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Es el momento de que el PP cambie de estrategia
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Ramón González Férriz

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Es el momento de que el PP cambie de estrategia

Feijóo, que sigue siendo el líder que los populares necesitan, debería prometer y liderar una política más 'light'. Quizá no sea una solución mágica, pero puede ser una mejor estrategia que el escándalo constante

Foto: Feijóo, Gamarra y González Pons. (Europa Press/A. Pérez Meca)
Feijóo, Gamarra y González Pons. (Europa Press/A. Pérez Meca)
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Se podría pensar que el Gobierno de Pedro Sánchez está cercado por la oposición. Cuando anunció una amnistía para los independentistas a cambio de su apoyo en la investidura, hubo furibundas protestas ante las sedes del PSOE. También a cambio de su apoyo en la investidura, los socialistas entregaron a Bildu la Alcaldía de Pamplona, y eso suscitó una gran manifestación en la capital de Navarra. La oposición ha denunciado que los fondos europeos no están generando el crecimiento que el Gobierno prometió, que el ministro Bolaños tiene el extraño cometido de someter a la Justicia y al mismo tiempo representar a la Presidencia, y que hasta los hutíes de Yemen felicitan al Gobierno por su política exterior. No hay un día sin un escándalo. Sin embargo, eso no acorrala al Gobierno. Más bien, le libera.

La tarea de la oposición ha cambiado

La oposición del PP no está funcionando. En parte, como señalaba ayer Fernando Vallespín en su columna de El País, porque Alberto Núñez Feijóo y el resto de sus líderes todavía parecen desconcertados por no haber llegado al poder tras el 23 de julio. Pero, sobre todo, porque han diseñado su estrategia como si la dinámica de nuestra democracia fuera la misma que hace 15 o 30 años. Entonces, la oposición atribuía al Gobierno todas las cosas malas que sucedían en el país, señalaba comportamientos indignos de sus miembros, aireaba casos de corrupción, denunciaba la colonización de las instituciones, mimaba a los medios afines y auguraba malos tiempos para la economía. En el plano de las propuestas, explicaba que encarnaba el sentido común y que su equipo era mucho más experto y honesto. Como todo eso resultaba creíble, la llegada al poder era solo cuestión de tiempo.

Sin embargo, eso ahora no basta. Porque la sucesión constante de escándalos se ha convertido en la nueva normalidad. Algunos son reales e importantes, otros son ficticios e irrelevantes. Pero todos ellos, debido a la novedosa dinámica de los ciclos informativos, aparecen y desaparecen con enorme velocidad. Los ciudadanos más adictos a las noticias intentan no olvidar, pero para el resto, que conforma la mayoría de los votantes, el horrible preámbulo del documento firmado por el PSOE y Junts en Bruselas, o el historial de Joseba Asiron, fueron solo fugaces escenas en el telediario. Aunque durante unos días la oposición presentara esos hechos como síntomas de una peligrosa deriva y organizara sus tácticas en torno a ellos, hoy solo son un vago recuerdo. Lo mismo sucede con todo lo demás. El Gobierno mete la pata o da un paso más en su proyecto de mutación constitucional, la oposición denuncia el error durante unos días, y el tiempo borra su efecto. El ciclo se repite una y otra vez.

En un momento de polarización, el Gobierno sabe que todos los ataques que recibe refuerzan a los votantes de izquierdas

Y Sánchez y sus colaboradores han aprendido a moverse con comodidad en este contexto. Dominan las respuestas y, cuando no disponen de ellas, son conscientes de que no importa demasiado. En un momento de polarización y grandes bloques poco porosos como el actual, el Gobierno sabe que todos los ataques que recibe dan más argumentos a sus muy imaginativos partidarios mediáticos y cohesionan y refuerzan a los votantes de izquierdas.

Esa es la clave del fuerte liderazgo de Sánchez. No solo defiende la honestidad y el talento del Gobierno y denuncia la deslealtad y la corrupción de la oposición. Sino que convierte todas sus medidas impopulares y sus carencias en una trinchera defensiva ante lo que llama "ultraderecha". Ha conseguido que, gracias a su retórica confrontacional y su constante apelación al miedo, prácticamente todo lo que sucede refuerce la visión del mundo de la izquierda.

El papel distorsionador de Vox

Pero Feijóo se enfrenta a otra dificultad. Hace 15 o 30 años, el PP disponía del monopolio de la oposición. Podía diseñar sus estrategias, decidir qué protestas apoyar y cuáles desdeñar, tener una interlocución casi única con los medios afines y coordinarse con sus representantes autonómicos. El PP decidía si subía o bajaba el tono de la oposición. La existencia de Vox, sin embargo, ha acabado con esa enorme capacidad de movimiento, y su deriva cada vez más lunática y antiinstitucional ha hecho que el PP se encuentre cada vez más incómodo a su lado. Entonces, ¿qué debería hacer?

No tengo una respuesta definitiva a esa pregunta. Pero parece razonable pensar que, como decía ayer mi colega Javier Caraballo, el PP debería centrarse mucho más en el aspecto propositivo de la tarea de la oposición. Y dejar de creer que una estrategia basada en la sucesión de escándalos va a mejorar a corto plazo sus expectativas electorales. Quizás eso sea lo que deseen los votantes de la derecha, pero no parece que seduzca mucho a los de izquierdas, que podrían disentir de manera más robusta con la hoja de ruta de Sánchez si al otro lado hubiera una propuesta más atractiva.

Pero, por encima de todo, el PP debe ofrecer a los españoles un pacto distinto del que ahora les ofrecen el Gobierno y sus apoyos parlamentarios. No negar la polarización, porque esta es un fenómeno estructural, sino, en lugar de explotarla, encauzarla. Dio la clave la semana pasada Keir Starmer, el líder de los laboristas británicos y, hoy, el mejor jefe de la oposición de toda Europa: "Prometo esto: una política que impacte de una manera un poco más suave en nuestras vidas —dijo en su discurso de Año Nuevo—. El problema que tienen el populismo o el nacionalismo, todas las políticas basadas en la división, es que requieren tu plena atención, necesitan que te centres constantemente en el enemigo que toque esta semana. Y eso es agotador". Feijóo, que sigue siendo el líder que el PP necesita, debería prometer y liderar exactamente eso. Una política más light. Quizá no sea una solución mágica, pero puede ser una mejor estrategia que el escándalo constante, por muy justificado que esté.

Se podría pensar que el Gobierno de Pedro Sánchez está cercado por la oposición. Cuando anunció una amnistía para los independentistas a cambio de su apoyo en la investidura, hubo furibundas protestas ante las sedes del PSOE. También a cambio de su apoyo en la investidura, los socialistas entregaron a Bildu la Alcaldía de Pamplona, y eso suscitó una gran manifestación en la capital de Navarra. La oposición ha denunciado que los fondos europeos no están generando el crecimiento que el Gobierno prometió, que el ministro Bolaños tiene el extraño cometido de someter a la Justicia y al mismo tiempo representar a la Presidencia, y que hasta los hutíes de Yemen felicitan al Gobierno por su política exterior. No hay un día sin un escándalo. Sin embargo, eso no acorrala al Gobierno. Más bien, le libera.

Partido Popular (PP) Alberto Núñez Feijóo
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