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A Sánchez los planes le salen bien
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Ramón González Férriz

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A Sánchez los planes le salen bien

Su bloque político, mediático y electoral muestra la disciplina que todo líder desea

Foto: El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE/Sergio Pérez)
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE/Sergio Pérez)
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Ayer por la mañana, Aitor Esteban, diputado del PNV, le dijo a Alberto Núñez Feijóo una frase que resume el fracaso de la investidura: “Para añadir nuestros votos, y los de Junts, ustedes tendrían que restar, primero, los 33 de Vox”.

Desde las elecciones de julio, el PP ha retomado el diálogo con los partidos nacionalistas periféricos. Feijóo incluso ha presumido de que, si hubiera hecho las concesiones necesarias, le habrían investido presidente. No es cierto. Sin embargo, en esta investidura fallida, ha actuado como si su destino no estuviera vinculado por completo a Vox y fueran posibles algunas sumas parlamentarias imaginativas. No lo eran. Y Feijóo lo sabe. Pero quería, ante todo, transmitir un mensaje: que, de cara al futuro, tiene las manos libres para cortejar a los aliados que prefiera y para desarrollar el programa que desee. Aunque el gesto haya tenido mucho de simulacro, es probable que le haya funcionado ante su partido.

No es la investidura, sino el futuro

Lo más relevante de las palabras de Esteban, sin embargo, es que no solo resumen la coyuntura en que ha tenido lugar este fracasado intento de investir a Feijóo, sino que explican cuál será la situación general de la política española, y singularmente de la derecha, durante los próximos años. Si en las elecciones pasadas el PP no pudo deshacerse de la muleta de Vox, es poco realista pensar que pueda hacerlo pronto. Y, mientras el PP necesite a Vox, no podrá contar el apoyo de ningún otro partido relevante. De modo que Feijóo estará atrapado: ni suma una mayoría parlamentaria con Vox, ni la suma sin Vox, y nadie quiere apoyarle si, al mismo tiempo, lo hace Vox.

Y eso es exactamente lo que Pedro Sánchez ha deseado desde que se celebraron las segundas elecciones de 2019. Sánchez es consciente de que, en el futuro próximo, no podrá lograr una mayoría solo con Sumar. Se ha resignado a la incómoda idea de que, durante lo que le queda de carrera política, necesitará a los partidos independentistas. Eso le obliga a hacerles concesiones difíciles de tragar no solo para el país en general, sino para sus propios votantes e incluso para él. Pero, mientras la investidura de Feijóo sea imposible, eso no será un problema. A partir de mañana, los independentistas pueden investirle o provocar que se celebren unas nuevas elecciones en enero. Es posible que, en ese caso, cambien un tanto los resultados dentro de cada bloque, pero el equilibrio entre los dos no lo haría demasiado. Entonces, la actitud de Sánchez, reforzada por el fracaso de Feijóo y la persistencia de su inviabilidad, consistirá en pedir ser investido o repetir las elecciones cada seis meses hasta que todo el mundo, menos él, se canse.

El centro de la estrategia

Desde 2019, toda la estrategia política de Sánchez ha girado en torno a la constatación de que la frase de Esteban no solo refleja la voluntad de una mayoría del Congreso, sino que es compartida por un número suficiente de españoles que prefieren, casi en cualquier circunstancia, un Gobierno de la izquierda con los independentistas a uno en el que esté presente Vox. Por eso para Sánchez generar tanta polarización era racional: su prioridad ha sido instigar una profunda animadversión entre los dos bloques para que apenas haya transferencia de voto entre ambos, ningún actor del suyo pudiera colaborar con el de la derecha y todos sus partidarios y socios asumieran disciplinadamente todas sus acciones, incluida la amnistía.

Quienes denuncian constantemente el afán de poder de Sánchez pecan de cierta ingenuidad: casi todos los políticos están dispuestos a pagar un precio astronómico para mantenerse en el poder. Pero incluso quienes consideramos que esta vez el precio podría ser demasiado alto en términos morales deberíamos aceptar que su estrategia es extraordinariamente efectiva. Los planes le salen bien. Su bloque político, mediático y electoral muestra la disciplina que todo líder desea. Si tuviera que jugarme el dinero, lo apostaría a que será investido presidente y ejercerá como tal durante los próximos cuatro años mientras la derecha se sume en un nuevo proceso de introspección y batallas internas que esperemos que no destruyan el liderazgo de Feijóo.

Vapuleo a las instituciones

La pregunta, tras lo visto en los últimos días, es por qué Sánchez, que tiene las de ganar porque ha escogido la estrategia correcta para sus intereses, se comporta con tanto desdén hacia las instituciones. Su plan habría salido igualmente bien si en los dos últimos días hubiera contestado a Feijóo con cortesía, en lugar de colocar en su lugar a un diputado maleducado y altanero. Creo que su carácter no ha sido decisivo en la elección de la estrategia que pretende consolidar los dos bloques y aumentar la polarización entre ellos: en realidad, cualquier líder del PSOE que hubiera compartido la misma resolución por conseguir el poder y mantenerse en él habría hecho lo mismo. Lo que sí es singular de Sánchez es su tendencia a desdeñar las instituciones, y al líder de la oposición y sus votantes, con una actitud marrullera que ni siquiera necesita y que pone en riesgo los mínimos democráticos.

Es un tópico desde Maquiavelo afirmar que deberíamos hablar de la política no como nos gustaría que fuera, sino tal como es. Y las palabras de ayer de Esteban señalan que Sánchez, una vez más, se está saliendo con la suya. Pero, si en el proceso no vapuleara las convenciones del respeto institucional, sería un poco más fácil asimilar su triunfo, incluso para quienes creemos que el precio que está dispuesto a pagar por el poder es increíblemente arriesgado.

Ayer por la mañana, Aitor Esteban, diputado del PNV, le dijo a Alberto Núñez Feijóo una frase que resume el fracaso de la investidura: “Para añadir nuestros votos, y los de Junts, ustedes tendrían que restar, primero, los 33 de Vox”.

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