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Tribuna
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Fractura social
Del plan de ingeniería social del pujolismo llamado Programa 2000 se deriva la actual fractura social en Cataluña, fractura que fue latente hasta 2014 y evidente desde entonces
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Resulta paradójico que a estas alturas se cuestione que en Cataluña exista una fractura social. Si algún error se ha cometido desde el constitucionalismo ha sido aceptar acrítica y dócilmente el marco mental del separatismo, asumiendo que existe una realidad inmanente en la sociedad catalana que modela al individuo en una especie de —verdadera— catalanidad. Volver a insistir en este error sería imperdonable, por mucho que se adujese que existe un movimiento estratégico detrás de ello, porque además ahondaría en la miopía endémica que confunde lo táctico con lo estratégico, lo político con lo sociológico, porque el problema en Cataluña es principalmente sociológico trufado de hitos y desafíos políticos.
Recuerdo cómo en la reunión anual del Cercle d'Economia en Sitges del año pasado, los próceres del PDeCAT y ERC afirmaban sin rubor que la fractura social era una invención de aquellos que estamos en contra del proyecto independentista y de los medios de comunicación de Madrid, imagino que el acoso a los que no pensamos igual, la muerte civil de aquellos que osan protestar, la persecución obsesiva del idioma español, la estigmatización del contrario, la espiral de silencio, los lacerantes casos de acoso a los padres que piden que se cumplan las sentencias, los que hemos tenido que llevar escolta policial, a los que nos han amenazado por el mero hecho de disentir, la asunción de que en Cataluña existen dos comunidades diferenciadas y antagónicas con base en un proyecto político… todo esto no es fractura social (nótese la ironía), solo formaría parte de la 'normalidad' a la que nos quieren someter los ideólogos del 'prusés'.
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La asunción de según qué 'frames' me recuerda la metamorfosis social que se produjo en el periodo de entreguerras que nos explica Sebastian Haffner en su 'Historia de un alemán', asumir que el separatismo solo se equivoca en sus métodos pero no en las premisas es aceptar la preeminencia y la legitimidad de los que creen que solo hay una forma adecuada de ser catalán, forma que necesariamente debe coincidir con un planteamiento ideológico, como si el sustrato cultural y lingüístico determinase al ciudadano y el principio de ciudadanía, porque, seamos claros, la división social en Cataluña comienza por la imposición de un escenario de diglosia en el que lo español es considerado algo de segunda, una anomalía cultural y política (política en la visión histérica que tiene el nacionalismo de la misma).
Echo de menos este análisis estratégico de la realidad catalana, noto cierto desconocimiento del marco cultural subyacente por parte de una clase política más preocupada por el calendario electoral que por una solución a medio y largo plazo del problema con el separatismo catalán, un encararlo como un problema de Estado, algo que debería estar por encima de la lógica competencia entre partidos. En un mundo ideal, imagino cómo en los debates electorales del 28-A los partidos hubiesen encarado el tema catalán como un tema de Estado excluyéndolo del rifirrafe propagandístico, hubiese sido un mensaje demoledor para aquellos que quieren dinamitar nuestro Estado de derecho y romper nuestro país.
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Como reflexión final, comentar que es cierto que las sociedades, como dice Benedict Anderson, son comunidades imaginadas, sin embargo, dichas comunidades nunca deberían imaginarse como instrumentos para separar y, menos aún, separar con base en prejuicios culturales o lingüísticos, cosa que sí ha hecho y hace el nacionalismo desde tiempos del pujolismo de mano de su plan de ingeniería social llamado Programa 2000: de dicho plan se deriva la actual fractura social en Cataluña, fractura que fue latente hasta 2014 y evidente desde entonces.
*José Rosiñol Lorenzo, expresidente de SCC.
Resulta paradójico que a estas alturas se cuestione que en Cataluña exista una fractura social. Si algún error se ha cometido desde el constitucionalismo ha sido aceptar acrítica y dócilmente el marco mental del separatismo, asumiendo que existe una realidad inmanente en la sociedad catalana que modela al individuo en una especie de —verdadera— catalanidad. Volver a insistir en este error sería imperdonable, por mucho que se adujese que existe un movimiento estratégico detrás de ello, porque además ahondaría en la miopía endémica que confunde lo táctico con lo estratégico, lo político con lo sociológico, porque el problema en Cataluña es principalmente sociológico trufado de hitos y desafíos políticos.