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¿Quiere el PP distinguirse de Vox?: Europa federal

Hágase el PP un favor, háganselo a todos, país y socios europeos. Aporten sustancia y perspectiva, sean pragmáticos hasta el denuedo. Propongan en su programa político el objetivo primordial de federalizar Europa

Foto: El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, y el líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE)
El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, y el líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE)

Las mejores ideas, políticas o no, son por lo general las más sencillas. A veces más osadas, otras más lúcidas, pero siempre explican una realidad antigua y conforman otra nueva. Conciliar el signo de los tiempos patrios, en los que el país está perdido en las melifluas de una polarización impostada de evocaciones pretéritas, con los tiempos europeos en los que Europa no acaba de encontrar el discurso óptimo, parece oportunismo. Lo que rezuma en la arena doméstica que es el flirteo con la dispersión centrífuga de-constituyente y lo que se cuece en Europa con la tensión entre la integración y lo inter-gubernamental que aboca a la irrelevancia más absoluta - que sospechan todos, pero no vocalizan, es exactamente lo mismo: poner en su sitio al nacionalismo, a decir de Stefan Zweig: “la peor de todas las pestes”.

¿Quiere el PP distinguirse de Vox? Nada más fácil: recojan en su programa político como primer punto el objetivo de federalizar Europa, es decir, tomen la iniciativa para abrir un proceso constituyente que pretenda la Europa Federal, haciéndose uso de su interlocución en la mesa. El sentido contrario de lo que se padece aquí.

Se matan tantos pájaros de un solo tiro. Cuando con esto de las convenciones se tilda a Casado, o al aparato del PP, de vacuidad en su fondo político quizás sea precisamente esto: que en el tenor de los tiempos- crisis patria crónica, fragmentación estructural europea- no lo vea. Con semejante iniciativa la primera impresión que asalta es la osadía.

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Ahí tiene el PP, no solo un revulsivo “de cojones” al cartelito que le colgó Vox de la “derechita cobarde”, también una refutación al sentido nacional voxero, reaccionario y reduccionista- o sea como en oposición y como él solito, aquello de una, grande y libre. Vox de Europa por lo general no dice ni mu, las cuestiones demasiado complejas no van con ellos. Y al PP se le llena la boca de “europeísmo” sin concretar muy bien qué quiere decir eso en esta coyuntura específica pospandémica de populismos, fondos europeos “Next Generation”- interinos, y de debates sobre “el futuro de Europa”. ¿Dónde están en realidad?

Por el otro lado, qué decir que no hayamos visto en esta legislatura esperpéntica salvo reincidir en lo que se cae por su propio peso. Ahí tenemos a Sánchez que, amparado por las compras del ECB y la prevalencia letal de lo inter-gubernamental en el concierto europeo, ha hecho pleno uso de la legítima soberanía parlamentaria en dar carta de validez a secesionistas y comunistas en el gobierno, la antítesis de Europa. Lo de la concertación nacional en tiempos de crisis, a lo Draghi, no va con él. En su derecho está, pero la oportunidad de interlocución quemada en el sentido contrario al signo de los tiempos, a centrifugar en vez de aunar, es palmaria. En Europa, que respetan mucho las formas, el rigor de Ley y la calidad de la acción pública, los devaneos con la Justicia, la mendacidad, la “judicialización de la política “, los indultos en Cataluña y las euro-órdenes también, a beneficio de inventario presidencial, son estertores en el patio de atrás.

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A Sánchez, que se apuntaría como loco a la propuesta de federalización europea, la credibilidad le da ya para poco, posicionar quizás a Calviño con propuestas técnicamente razonables. Se habrán dado cuenta de lo moderado que está desde la salida por bastidores del ínclito, Iglesias. Natural, como la némesis que representa a la autoridad moral, ganada a pulso, una iniciativa de tal calado no le alcanza. Ya le pidieron chitón personal en las negociaciones del “Next Generation” los homónimos de su propio espectro político. Gastarse la legislatura en fuegos fatuos que flirtean con romper la unidad del país y el principio de solidaridad e igualdad territorial en una crisis de este calado, como que te deslegitimizan para capitalizar en una interlocución que exige justo lo contrario. Sánchez nuestro intrépido de política patria se deglutió esa interlocución inter gubernamental él solito.

Autoridad moral ahí fuera la preserva el país entero en todo el embrollo europeo y el entuerto € y aun sin saberlo. Rajoy con su mayoría absoluta no solo evitó la cuestión catalana como quien no quiere la cosa. Cuando en los fragores de la crisis, allá por verano del 2012 se perdía por los pasillos evitando la prensa en la puerta del hemiciclo, demostró un profundo desconocimiento de los entresijos en cuestión. Tomamos aquella línea de crédito para los bancos y se puso al país en la palestra sometiéndolo a unos ajustes draconianos en el sector público, reforma laboral incluida. De paso hicimos de cortafuegos a que la crisis se extendiera a Italia y reventara toda la arquitectura, justo cuando Merkel, que mide muy bien, accedió a la involucración de Draghi con el “what ever it takes”. Y a los 3 años, liderando el crecimiento europeo con creces, resulta que fuimos por un momento el foco del Continente y validadores de la prescripción dura, pero cauterizadora, de Alemania. De eso se acuerdan.

Lo práctico, lo no dogmático, es cuadrar lo posible, el margen federal de fiscalidad anti-cíclica, con lo necesario, los principios

En nominal lo cobramos a lo cheli, barato, con una vicepresidencia del ECB, pero en real nos hicimos con una ascendencia sobre la capacidad de compromiso en la interlocución europea que ha sido unos de los resortes clave para poder cerrar los fondos europeos del Next Generation.

Proponer federalizar Europa en el decurso de un proceso de interlocución inter-gubernamental hacia la integración, es precisamente eso, abordar los últimos límites de lo inter-gubernamental, donde estamos. Parece inmolarse, pero en realidad es trascenderse, ningún país cabe menos en sus costuras. ¿Quién mejor que este país, que dio acuse de validez a la prescripción de salida en la crisis, para dar el paso formal adelante? - que fue además el primero en Europa al que la historia dejó tiritando…, todos van detrás…, hacemos un favor. No hay mejor corte para el cordón sanitario a todos los nacionalismos reduccionistas, Vox incluido, desde el pragmatismo y la modernidad de un siglo XXI, que la federalización. Proponer no es confeccionar o bendecir, pero sí abrir el melón de la discusión. A los países grandes, Francia y Alemania, además de la cartera, les cuesta asumir lo pequeños que son y renquean. Se respetan tanto que amagan señalando el umbral de la puerta. Pongamos el contrapunto al Brexit de Johnson.

Federalizar también predispone a ganar las guerras culturales de partida, por dilución

Hablando de pragmatismo, ahí fuera en Bruselas, están muy pero que muy perdidos en cómo cuadrar el proyecto de integración con las cuentas, la deuda y el cumplimiento de principios de gobernanza económica. Lo de presupuestos- la deuda se paga, y el valor del dinero- cuanto cuesta imprimirlo, que explicábamos aquí. La derecha europea tiene pendiente cómo atenerse a estos principios sin dogmatismos ideológicos. En estos tiempos revueltos la flexibilidad en el elenco instrumental de política económica, incluidos los déficits y la política fiscal, es un “sine qua non”. Ilustren a su partido europeo en cuestiones básicas de macroeconomía: lo de crisis por cuenta corriente frente a soberana. Dogmatismo es desentenderse del contexto o sea el relativo que marca EEUU: ese el margen. Lo práctico, lo no dogmático, es cuadrar lo posible, el margen federal de fiscalidad anti-cíclica, con lo necesario, los principios.

Y la periférica en particular tiene pendiente asumir lo que supone el grado de fractura y fragmentación norte-sur a raíz de dos crisis consecutivas, € y Covid. Tasas de desempleo del 40% o más en la juventud, ¿qué significan…? Atrévase el PP a ser realista con ese melón, quemen sus barcos. A Sánchez pedir ya se le presupone. La credibilidad en el proceso de interlocución europea se forja con exigencia y capacidad de compromiso. Vayan con eso por delante. Cuando hablan de apelar al “socialdemócrata razonable”, sin duda perplejo, o de abrirse a cerrar acuerdos aquí o allá, sean ambiciosos y generosos con sus planteamientos. Busquen 300 diputados y sustancien la interlocución.

Foto: Tino Chrupalla, candidato de AfD a la cancillería. (Reuters)

Scholz es el que habló del momento “hamiltoniano”, los Verdes incluyen en su programa el Next Generation como capacidad permanente y el liberal Lindner guarda principios y esencias. Ustedes dirán qué es ahora “europeismo”.

Federalizar también predispone a ganar las guerras culturales de partida, por dilución dentro y por choque fuera. Principios claritos y firmes: libertad, igualdad y convivencia en tolerancia, sin ataduras nacionales- ese liberalismo secular clásico, esclarece la narrativa, sin estridencias. Toda suerte de nacionalismos, castrense ecuménicos o secesionistas quiméricos, a chapotear. Si la juventud está exigente, demos buenas razones para ello. El voltaje de un impulso federalista es el contrapunto a la “dictadura cultural” de la izquierda. Expone toda la deriva identitaria de corazón sangrante aún más redundante, más extravagante. Y puestos ya en lo federal- o sea política exterior, defensa, inmigración, seguridad, etc: no lleva ni media temporada, dos o tres episodios a lo sumo, diluir el “buenismo” progre como un azucarillo.

Hágase el PP un favor, háganselo a todos, país y socios europeos. Aporten sustancia y perspectiva, sean pragmáticos hasta el denuedo. Propongan en su programa político el objetivo primordial de federalizar Europa. Adelántense.

Las mejores ideas, políticas o no, son por lo general las más sencillas. A veces más osadas, otras más lúcidas, pero siempre explican una realidad antigua y conforman otra nueva. Conciliar el signo de los tiempos patrios, en los que el país está perdido en las melifluas de una polarización impostada de evocaciones pretéritas, con los tiempos europeos en los que Europa no acaba de encontrar el discurso óptimo, parece oportunismo. Lo que rezuma en la arena doméstica que es el flirteo con la dispersión centrífuga de-constituyente y lo que se cuece en Europa con la tensión entre la integración y lo inter-gubernamental que aboca a la irrelevancia más absoluta - que sospechan todos, pero no vocalizan, es exactamente lo mismo: poner en su sitio al nacionalismo, a decir de Stefan Zweig: “la peor de todas las pestes”.

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