:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Fjournalist%2Fe46%2F3ed%2F79d%2Fe463ed79dd9ccae2817f7e752b670635.jpg)
Tribuna
Por
Pedro Arriola
Arriola supo, propició y llevó a cabo temas, asuntos y negociaciones de la mayor importancia para nuestra vida colectiva. Pero nunca alardeó de ello, ni cedió a protagonismo alguno, ni se atribuyó mérito personal alguno
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Ff20%2Fb45%2Fe4f%2Ff20b45e4fac18620a0f54526a217fb07.jpg)
Creo que es imposible encontrar a alguien que haya tratado personalmente a Pedro Arriola y que no guarde un gran recuerdo de él. Su papel en nuestra vida pública, durante decenios, ha sido tan constante, eficaz y reconocido como discreto. En ese ámbito, tan poblado de pavos reales, esto le confiere un halo de rareza absoluta. Y de grandeza. Porque al final, en la hora del último recuento vital, nadie resulta más grande que quien habiéndolo realmente sido nunca creyó serlo. Arriola supo, propició y llevó a cabo temas, asuntos y negociaciones de la mayor importancia para nuestra vida colectiva. Pero nunca alardeó de ello, ni cedió a protagonismo alguno, ni se atribuyó mérito personal alguno, ni lo mencionó siquiera. Nunca cedió a ese tic tan hispano de “si yo te contara…”. Nunca contó. Es prácticamente imposible encontrar una entrevista a Arriola, o unas declaraciones suyas, o un artículo por él firmado que revele algo de lo que él sabía que era su deber olvidar, o considerar como olvidado.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Faf2%2Fdb0%2F216%2Faf2db021629c75ecd89beab8da82be97.jpg)
Fue un pionero (y, a la vez, un indisputado maestro) en eso que ahora denominamos demoscopia política. Su obsesión por la fidelidad a la realidad, por tratar de captarla —con datos— del modo más veraz y preciso posible es legendaria. Sus análisis solían ser, recurrentemente, perspicaces, agudos, matizados y, por último, certeros. Somos muchos los que, directa o indirectamente, hemos aprendido de él lo mejor y más difícil del arte que nos esforzamos por practicar. Fue, de hecho, un maestro pero tan a su pesar y tan contra su intención, que se tomaba a broma que alguien le reconociera magisterio alguno.
Ha muerto Pedro Arriola. Hombre competente y culto. Me ayudó mucho en mi vida política. Una excelente persona y sobre todo un gran amigo mío. Descanse en Paz. pic.twitter.com/3FD4igLAwL
— Mariano Rajoy Brey (@marianorajoy) January 28, 2022
Su enorme capacidad de simpatía y empatía, y su sentido del humor, lograba distender la reunión o el encuentro más enconado de inicio, encarrilándolo hacia el intercambio respetuoso, sosegado y razonado —pero no por ello menos intenso— de argumentos, ideas o propuestas. “Pensar distinto no es ser enemigos: solo distintos”, solía decir. Era brillante, agudo, ocurrente: pero nunca hería. Y es que hablando de Pedro Arriola cabe, en última instancia, llegar al mismo balance final que, respecto de sí mismo, alcanzó alguien con quien le enorgullecía compartir paisanaje: ante todo y sobre todo más que “un hombre al uso que sabe su doctrina (ha sido), en el buen sentido de la palabra, bueno”.
Creo que es imposible encontrar a alguien que haya tratado personalmente a Pedro Arriola y que no guarde un gran recuerdo de él. Su papel en nuestra vida pública, durante decenios, ha sido tan constante, eficaz y reconocido como discreto. En ese ámbito, tan poblado de pavos reales, esto le confiere un halo de rareza absoluta. Y de grandeza. Porque al final, en la hora del último recuento vital, nadie resulta más grande que quien habiéndolo realmente sido nunca creyó serlo. Arriola supo, propició y llevó a cabo temas, asuntos y negociaciones de la mayor importancia para nuestra vida colectiva. Pero nunca alardeó de ello, ni cedió a protagonismo alguno, ni se atribuyó mérito personal alguno, ni lo mencionó siquiera. Nunca cedió a ese tic tan hispano de “si yo te contara…”. Nunca contó. Es prácticamente imposible encontrar una entrevista a Arriola, o unas declaraciones suyas, o un artículo por él firmado que revele algo de lo que él sabía que era su deber olvidar, o considerar como olvidado.