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Útiles o importantes

El papel sustituye al esfuerzo, justifica el nombramiento y trata de ganarse la 'auctoritas'. “Es un tipo preparado, tiene siete másteres”

Foto: Cristina Cifuentes, en la Asamblea de Madrid. (EFE)
Cristina Cifuentes, en la Asamblea de Madrid. (EFE)

“El problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles sino importantes”, Winston Churchill. Esta frase resume con precisión la 'crisis de los diplomas' que vivimos estos días. El penoso espectáculo de una presidenta agitando un papel, falso y falsificado, queriendo demostrar que no había falsedad ni falsificación, ha removido nuestro ya de por sí convulso escenario político. Muchos de los miembros de nuestra clase política han llegado a la vida pública ayunos de confianza en sí mismos. La 'dedocracia', que ha regido el acceso a los puestos más altos de las listas electorales, tiene un pernicioso efecto en el ánimo de quienes han alcanzado estas posiciones: falta de autoestima. Cuando uno debe su puesto al favor y no al mérito o al esfuerzo, necesita de esta capa que envuelva sus miserias. Un disfraz que le otorgue un prestigio, que le permita ganar autoridad y dejar de ser visto como un simple enchufado.

Lo hemos visto mil veces. Secretarios de Estado cuya vida profesional comienza y acaba con el dedo del partido. Hombres y mujeres que necesitan revestirse de licenciaturas y másteres que les permitan explicar que tienen categoría suficiente. Que tienen capacidad, más allá del aguante de haber sido sumisos a la voluntad del partido, para ocupar los puestos que ocupan. La adquisición de diplomas se convierte por tanto en una especie de novedoso 'cursus honorum' con el que poder justificar la responsabilidad alcanzada.

La 'dedocracia' tiene un pernicioso efecto en el ánimo de quienes han alcanzado estas posiciones: falta de autoestima

El papel sustituye al esfuerzo, justifica el nombramiento y trata de ganarse la 'auctoritas'. “Es un tipo preparado, tiene siete másteres”. Esta ha sido la realidad de muchos personajes que han pretendido comprar lo que otros se han ganado con su sudor. “El sinalagma”, así lo explica, brillante como siempre, Rodrigo Tena en su videoblog 'Hay derecho' de esta semana. Un contrato que permite, a cambio de un pago sustancioso, adquirir un certificado de suficiencia intelectual. Estos ropajes sin embargo no solo no consiguen encubrir la esquelética condición de estos personajes travestidos, sino que incrementan aún más la triste imagen que de ellos tiene la ciudadanía. Es como ver a Chiquilicuatre disfrazado de Pavarotti.

Hubo un tiempo glorioso en que los políticos se hacían con tiempo, esfuerzo, valor y compromiso. Winston Churchill fue un nefasto estudiante. No consiguió entrar en ninguna de las universidades que correspondían a su noble cuna. Ni siquiera logró entrar en caballería, el recurso militar de los nobles que no accedían a la universidad, sino que tuvo que conformarse con entrar en Sandhurst, la academia de infantería. Sin embargo, el joven Winston adquirió mediante el esfuerzo y la lectura un vasto conocimiento de los clásicos, arriesgó su vida combatiendo en la India y en África, trabajó como periodista de guerra y consiguió un escaño en Oldham sin necesidad de disfrazarse de lo que no era. Uno de los políticos clave de la historia de Europa no poseía un solo título universitario.

La política no necesita de títulos, necesita de compromiso, valor, inteligencia y sobre todo de una cosa: vocación de servicio

La política no necesita de títulos, necesita de compromiso, valor, inteligencia y sobre todo de una cosa: vocación de servicio. Vocación de ser útil a los demás, de cambiar tu país, de mejorar las condiciones de los tuyos. Ganas de transformar la realidad y hacerla más justa, más limpia, más noble. Esa es la característica de los buenos políticos. Son aquellos que no se conforman con ocupar un puesto como forma de ganarse la vida. Son los que quieren el poder no como un altar desde donde ser admirados, lo quieren para generar un nuevo marco de vida para sus ciudadanos. Esos políticos no enseñan másteres, enseñan cicatrices. Nadie se preguntó nunca por los títulos de Gregorio Ordóñez. Nunca necesitó presumir de ellos. Quería una sociedad libre del miedo y de la tiranía. Felipe González no necesitó ser nada más que abogado laboralista para ser un buen político. Soñaba un país distinto, eso bastaba. No conozco ningún personaje verdaderamente relevante, en la historia política del mundo, que utilizase estas trapacerías que hoy inundan nuestros medios de comunicación. Los verdaderos políticos, los auténticamente necesarios, son los que no solo quieren ser importantes, sino que quieren ser, sobre todo, útiles a su país. Hoy, en Madrid, algunos pelean por seguir siendo importantes.

*Francisco Igea es diputado de Ciudadanos en el Congreso de los Diputados.

“El problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles sino importantes”, Winston Churchill. Esta frase resume con precisión la 'crisis de los diplomas' que vivimos estos días. El penoso espectáculo de una presidenta agitando un papel, falso y falsificado, queriendo demostrar que no había falsedad ni falsificación, ha removido nuestro ya de por sí convulso escenario político. Muchos de los miembros de nuestra clase política han llegado a la vida pública ayunos de confianza en sí mismos. La 'dedocracia', que ha regido el acceso a los puestos más altos de las listas electorales, tiene un pernicioso efecto en el ánimo de quienes han alcanzado estas posiciones: falta de autoestima. Cuando uno debe su puesto al favor y no al mérito o al esfuerzo, necesita de esta capa que envuelva sus miserias. Un disfraz que le otorgue un prestigio, que le permita ganar autoridad y dejar de ser visto como un simple enchufado.

Cristina Cifuentes PP de Madrid Ciudadanos