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La derecha dura está en auge en toda Europa. ¿Por qué no en España?
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Ramón González Férriz

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La derecha dura está en auge en toda Europa. ¿Por qué no en España?

En Finlandia, la derecha radical forma parte de la coalición gobernante. En Alemania, Alternativa es el segundo partido en las encuestas

Foto:  El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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Desde las elecciones de julio pasado y el abandono de la política activa de Iván Espinosa de los Monteros, Vox está inusualmente callado. Es extraño en un partido tan obsesionado con la comunicación política. Y más en un momento en el que su familia ideológica europea está eufórica.

Ley y Justicia, el partido de derecha dura gobernante en Polonia, ganará las elecciones que se celebrarán dentro de quince días, y Confederación, una formación aún más extrema, quedará tercera. En Italia lidera el gobierno Hermanos, un partido nativista, y en Hungría, Fidész. En Finlandia, la derecha radical forma parte de la coalición gobernante. En Alemania, Alternativa es el segundo partido en las encuestas. Es probable que, en las elecciones austriacas del año que viene, el partido más votado sea el muy derechista FPO. Y que, en 2027, Marine Le Pen se convierta en la nueva presidenta de Francia.

¿Por qué Vox es diferente, ha caído electoralmente, pasando de 52 escaños a 33, y se ha sumido en la depresión?

Estos partidos y líderes difieren en su radicalismo. Un miembro de Confederación, por ejemplo, afirmó que las mujeres no deberían tener derecho a voto porque son inferiores biológicamente a los hombres; al mismo tiempo, la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, está moderándose y en ocasiones parece, simplemente, una ortodoxa líder conservadora. Pero se trata de formaciones emparentadas, con una estrategia común y fuertes vínculos políticos.

El interrogante que surge viendo este homogéneo panorama europeo es: ¿por qué Vox es diferente, ha caído electoralmente, pasando de 52 escaños a 33, y se ha sumido en la depresión?

Cordón sanitario e incompetencia

Esta fue la pregunta que me hicieron la semana pasada colegas de toda Europa en un encuentro que organizó el Foro para la Prensa y los Medios, junto a otras organizaciones, en el Presseclub Concordia de Viena.

Para empezar, les expliqué, el auge de Vox a partir de 2017 se debió, en gran medida, al procés, un fenómeno único en Europa. Los partidos que lo impulsaron, conté, también son nacionalistas y autoritarios, pero operan solo en una región, Cataluña. Vox creció porque consiguió presentarse como la mejor respuesta al independentismo, apelando, como este, a cuestiones identitarias e historicistas. Pero es posible que se pasara de frenada: la mayoría de españoles se opone al independentismo, pero se siente cómoda con el sistema autonómico, que Vox ha prometido desmantelar.

Al mismo tiempo, Vox carece de la definición ideológica que tienen los demás partidos de su misma familia. A veces parece un partido muy conservador y partidario de una interpretación rigorista de la Constitución; sin embargo, en otras ocasiones, y sobre todo después de la salida de la facción de Espinosa de los Monteros, se muestra como un partido antiestablishment, que propaga teorías de la conspiración y defiende posiciones morales muy minoritarias en España, donde el apoyo al aborto o el matrimonio gay ronda el 80% y el número de cristianos practicantes desciende rápidamente.

Foto: El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE/Sergio Pérez) Opinión
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En España, además, el asunto de la inmigración es más complejo que en el resto de Europa. Una parte relevante de nuestro crecimiento económico de las últimas décadas se debe a la llegada de inmigrantes, y los empresarios tienen una necesidad insaciable de mano de obra barata. Los inmigrantes latinoamericanos, además, constituyen el 40% del total y son omnipresentes e imprescindibles en los servicios y los cuidados, y además hablan nuestra lengua y son cristianos. Solo el 15% de nuestros inmigrantes procede de países mayoritariamente musulmanes. Eso hace que ser antiinmigración en España sea un poco más difícil que en Francia o Alemania.

Otro rasgo particular de España es que aquí la derecha tradicional del PP —que la izquierda muchas veces presenta como radical, pero que es de las más moderadas de Europa— nunca ha tendido un cordón sanitario frente a la derecha dura. Aunque no es su opción favorita, gobierna con Vox en varias regiones, por lo que este no puede presentarse como un partido ajeno a las prebendas del poder. Quizá lo mejor que se puede hacer para poner en evidencia la incompetencia de estos partidos es dejarles participar en la gobernación: entonces, como vimos en Andalucía primero —con Vox como socio externo— y en Castilla y León más tarde, queda de manifiesto que su especialidad es quejarse y hacerse la víctima, no gestionar. (Es también paradójico, o abiertamente inverosímil, que Vox diga que va a eliminar las únicas instituciones en las que tiene poder: los gobiernos y los parlamentos autonómicos). A mis colegas europeos les pareció un experimento demasiado arriesgado. "En España ha funcionado tanto con la izquierda como con la derecha radicales", les dije.

Porque, además del procés, España presenta otra singularidad política: es el único país europeo en el que la izquierda radical, a pesar de que pierde peso desde hace años, está en el Gobierno. Tal vez aquí la mayor parte del voto antiestablishment se concentra en el lado progresista, no en el conservador.

¿A medio plazo?

Vox es menos relevante en España que sus partidos hermanos gracias a las opiniones morales mayoritariamente progresistas de los españoles, su europeísmo, los aciertos del PP y la ineptitud de una dirigencia que aún no sabe si es partidaria del orden o de la revuelta. Eso no significa mucho a medio plazo: durante años, Hermanos de Italia tuvo una intención de voto por debajo del 5%, y Alternativa por Alemania o Confederación eran marginales y parecían acabados. Cuando estos partidos entienden la dinámica social, sin embargo, son capaces de remontar en cuanto se presenta la oportunidad. ¿Se presentará esta en España?, me preguntaron mis colegas. Mi respuesta fue tentativa. La estabilidad en el PP y la permanencia de Feijóo como su líder ayudará a que Vox no crezca. Pero los regalos de Pedro Sánchez al nacionalismo catalán, y la eventual permanencia de un ministerio de Igualdad incompetente y polarizante, hacen que todo sea posible.

Desde las elecciones de julio pasado y el abandono de la política activa de Iván Espinosa de los Monteros, Vox está inusualmente callado. Es extraño en un partido tan obsesionado con la comunicación política. Y más en un momento en el que su familia ideológica europea está eufórica.

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