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¿Qué hay que hacer con la extrema derecha?
Lo mejor es empezar con el dato real que demuestre que mienten. Porque lo que quieren, por interés material o por resentimiento, es sentirse justificados para hacer lo que hacen y, de paso, para odiar
Desde la reorganización de la derecha que hizo Aznar para salir de la identificación con el franquismo y llevarla al neoliberalismo, fue un lugar común decir que en España no había una extrema derecha parlamentaria porque estaba en el PP. Y era cierto.
La extrema derecha siempre ha existido desde la Revolución Francesa. Es un producto necesario del capitalismo, especialmente en sus crisis, como espacio de defensa violenta —material o simbólica— del 'statu quo'. Robespierre no tiene todavía una calle en París.
La economía de mercado, como explicó Polanyi en 'La gran transformación', genera una sociedad de mercado donde manda la competitividad en todas sus intensidades. Cuando la competitividad es alta, se parece a una guerra fría. Pero guerra. En la lucha inclemente por el beneficio, los que triunfen por encima de las mayorías lo harán porque la correlación de fuerzas sociales se ha inclinado a su favor. La explicación ausente de los orígenes de la extrema derecha es la económica. No con una suerte de mecanicismo que lo explica todo, sino como condición necesaria para entender su origen.
Cuando la izquierda fracasa en ofrecer una solución al resentimiento, crece algún 'a por ellos'
Las causas económicas son condición necesaria del auge de la extrema derecha. Los dirigentes de Vox tienen una voluntad económica de privilegio, igual que en Ciudadanos y el Partido Popular. Si las tensiones con Cataluña fueran en una zona pobre de España, la radicalidad de la confrontación bajaría varios enteros. La defensa de un mundo reaccionario —con toros, señoritos, obispos, hombres y blancos— no es sino la construcción de un decorado donde no se cuestionan las jerarquías que habría creado la nación, Dios o la naturaleza. La mujer liberada es un cuestionamiento a ese orden, igual que lo son los trabajadores sindicalizados o los inmigrantes que reclaman derechos.
Es verdad que a las huestes de la extrema derecha se suman personas guiadas por el resentimiento que necesitan canalizar su ira hacia algún chivo expiatorio. El ciclo de impugnación abierto con la crisis está abierto. Y puede caer del lado de la derecha o de la izquierda. Cuenta el primatólogo Richard Sapolski en su libro '¡Compórtate!' que en un experimento con monos para saber los efectos de la testosterona, se verificaba una consecuencia contraintuitiva. A unos monos situados en el puesto tercero de la jerarquía de poder, con dos por arriba y dos por abajo, el efecto de la testosterona no era animarles a subir de puesto sino a tener comportamientos violentos con los inferiores. El lumpen del siglo XIX y XX era una parte esencial de la violencia de derechas. Cuando la izquierda fracasa en ofrecer una solución al resentimiento, crece algún 'a por ellos'.
¿Aislar a los enemigos de la democracia?
¿Hay que aislar a la extrema derecha? Es curioso que esa pregunta nunca se ha hecho con la extrema izquierda, porque directamente se la ha aislado sin que eso generase la menor duda. Se ha aislado incluso a los demócratas que han cuestionado el crecimiento de las desigualdades en España. Los medios de comunicación saben para quién trabajan. En los últimos meses, han sido ellos quienes han construido cuatro mensajes que llamaban a gritos a la extrema derecha: los inmigrantes como un peligro histórico; la ruptura de España por culpa del separatismo; la crisis económica y la corrupción ligadas a las burocracias de los partidos y no a las privatizaciones y al saqueo de las élites, y la demonización de la izquierda con acusaciones falsas de financiación extranjera (hoy ya sabemos que ha sido Vox quien se ha financiado con dinero de Irán. Pero da lo mismo, porque esa financiación probada no generará los ataques que generaron las falsas acusaciones contra Podemos).
Ninguno de los partidos de la derecha en España ha nacido porque el PP dejara de ser de derechas
Ninguno de los partidos de la derecha en España ha nacido porque el PP dejara de ser de derechas. Han nacido porque querían ocupar un espacio de poder particular —estos partidos son también espacios de asignación económica para sus líderes—, desde alguna escisión del PP.
Había una ventana de oportunidad para la derecha abierta por dos causas. Por un lado, por la moderación del PP. El PP, como partido de gobierno, tenía la necesidad de sumar una mayoría que incorporase al centro. Ese PP se comportaba menos de derechas con la inmigración, con el centralismo, con el autoritarismo de lo que algunos pretendían. El ministro Montoro acusó a Ciudadanos, cuando se opuso al cupo vasco, de no tener ni idea de lo que es España. Otra ventana de oportunidad la abría la corrupción. Es evidente que Ciudadanos tuvo el impulso del Ibex 35 para cubrir el deterioro electoral del PP y frenar el ascenso de Podemos con, en palabras del presidente del Banco Sabadell, un “Podemos de derechas”.
En este sentido, no existe ninguna razón de fondo para que el PP, Ciudadanos y Vox no lleguen a todo tipo de acuerdos. Aislar a Vox es una mera estrategia de 'marketing' sin contenido. Porque comparten lo sustancial. En otros países de Europa, el auge de la extrema derecha puede generar quiebras en el bloque de poder. Es evidente que en Estados Unidos Donald Trump no está beneficiando a los grandes negocios mientras intenta ganarse al mundo rural. De la misma manera que el discurso de Marine Le Pen señala a la globalización neoliberal como responsable y Salvini hace un discurso que impugna las decisiones económicas de la Unión Europea. Esto es impensable en el caso de ninguno de los tres partidos de la derecha españoles. Las únicas disidencias que vamos a encontrar entre ellos son de estilo.
A Ciudadanos, que quiere representar una derecha liberal, respetuosa del Estado de derecho, educada y aseada, las maneras de Vox lo desnudan. Igual que quiebra su estrategia que les recuerden que fueron a las elecciones europeas con Libertas, un grupo de extrema derecha. Sin embargo, Ciudadanos no ha tenido el más mínimo reparo en apoyar al PP de Esperanza Aguirre y de Cristina Cifuentes en Madrid, de Antonio Sánchez en Murcia, de Rajoy en La Moncloa —por supuesto, con sus cloacas policiales y empresariales—. Al moderado Rivera no le ha temblado la voz al pedir la retirada de la tarjeta sanitaria a los inmigrantes sin papeles o apoyar la impunidad de los bancos y las inmobiliarias durante la crisis. Ciudadanos es un partido fuertemente de derechas que pretende presentarse como un partido de centro, pero al que le salen constantemente su radicalismo neoliberal, su machismo —en el aborto, en los vientres de alquiler, en la violencia de género—, su xenofobia, su centralismo canovista y su nacionalismo agresivo.
Vox es, a día de hoy, un producto principalmente mediático construido desde las ventanas de oportunidad abiertas con la crisis y desde las amenazas y con las millonarias estrategias de Steve Bannon, el artífice de la victoria de Trump, Bolsonaro o el Brexit. Si Vox se convierte en Aurora Dorada o en el Vlaams Belang flamenco o el Fidesz húngaro, va a depender de la correlación de fuerzas, no de que no quiera parecerse a ellos. El espacio de Vox es el de la 'derecha sin complejos' y, como apadrinados por Aznar, igual que Casado y que Rivera, es más que probable que arrastren al PP y a Ciudadanos a sus posiciones a que se moderen dentro de alguna coalición.
Los demócratas y la extrema derecha
El escenario político más probable será uno donde Vox siempre sume sus votos con el PP y Ciudadanos cuando se trate de formar gobiernos, al tiempo que intentarán mantener la ficción de que no son iguales —algo en lo que va a insistir Ciudadanos, que sin embargo va a aceptar siempre sus votos—. Vox seguirá tensando los mensajes y haciendo de fuerza de choque más allá de lo que hagan o digan el PP y Ciudadanos, más interesados en mantener algún voto centrista. Entre los tres se van a repartir los papeles bajo la corona de Felipe VI y la bendición de José María Aznar.
Si Vox se convierte, por ejemplo, en el Vlaams Belang flamenco, va a depender de la correlación de fuerzas, no de que no quiera parecerse a ellos
La principal estrategia inmediata de Vox es lograr protagonismo. Es la misma estrategia diseñada por Bannon para Trump. Se dice una barbaridad que sea mentira o una medio mentira y se obliga a que todo el mundo la repita hasta hacerla cierta. No hay 52.000 inmigrantes sin papeles en Andalucía. Pero ya da lo mismo. De la misma manera que no hay prácticamente denuncias falsas de mujeres sobre malos tratos ni es cierto que tengan la mínima intención de acabar con ningún chiringuito (de hecho, Abascal vivió del chiringuito de 92.000 euros sin tarea reconocida que le montó Esperanza Aguirre con dinero de todos los madrileños). Tampoco les preocupan la soberanía de España ni las falsas vinculaciones de ningún partido con otros países (son ellos los que han recibido financiación de Irán, igual que el PSOE la recibió de Alemania, Ciudadanos del Ibex 35 y el PP de robarnos a los españoles).
Para evitar esto, lo mejor es siempre empezar con el dato real que demuestre que mienten. Van a tener el apoyo de los medios y de mucha gente a la que le da lo mismo que mientan. Porque lo que quieren, por interés material o por resentimiento, es sentirse justificados para hacer lo que hacen y, de paso, para odiar. En una sociedad, como decíamos, que es una lucha de todos contra todos, el odio es un buen combustible para los que no tienen escrúpulos. Y los demócratas tienen que aprender que votar es esencial, que el 41% de andaluces que se quedaron en casa debieran haber peleado algo más su voto y que, además, votar ya no va a bastar para defender la democracia.
Hay que demostrar que no son fuerzas antisistema, sino que son sistema en estado puro. Son gente que viene de ser cargos del franquismo, de pertenecer a las familias de la empresa y las finanzas, cercanas a las cloacas del Estado y que han vivido muy bien siempre por la cercanía al poder político. No son nunca empresarios competitivos sino miembros de ese capitalismo parasitario español que, como han demostrado los jefes de la patronal encarcelados por ladrones, solo saben hacer negocios hundiendo los salarios o robando.
Y hay que decirles a los votantes del PP y de Ciudadanos que se están dejando arrastrar a espacios que no son compatibles con la democracia. No se trata de ocultar que en esa deriva Ciudadanos, PP y Vox son lo mismo —como desde algunos espacios se está planteando—, sino de decirles a los votantes decentes del PP y de Ciudadanos que están votando a fuerzas de odio, que no respetan los derechos de las mujeres, que aumentan las desigualdades al apostar por los ricos, que no tienen ética alguna de lo público y que están ayudando a los que quieren romper Europa y confrontarnos a los españoles unos contra otros.
Desde la reorganización de la derecha que hizo Aznar para salir de la identificación con el franquismo y llevarla al neoliberalismo, fue un lugar común decir que en España no había una extrema derecha parlamentaria porque estaba en el PP. Y era cierto.