Es noticia
Pedro Arriola
  1. España
  2. Tribuna
José Juan Toharia

Tribuna

Por

Pedro Arriola

Arriola supo, propició y llevó a cabo temas, asuntos y negociaciones de la mayor importancia para nuestra vida colectiva. Pero nunca alardeó de ello, ni cedió a protagonismo alguno, ni se atribuyó mérito personal alguno

Foto: Pedro Arriola. (EFE/Archivo/Víctor Lerena)
Pedro Arriola. (EFE/Archivo/Víctor Lerena)

Creo que es imposible encontrar a alguien que haya tratado personalmente a Pedro Arriola y que no guarde un gran recuerdo de él. Su papel en nuestra vida pública, durante decenios, ha sido tan constante, eficaz y reconocido como discreto. En ese ámbito, tan poblado de pavos reales, esto le confiere un halo de rareza absoluta. Y de grandeza. Porque al final, en la hora del último recuento vital, nadie resulta más grande que quien habiéndolo realmente sido nunca creyó serlo. Arriola supo, propició y llevó a cabo temas, asuntos y negociaciones de la mayor importancia para nuestra vida colectiva. Pero nunca alardeó de ello, ni cedió a protagonismo alguno, ni se atribuyó mérito personal alguno, ni lo mencionó siquiera. Nunca cedió a ese tic tan hispano de “si yo te contara…”. Nunca contó. Es prácticamente imposible encontrar una entrevista a Arriola, o unas declaraciones suyas, o un artículo por él firmado que revele algo de lo que él sabía que era su deber olvidar, o considerar como olvidado.

Foto: Pedro Arriola. (EFE)

Fue un pionero (y, a la vez, un indisputado maestro) en eso que ahora denominamos demoscopia política. Su obsesión por la fidelidad a la realidad, por tratar de captarla —con datos— del modo más veraz y preciso posible es legendaria. Sus análisis solían ser, recurrentemente, perspicaces, agudos, matizados y, por último, certeros. Somos muchos los que, directa o indirectamente, hemos aprendido de él lo mejor y más difícil del arte que nos esforzamos por practicar. Fue, de hecho, un maestro pero tan a su pesar y tan contra su intención, que se tomaba a broma que alguien le reconociera magisterio alguno.

Su enorme capacidad de simpatía y empatía, y su sentido del humor, lograba distender la reunión o el encuentro más enconado de inicio, encarrilándolo hacia el intercambio respetuoso, sosegado y razonado —pero no por ello menos intenso— de argumentos, ideas o propuestas. “Pensar distinto no es ser enemigos: solo distintos”, solía decir. Era brillante, agudo, ocurrente: pero nunca hería. Y es que hablando de Pedro Arriola cabe, en última instancia, llegar al mismo balance final que, respecto de sí mismo, alcanzó alguien con quien le enorgullecía compartir paisanaje: ante todo y sobre todo más que “un hombre al uso que sabe su doctrina (ha sido), en el buen sentido de la palabra, bueno”.

Creo que es imposible encontrar a alguien que haya tratado personalmente a Pedro Arriola y que no guarde un gran recuerdo de él. Su papel en nuestra vida pública, durante decenios, ha sido tan constante, eficaz y reconocido como discreto. En ese ámbito, tan poblado de pavos reales, esto le confiere un halo de rareza absoluta. Y de grandeza. Porque al final, en la hora del último recuento vital, nadie resulta más grande que quien habiéndolo realmente sido nunca creyó serlo. Arriola supo, propició y llevó a cabo temas, asuntos y negociaciones de la mayor importancia para nuestra vida colectiva. Pero nunca alardeó de ello, ni cedió a protagonismo alguno, ni se atribuyó mérito personal alguno, ni lo mencionó siquiera. Nunca cedió a ese tic tan hispano de “si yo te contara…”. Nunca contó. Es prácticamente imposible encontrar una entrevista a Arriola, o unas declaraciones suyas, o un artículo por él firmado que revele algo de lo que él sabía que era su deber olvidar, o considerar como olvidado.

Celia Villalobos
El redactor recomienda