravamiento de la crisis de la deuda en la zona del euro, la ralentización de la economía mundial e, incluso, el reciente recorte de la oferta de petróleo en el mercado que acaba de establecer la Agencia Internacional de la Energía (AIE).

Una tendencia alcista que también afectará a los alimentos, la otra parte de la pinza que presiona los índices de inflación mundiales. Un reciente estudio de la OCDE y la FAO afirma que “los repuntes de precios” de los últimos años en los cereales y los productos de primera necesidad “será una constante”, a pesar de la relajación de los últimos meses. El informe señala que el valor de mercado de los cereales será un 20% más alto al final de esta década con respecto al periodo 2001-2010 -año que marcó el récord de cotización- y los productos cárnicos un 30% más elevados.

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¿Existe el riesgo de que se produzca una tormenta perfecta sobre la economía mundial? La última teoría de Nouriel Roubini, catedrático de la Universidad de Nueva York y aspirante al Nobel de Economía desde que se erigió en gurú planetario por anticipar la crisis financiera internacional de 2008, está asentada sobre cuatro pilares: la bomba fiscal de Estados Unidos; el aterrizaje del PIB chino; la reestructuración de la deuda europea y el estancamiento de Japón. Todos ellos, peligros en ciernes con una razonable base científica y estadística, vestigios cada vez menos velados y, sobre todo, con perspectivas de convertirse en realidad a medio plazo.

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