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Patriotismo constitucional y nacionalismos
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Patriotismo constitucional y nacionalismos

Cualquier partido independentista, PNV, Bildu, Junts o ERC, se parece, como dos gotas de agua, en sus postulados nacionalistas a las derechas extremas. Estas hacen de tapón en Europa, aquellos de fregadero en España

Foto: Acto de JxCAT en Vic el pasado mes de julio. (EFE/Siu Wu)
Acto de JxCAT en Vic el pasado mes de julio. (EFE/Siu Wu)
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Otear el panorama político español, a la deriva las últimas décadas con cuestiones territoriales, o sencillamente "nacionalistas", todo ese peaje del Estado a la "plurinacionalidad", y hacer lo propio con el europeo en esta tercera década del siglo XXI, y uno no puede dejar de asombrarse. Por la similitud de los predicamentos. Y por la diferencia de las soluciones. "Fragmentación", es el diagnóstico común que se prescribe de forma tan distinta. Centrípeta y reglada en Europa o centrífuga y anárquica en España.

Los esfuerzos de concertación europea, forjados sobre la convergencia en Estados de derecho, tienen su negativo exacto en la dispersión patria, una bomba de relojería bajo el orden constitucional. Y es que, en esencia, cualquier partido independentista, PNV, Bildu, Junts o ERC, se parece, como dos gotas de agua, en sus postulados nacionalistas a las derechas extremas. Estas hacen de tapón en Europa, aquellos de fregadero en España. Cualquier consigna de compromiso ilustrada, universalista o cosmopolita es un cuento chino.

Tras las guerras mundiales, la politología alemana fraguó un concepto antídoto ante su legado, el 'patriotismo constitucional'

Europa, vapuleada por los embates de crisis globales y la emergencia de un mundo en clave geopolítica, sondea su integración en pos del todo. Aquí, cuestionar la Transición y su texto fundacional, la Constitución del 78, no es siquiera un designio nacional, es a beneficio de parte. Mientras el proyecto europeo, un modelo de superación de nacionalismos, se construye sobre la fortaleza del Estado de derecho, aquí, una detonación retardada del mismo claudica servil ante ellos.

Cómo no calificar este "progreso" de involucionista, retrógrado y reaccionario. Esta pulsión identitaria, esta xenofobia sutil de nuestros vascos y catalanes independentistas a la que el Gobierno rinde pleitesía, ya se ha experimentado hasta el paroxismo. De eso sabe precisamente Europa. Tras las guerras mundiales, la politología alemana fraguó un concepto antídoto ante su legado, el patriotismo constitucional. Uno que haríamos bien en aprender en estos momentos de tal inestabilidad institucional. Al fin y al cabo, como dijo Santayana: "Los pueblos que no tengan presente su pasado están condenados a repetirlo".

En un intento por recuperar un sentimiento de filiación a la patria, sin ser rehén de la invocación de rasgos identitarios, el filósofo alemán Habermas, un tipo de izquierdas (sic), promulgó ese concepto de patriotismo constitucional. Un amor de la comunidad por las leyes, por el marco constitucional que la gobierna. Y, en un sentido clásico, republicano, como el que pudiera evocar un Cicerón en la Roma antigua o un Maquiavelo en el Estado florentino. Vamos, igualito que aquí con la Constitución del 78.

Foto: Pedro Sánchez en la cumbre de líderes UE-Celac en Bruselas. (Pool Moncloa/Borja Puig de la Bellacasa) Opinión

"El patriotismo es al nacionalismo lo que la salud al cáncer", extraigo de otro texto. El primero parte de un amor sentido, pero mesurado, al territorio en el que uno nació o creció, pura contingencia. Apéndice o apendicitis que decía Marías. El segundo hace de ello un criterio supino de prioridades políticas, una religión que profesar en toda regla. Tan hipócrita como para desconocer el mundo real del siglo XXI y la intrincada red de interdependencias. Tan arrogante como para postularse contra un espíritu de civilización en lo que tiene de superación cultural.

Cuando las dos últimas décadas se anquilosa la dinámica parlamentaria de réditos a los partidos nacionalistas bisagra, vascos y catalanes, la pauta política reciente de nuestro país se forja circunvalando nuestra Constitución, como por defecto. La violencia sobre los preceptos constitucionales básicos, comenzando por "libres e iguales" y siguiendo por la solidaridad y la cohesión interterritorial, pasa de subrepticia a obscena. El socialismo, adalid de la igualdad, repartiendo prebendas y privilegios entre ciudadanos de varias categorías.

La reedición de Frankenstein promete pornografía sadomasoquista a la altura de la integridad moral y pública del director de orquesta. Referéndum de autodeterminación, amnistía, condonación de deuda, el FLA a subasta, etc. La prebenda al particularismo se oficia como desfalco al Estado. Va a ser que no estaba el nacionalismo tan "apaciguado", porque efectivamente su naturaleza es la insaciabilidad.

El posmodernismo guay, se sabe, se ufana de no necesitar coherencia, ni lógica, y se regocija en legislar sentimientos

Sin pactos de Estado, apuntamos ya a una década entera perdida. Se puede reformar la Constitución, sin duda, pero bajo la mayoría cualificada prevista de tres quintas partes del Congreso y mayoría absoluta del Senado. Lo que se atisba, sin luces y taquígrafos de espaldas al personal, gato por liebre, se concretará con el uso laxo del lenguaje y la semántica, con el funambulismo jurídico, en lo peor de la política "posmoderna". El posmodernismo guay, se sabe, se ufana de no necesitar coherencia, ni lógica, y se regocija en legislar sentimientos.

La defección, la felonía de la reedición Frankenstein, viene, pues, a doble potencia: al marco constitucional y al signo de los tiempos, el zeitgeist europeo. Cuando se necesita concertar, aquí se desconcierta. Como si no hubiéramos sido capaces de aprender de nuestra propia historia, sucumbiendo a la cuestión territorial. El esfuerzo, el esmero, el cuidado, de 70 años para construir la UE actual, no pueden rescindir el propósito cardinal de superar nacionalismos, a decir de Zweig, "la peor de todas las pestes".

La afinidad de los Estados de derecho europeos en sus partes programáticas, las que afectan a derechos y libertades fundamentales y al funcionamiento orgánico del mismo, es la dovela de todo la estructura político-jurídica que es Europa. En esa arquitectura, una suerte de catedral donde se alberga el patriotismo constitucional, sin el rigor de ley, se cae todo el edificio. Con Polonia, ahora dedicada a fortalecer la lucha en Ucrania y ganando enteros, ya se atisba qué país acumula boletos para la proscripción.

Otear el panorama político español, a la deriva las últimas décadas con cuestiones territoriales, o sencillamente "nacionalistas", todo ese peaje del Estado a la "plurinacionalidad", y hacer lo propio con el europeo en esta tercera década del siglo XXI, y uno no puede dejar de asombrarse. Por la similitud de los predicamentos. Y por la diferencia de las soluciones. "Fragmentación", es el diagnóstico común que se prescribe de forma tan distinta. Centrípeta y reglada en Europa o centrífuga y anárquica en España.

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