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Francisco Igea

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Pongamos que no hablo de Madrid

Hay otra España, una España verdadera, en la que existe la discrepancia política, pero también la solidaridad y la comprensión de los problemas de quienes nos enfrentamos a la gestión diaria

Foto: Una persona camina por la calle en la capital. (EFE)
Una persona camina por la calle en la capital. (EFE)

“Allá donde se cruzan los caminos...”. El epicentro de todas las batallas, la única política que interesa. Durante estos meses, y sobre todo durante estas últimas semanas, en este país solo se habla de Madrid. Los cronistas políticos, asentados en una burbuja que comienza en San Jerónimo, pasa por Sol y acaba en la Moncloa, con alguna visita muy esporádica a la plaza de La Marina, ignoran lo que ocurre en sitios tranquilos como Galicia, Aragón, Extremadura, Castilla-La Mancha o Castilla y León. Estos territorios solo existen en periodo electoral, un periodo en el cual los candidatos nacionales se dan un garbeo para hablar de la España vaciada, hacerse una foto abrazando una vaca y recaudar los diputados necesarios para conformar unas mayorías cada vez más exiguas.

Durante estos seis meses, esa España, la España de las autonomías, la España que se ocupa de los servicios esenciales, de la sanidad, de las residencias, de la educación, esa España, ha estado trabajando duramente para frenar las consecuencias de la pandemia y el desgobierno. No le pondré colores porque tiene muchos: azules, rojos y naranjas. En estas tierras se han hecho políticas, más o menos eficaces, pero sin broncas diarias, sin alharacas, sin banderas y trompeterías innecesarias. Hay otra España, una España verdadera, en la que existe la discrepancia política, sí, pero también la solidaridad y la comprensión de los problemas de quienes nos enfrentamos a la gestión diaria.

Estos territorios solo existen en periodo electoral, un periodo en el cual los candidatos nacionales se dan un garbeo para hablar de la España vaciada

Existe una España de consejeros de Sanidad que intercambian información y prácticas, una España preocupada de verdad por el reto demográfico, porque es su reto, nuestro reto. Una España que necesita cobertura y conectividad. Una España que necesita una política fiscal que evite situaciones de 'dumping' fiscal que impidan el drenaje y la fuga constante de empresas a territorios, más amables fiscalmente, que incrementan de esta manera cada día su recaudación. Ese incremento es el que permite posteriormente seguir en un círculo vicioso/virtuoso (según interese) de bajada de impuestos, atracción de empresas y aumento de recaudación que permite, a su vez, nuevas bajadas. Una estrategia que vacía de recursos esta otra España.

Existe una España cansada de ver cómo toda la atención mediática se centra allí donde los magos del relato han decidido jugar su particular juego de tronos. Es frustrante y agotador que te hagan una entrevista tras otra y solo te pregunten por el Gobierno de Madrid. Existen otros 38 millones de Españoles... ¡Ya está bien! Ya está bien de convertir la política en una pelea de egos, fotografías y genios de la estrategia. Salgamos un poco de la M-30 y veamos otra España. Una España que tiene también sus universidades, sus empresas punteras, sus trabajadores del campo y de la agroindustria, trabajadores y empresarios que se han esforzado por renovarse y abrir mercados en el mundo. Existe otra España que tiene también sus hospitales, con sus profesionales, que se esfuerzan por estar al día, trabajando sin cesar y en unas condiciones muy duras para salvar el mayor número de vidas posible. Una España de la que se podrían aprender muchas cosas estos días.

Es frustrante y agotador que te hagan una entrevista y solo te pregunten por el Gobierno de Madrid. Existen otros 38 millones de españoles

Esa parte de la nación empieza a cansarse de un espectáculo vacío que no se mira más que al ombligo. La política de unos partidos que pretenden que sus organizaciones territoriales sean meros tentáculos del poder que se asienta en esa burbuja. Estamos llevando, con estas políticas, a la desafección y al surgimiento de un nuevo sentimiento de abandono y ofensa. Todos sabemos las desastrosas consecuencias que estos sentimientos pueden llegar a tener en manos de políticos sin escrúpulos. Son la semilla perfecta para quienes solo saben vivir del victimismo y el enfrentamiento. Los partidos que de verdad creemos en la nación, la de ciudadanos libres e iguales, no podemos abandonarla.

La nación tiene 44 millones de ciudadanos, cada uno de ellos tiene que ver en nosotros un proyecto para su futuro, un proyecto de igualdad, de regeneración y de progreso que cuente con todos. Esa España, que ha visto el buen rendimiento de las políticas insolidarias y egoístas del nacionalismo, empieza a cansarse de este espectáculo. Debemos parar esta política, que está convirtiendo Madrid en el centro de una centrifugadora que, a base de girar sobre sí misma, está consiguiendo alejar primero sentimentalmente y después políticamente a cada uno de esos territorios.

Esta política está convirtiendo Madrid en el centro de una centrifugadora que está consiguiendo alejar sentimental y políticamente a esos territorios

La nación necesita, hoy más que nunca, un proyecto integrador y solidario. Para ello, debemos volver a dirigirnos a sus ciudadanos como adultos. Los españoles necesitan recuperar el sentido de pertenencia y de reciprocidad. La reciprocidad que une derechos y obligaciones. Necesitamos volver a explicar qué es una nación. Una colectividad unida por la indisoluble ligazón entre la solidaridad, el derecho y el compromiso. Estos días, hemos visto buenos ejemplos de ello. Los ciudadanos nos han dado sobradas muestras de su capacidad de esfuerzo y responsabilidad. Ciudadanos que han asumido estoicamente pérdidas humanas y materiales, que han soportado con entereza las medidas restrictivas impuestas por la pandemia y que se han ganado el derecho a esa reciprocidad. Ciudadanos que no pueden ser ahora usados como peones en un tablero de ajedrez.

Es hora de que pensemos en todos los ciudadanos. En los de Madrid, naturalmente, como en los de Cataluña, por supuesto, pero déjenme que hoy les dedique las últimas líneas a esas gentes transparentes para los grandes medios: a los segovianos, lucenses, oscenses, palentinos, gijoneses, cántabros, toledanos, jienenses, cacereños... A toda esa España invisible.

Pongamos que hoy es un día diferente, pongamos que hoy... no hablo de Madrid.

“Allá donde se cruzan los caminos...”. El epicentro de todas las batallas, la única política que interesa. Durante estos meses, y sobre todo durante estas últimas semanas, en este país solo se habla de Madrid. Los cronistas políticos, asentados en una burbuja que comienza en San Jerónimo, pasa por Sol y acaba en la Moncloa, con alguna visita muy esporádica a la plaza de La Marina, ignoran lo que ocurre en sitios tranquilos como Galicia, Aragón, Extremadura, Castilla-La Mancha o Castilla y León. Estos territorios solo existen en periodo electoral, un periodo en el cual los candidatos nacionales se dan un garbeo para hablar de la España vaciada, hacerse una foto abrazando una vaca y recaudar los diputados necesarios para conformar unas mayorías cada vez más exiguas.

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