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El cine (español) exige tu atención
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Andrea Levy

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El cine (español) exige tu atención

La capacidad de exigir nuestra atención es un maravilloso atributo del arte cinematográfico que siempre estuvo ahí

Foto: Sala de cine. (EFE/Mast Irham)
Sala de cine. (EFE/Mast Irham)

Piénselo el lector: ¿cuándo fue la última vez que estuvo quieto y sin mirar el móvil durante más de dos horas? ¿No fue en una sala de cine? La capacidad de exigir nuestra atención es un maravilloso atributo del arte cinematográfico que siempre estuvo ahí, y que solo ahora, cuando nuestra tecnodependencia nos hace perder capacidad de concentración, podemos valorar adecuadamente. (No, en casa no es lo mismo). Vamos al cine para disfrutar. Un disfrute entendido en un sentido muy amplio: puede estar hecho de risas y de lágrimas, de sustos o de intrigas, de emoción o de reflexión. Lo que ahora hemos descubierto es que parte del placer que extraemos del curioso acto de entrar en una sala oscura para ver una película en compañía de desconocidos proviene del mero y puro acto de concentrarse.

Y si ha habido un cine capaz de exigir nuestra atención en 2022 ha sido el cine español, que ha tenido una cosecha sobresaliente. Escoger las cinco mejores películas, en un año en que por lo menos ha habido 10 fenomenales, no era nada fácil. Tampoco lo será elegir aquella que merezca el Goya a la mejor película. ¿Con As bestas, donde Sorogoyen demuestra de nuevo ser un maestro de la trama y el suspense? ¿Con la conmovedora historia de una maternidad prematura que nos narra Pilar Palomero en La maternal? ¿Con la no menos emocionante historia de cuidados maternofiliales de Cinco lobitos, la cinta de Alauda Ruiz de Azúa? Tal vez con Alcarràs, la bellísima película de Carla Simón sobre el vínculo con la tierra a través de las generaciones. Sin olvidar Modelo 77, el drama carcelario de Alberto Rodríguez que rescata justamente del olvido el papel de los presos sociales del franquismo en el empeño por fundar un nuevo país.

Foto: La estatuilla de los Premios Goya, una reproducción del busto realizado por Mariano Benlliure en 1902.

Un cine español que merece todo el apoyo del Ayuntamiento de Madrid, algo que quedó patente en los dramáticos momentos de la pandemia, cuando el covid privó al cine de su savia, que son los espectadores en sala, y se multiplicaron las ayudas para evitar su cierre. Esto también se traduce en la nueva ordenanza de rodajes, que ha ayudado a incrementar de manera notable los rodajes de cine en la capital. El año pasado llegamos a la cifra récord de 47 largometrajes.

Pero quiero aclarar que nuestro apoyo al cine español no solo es por ser español, sino por ser cine. Como gestora pública de la cultura, estoy convencida de que ir al cine, de que ver una película en compañía de desconocidos, es una de las experiencias intelectuales más placenteras de la vida. Y resulta que esa sala oscura donde la vida se hace arte es uno de los lugares más saludables que existen, ya que nos enseña a pensar lo que piensan los demás y nos abre la mente a cómo sería nuestra vida si nosotros no hubiéramos sido nosotros. Un aprendizaje de la convivencia y de tolerancia, fundamental cuando se vive en democracia.

placeholder Fotograma de la película 'As bestas'. (EFE)
Fotograma de la película 'As bestas'. (EFE)

Tolerancia que no hubo, por cierto, hace poco en la Universidad Complutense, en un acto del que, por piedad, es mejor no recordar detalles. Una estudiante arengó allí, en la Facultad de las Ciencias de la Información, a hacer “un cine político de verdad”. ¿Por qué? No hace falta que el cine sea “político de verdad”, porque toda película, por el hecho de contarnos la historia de otra persona con sus matices, respetando la complejidad de las personas, es en cierto sentido política, aunque no sea ideológica.

Todo hecho cultural, que apela a la belleza, que provoca a sus contemporáneos, supone un compromiso ético y moral

Todo hecho cultural, que apela a la belleza, que provoca a sus contemporáneos, supone un compromiso ético y una trascendencia moral. El cine es el arte civil por excelencia, por su facilidad para ayudar a identificarnos con situaciones personales a las que de otro modo quizás hubiéramos permanecido ajenos. Nos ayuda a entender, por ejemplo, cómo es ser forastero en una aldea, madre prematura o en aprietos, un payés ante el dilema de vender sus tierras o un preso en los estertores del franquismo. El cine nos concentra y nos descentra a la vez, por eso es tan necesario. Por eso no dejaremos nunca de ir al cine ni de apoyar nuestro cine español.

*Andrea Levy Soler es delegada de Cultura, Turismo y Deporte del Ayuntamiento de Madrid.

Piénselo el lector: ¿cuándo fue la última vez que estuvo quieto y sin mirar el móvil durante más de dos horas? ¿No fue en una sala de cine? La capacidad de exigir nuestra atención es un maravilloso atributo del arte cinematográfico que siempre estuvo ahí, y que solo ahora, cuando nuestra tecnodependencia nos hace perder capacidad de concentración, podemos valorar adecuadamente. (No, en casa no es lo mismo). Vamos al cine para disfrutar. Un disfrute entendido en un sentido muy amplio: puede estar hecho de risas y de lágrimas, de sustos o de intrigas, de emoción o de reflexión. Lo que ahora hemos descubierto es que parte del placer que extraemos del curioso acto de entrar en una sala oscura para ver una película en compañía de desconocidos proviene del mero y puro acto de concentrarse.

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