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Aunque gobierne el PSC, Cataluña es la comunidad más conservadora de España
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Ramón González Férriz

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Aunque gobierne el PSC, Cataluña es la comunidad más conservadora de España

Recuerden: no es un partido que pretenda transformar nada, que tenga en su programa subvertir ninguna estructura social importante ni que desee igualar el estatus público

Foto: El líder del PSC y nuevo presidente de la Generalitat de Cataluña, Salvador Illa. (EFE/Andreu Dalmau)
El líder del PSC y nuevo presidente de la Generalitat de Cataluña, Salvador Illa. (EFE/Andreu Dalmau)
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Los socialistas españoles utilizan con tanta frecuencia los términos “progreso” o “izquierda” que a muchos les sorprendió que, en su toma de posesión como presidente de la Generalitat, Salvador Illa mencionara el “humanismo cristiano” como uno de los principios rectores de su nuevo Gobierno. También llamó la atención que incluyera en este, como consejero de Justicia, a Ramon Espadaler, ex miembro de la muy derechista Unió, y a una consejera de Salud cuyas opiniones han chocado frecuentemente con la ortodoxia de izquierdas.

Pero eso solo puede sorprender a quienes no han prestado atención a las corrientes de fondo de la política de Cataluña. A pesar de las apariencias, la sociedad catalana es muy conservadora.

Las apariencias

Las primeras veces que mi mujer y yo fuimos juntos a Barcelona, donde nací y crecí, me repitió una observación: “Aquí no hay pijos”. Daba igual que comiéramos en restaurantes caros o paseáramos por la zona alta de la ciudad; para ella, que ha pasado buena parte de su vida entre Burgos, Valladolid y Madrid, allí no se veía la clase de gente que viste y consume ostentosamente para exhibir sus ingresos elevados y su conservadurismo político. Con el tiempo acabó distinguiéndola. Pero nunca ha dejado de sorprenderle el extraño código del estatus que rige en Barcelona, donde conducir una moto de poca cilindrada y llevar zapatillas puede ser un indicador de riqueza más fiable que tener un Audi y vestir unos oxford hechos a medida.

Incluso los datos sociológicos confirman esa singularidad. De acuerdo con el último Barómetro de Opinión Política del CEO, Cataluña es una sociedad nítidamente progresista. Los votantes de cinco de los ocho partidos con representación en el Parlament se consideran de izquierdas. Si se le pregunta a los catalanes qué posición política detestan más, afirman que la de quienes se muestran contrarios al feminismo y de quienes se declaran de derechas.

En un estudio de la década pasada, pero cuyos resultados probablemente sigan vigentes, los catalanes aparecen como muy igualitaristas: se declaran abrumadoramente partidarios de la igualdad de oportunidades, pero también lo son de ayudar a quienes no logren ascender socialmente, y muestran un amplio consenso acerca de la necesidad de reducir la desigualdad social. En mi apartado favorito de la encuesta, se dice que “el porcentaje de encuestados que manifiesta una motivación [económica] estrictamente egoísta es prácticamente nulo”.

Foto: Carles Puigdemont. (Reuters/Bruna Casas)

Si uno mira más detalladamente los datos, sin embargo, emergen cosas extrañas. Por ejemplo, los votantes de Junts se consideran a sí mismos de izquierdas. Los votantes de los partidos de izquierdas, como el PSC o ERC, tienen una buena opinión de Carles Puigdemont, que en muchos aspectos es un político de derecha radical. El informe hace una afirmación fascinante: “La media de la población se coloca en el centro-izquierda catalanista. Los [votantes] de Alianza Catalana —el partido de derecha xenófoba— son quienes se encuentran más cerca de donde se sitúa la media de la población”. Los partidos más de izquierdas, la CUP y los Comunes, obtienen sus mejores resultados entre los ciudadanos que conforman el 20% más rico de la sociedad.

Según un barómetro previo, solo un 44% de los catalanes es creyente, pero el establishment político catalán está abrumadoramente dominado por el catolicismo: Pujol y Maragall se formaron en el excursionismo cristiano; Oriol Junqueras ha alardeado sistemáticamente de sus fuertes creencias; Puigdemont ha afirmado que “las raíces cristianas de Cataluña son imprescindibles” y en un perfil reciente en la revista 'Política y Prosa', muy bien conectada con la izquierda tradicional catalana, se definía a Illa, también, como “humanista cristiano”.

No solo las creencias

El arraigado conservadurismo catalán se advierte también en cuestiones más tangibles. El sistema sanitario público catalán integra y financia numerosas instituciones de titularidad privada y religiosa y tiene el segundo mayor porcentaje de asegurados en el sector privado: un tercio de la población. La lengua catalana es la que hablan en mayor grado las clases altas y las élites vinculadas a la política y el funcionariado; su uso correlaciona, en gran medida, con el nivel de rentas. Son los más ricos, sobre todo, quienes ven la televisión pública.

Lo que con frecuencia se identifica como “cultura catalana” es, en realidad, la que consumen las partes privilegiadas de su sociedad. Fèlix Millet, el gran estafador del Palau de la Música, que conocía perfectamente el funcionamiento de las élites barcelonesas y gracias a ello pudo durante años saquear una de sus principales instituciones, afirmó que el poder social catalán se hallaba concentrado en 400 personas que estaban presentes en todos los organismos públicos y privados. Muchas de ellas, dijo, eran familiares.

No es transformadora

La izquierda catalana no es “transformadora”. Es menos clasista que el nacionalismo, y yo siempre preferiré un Gobierno del PSC a uno de Junts o ERC. Pero esa izquierda nunca ha pretendido cambiar radicalmente las estructuras de poder que rigen Cataluña; en muchos casos, porque pertenece a ellas por razones familiares; en otros, porque muchos descendientes de la inmigración han ido penetrando en las élites tradicionales para formar parte de ellas, pero no para cuestionar su legitimidad o para transformarlas de manera radical. No les culpo por ello: tal vez, si yo me hubiera quedado a vivir en Cataluña, habría intentado hacer lo mismo.

La sociedad catalana, en ese sentido, no es peor que cualquier otra: tiene élites conservadoras que quieren mantener el 'status quo' a toda costa y diseminan una mentalidad acorde con esa intención. Pero el mito de la Cataluña progresista —muchas veces alimentado por la izquierda madrileña— es falso. No solo lo demuestran sus estructuras de poder; también lo hace el hecho de que la derecha la haya gobernado durante 33 de los 44 años de autonomía.

El regreso del PSC a la Generalitat es una buena noticia. Pero recuerden: no es un partido que pretenda transformar nada, que tenga en su programa subvertir ninguna estructura social importante ni que desee igualar el estatus público de todos los catalanes. Como el resto del 'establishment' catalán es, en lo más trascendental, partidario de lo existente y de base religiosa. Aunque buena parte de sus cuadros bajen por Vía Augusta en scooter y lleven zapatillas Munich.

Los socialistas españoles utilizan con tanta frecuencia los términos “progreso” o “izquierda” que a muchos les sorprendió que, en su toma de posesión como presidente de la Generalitat, Salvador Illa mencionara el “humanismo cristiano” como uno de los principios rectores de su nuevo Gobierno. También llamó la atención que incluyera en este, como consejero de Justicia, a Ramon Espadaler, ex miembro de la muy derechista Unió, y a una consejera de Salud cuyas opiniones han chocado frecuentemente con la ortodoxia de izquierdas.

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