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Hijos de la democracia

Tener el privilegio de ser la portavoz de Cultura en el Congreso de los Diputados me ha otorgado un nuevo regalo. Ser el relevo de quienes consiguieron desarrollar y aprobar por unanimidad el Estatuto del Artista

Foto: Yolanda Díaz (c), Miquel Iceta (i) y José Luis Escrivá participan en un diálogo abierto con el sector artístico para analizar las medidas de mejora de la prestación por desempleo y de la protección social en el sector. (EFE/J.J. Guillén)
Yolanda Díaz (c), Miquel Iceta (i) y José Luis Escrivá participan en un diálogo abierto con el sector artístico para analizar las medidas de mejora de la prestación por desempleo y de la protección social en el sector. (EFE/J.J. Guillén)

Los de la generación del 75 recibimos un gran regalo al nacer: hacerlo simultáneamente con nuestra democracia. Fuimos los niños de la transición, envueltos en el espíritu de consenso y osadía de nuestros mayores, que supieron transmitirnos la importancia, y también lo complicado, de los acontecimientos en esos años. Nos educamos con la tolerancia y generosidad que tuvieron los constituyentes y la sociedad española en su conjunto. Muchas veces fue solo una sensación, pequeños gestos que iban calando en nuestra personalidad, otras, una verdadera epifanía del estado de libertades alcanzado. Somos la generación de una sociedad trabajadora y responsable, que creía en la palabra dada, y que sabía que ese nuevo Estado democrático, que nacía en aquel mismo año que nosotros, había que cuidarlo, que era tan frágil como un neonato, como se puso de manifiesto tras el frustrado golpe de Estado, que mantuvo a los niños de España pegados a la televisión viendo La mansión de los Plaff y a los mayores unidos por el cordón umbilical de la radio para conocer el desarrollo de los acontecimientos. Toda España recuerda aquellas horas como tan bien describe Javier Cercas en su celebradísimo libro Anatomía de un instante.

Lo que es seguro es que fuimos sin duda alguna la generación de las urnas. Más tarde llegaría la generación de Naranjito, y luego la de Curro y Cobi, y hace nada llegaba la generación de los millennials, que empezaron con el contador a cero para llamarse los del 01, 02, 03… Para esos niños, la transición queda tan lejana como indiferente, convencidos de la inmutable estabilidad de nuestro sistema, como si la Constitución siempre hubiera sido la norma que hubiera ordenado España, como si nada ni nadie pudiera derribarla. Resulta paradójico que sea precisamente el Gobierno más inestable de la historia el que ponga en jaque nuestras instituciones más robustas.

Foto: Itziar Castro posa en la alfombra roja de los Goya en 2018. (Reuters/Javier Barbancho)

Tener el privilegio de ser la portavoz de Cultura en el Congreso de los Diputados me ha otorgado un nuevo regalo. Ser el relevo de quienes consiguieron desarrollar y aprobar por unanimidad el Estatuto del Artista. En medio de una crispada moción de censura, Emilio del Río, María José García Pelayo, Miguel Lorenzo, José Andrés Torres Mora, Joan Baldoví, Guillermo Díaz y Eduardo Mora, entre otros muchos diputados, de la mano del magnífico letrado Ignacio Astarloa, consiguieron alcanzar un hito que parecía imposible. Tras más de un año de trabajo, de escucha al sector, de largas tardes de negociaciones, pudieron llegar a un consenso de 75 medidas para eliminar la incertidumbre e inseguridades en un sector que ocupa a más de 700.000 profesionales que son los guardianes de la identidad de nuestro país. Una deuda histórica que mantenía España con la cultura española y sus trabajadores.

El Estatuto del Artista fue aprobado por unanimidad en 2018. Durante los siguientes años, todos los grupos hemos promovido su agilización, hemos propuesto la creación de una comisión interministerial e insistíamos en tramitar la legislación pertinente para que por fin esas medidas vieran la luz. Que hace una semana se tramitaran tres de estas medidas por vía de urgencia es simplemente hilarante. Tristemente, el único cronograma que se ha tenido en cuenta para este decretazo ha sido el inicio de la temporada electoral.

Y es que el uso del decretazo, con el que Sánchez se ha hecho plusmarquista, es, en este caso, un insulto en general a los diputados y a los españoles que representamos, y en particular al sector cultural. ¿Cómo pueden mirar a los trabajadores de la cultura a la cara y decirles que su intermitencia es un hecho coyuntural? Quedan tantas y tantas medidas que desarrollar en el ámbito laboral, como el acceso a la formación, las cualificaciones profesionales olvidadas, las bajas por enfermedad, la solución a las cooperativas o la reincorporación al mercado laboral después de cerrar el telón de la faceta artística, que el proyecto de ley es la norma adecuada, para debatir y proponer, en definitiva, para llegar a aquel histórico consenso que salió de la Cámara Baja, estas modificaciones legislativas. No contentos con este atropello al funcionamiento de la Cámara, como también se ha vuelto habitual, Sánchez mezcla otras medidas que nada tienen que ver con la cultura, ninguneando el propio Estatuto del Artista e impidiendo que los grupos de la oposición pudieran votar libremente sobre cada cuestión.

La sociedad española está cansada de la soberbia, de una forma de hacer política que dista mucho de aquella práctica parlamentaria de hace 47 años

La sociedad española está cansada de este abuso de los reglamentos, de la soberbia de un Gobierno incapaz de desarrollar ningún tipo de diálogo o acuerdo, de una forma de hacer política que dista mucho de aquella práctica parlamentaria de hace 47 años. Una estrategia que debilita nuestras instituciones y por ende nuestro sistema democrático. Ni el sector cultural ni los españoles pueden entender esta forma de gobernar, menos aún, los hijos de la democracia.

*Sol Cruz–Guzmán. Diputada del PP. Portavoz de Cultura en el Congreso.

Los de la generación del 75 recibimos un gran regalo al nacer: hacerlo simultáneamente con nuestra democracia. Fuimos los niños de la transición, envueltos en el espíritu de consenso y osadía de nuestros mayores, que supieron transmitirnos la importancia, y también lo complicado, de los acontecimientos en esos años. Nos educamos con la tolerancia y generosidad que tuvieron los constituyentes y la sociedad española en su conjunto. Muchas veces fue solo una sensación, pequeños gestos que iban calando en nuestra personalidad, otras, una verdadera epifanía del estado de libertades alcanzado. Somos la generación de una sociedad trabajadora y responsable, que creía en la palabra dada, y que sabía que ese nuevo Estado democrático, que nacía en aquel mismo año que nosotros, había que cuidarlo, que era tan frágil como un neonato, como se puso de manifiesto tras el frustrado golpe de Estado, que mantuvo a los niños de España pegados a la televisión viendo La mansión de los Plaff y a los mayores unidos por el cordón umbilical de la radio para conocer el desarrollo de los acontecimientos. Toda España recuerda aquellas horas como tan bien describe Javier Cercas en su celebradísimo libro Anatomía de un instante.

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