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No es comunicación política. Es propaganda
Las expresiones de Pedro Sánchez y Carlos Mazón tras su accidentado paso por Paiporta parecían transmitir que a ellos no les habían contratado para gestionar una catástrofe en el terreno, sino para ganar el relato
En el primer episodio de la serie británica Yes, Minister, un asesor del recién nombrado titular de Administraciones Públicas explica a otros colegas del Ministerio la necesidad de implantar un "Gobierno transparente". Los ciudadanos de una democracia tienen derecho a saber lo que hacen los políticos, les dice, y además el ministro se ha comprometido. Los otros asesores, más veteranos y cínicos, le preguntan, perplejos, si está hablando en serio. Los Gobiernos, por su propia naturaleza, no pueden ser transparentes, le dicen. Y la gente no tiene derecho a saber: tiene derecho a ignorar. "Si la gente no sabe lo que estás haciendo —le explican—, no sabe lo que estás haciendo mal".
La serie, emitida a principios de los años ochenta, era paródica, pero todo el mundo que ha pasado por la política se reconoce en ella. Sin embargo, esos asesores eran bastante distintos de los de hoy en día. Entendían la política como un trabajo de élites que debían ser escépticas con la comunicación. La democracia consistía en que te eligieran cada cuatro años; lo que pasara entre unas elecciones y las siguientes, más allá de unos cuantos mítines, las comparecencias parlamentarias y alguna que otra entrevista en la BBC, no era asunto de la gente.
La democracia ha cambiado y, con ella, los asesores. Entre ellos aún suele haber altos funcionarios, expertos en políticas públicas y comisarios de partido. Pero ahora abundan los que se dedican en exclusiva a la comunicación. De hecho, ahora, la democracia está completamente dominada por lo comunicativo y su encarnación última, el célebre "relato": una historia de carácter moral que unifica y da sentido a las acciones del político ante los votantes.
El papel de esos asesores de comunicación consiste en diseñar el relato. Escribir discursos efectivos para transmitir capacidad. Hacer que el político rinda cuentas de manera convincente. Apuntarse los méritos mientras se señala la torpeza o la maldad del adversario. Vender el relato a los periodistas y corregirles cuando creen que lo interpretan mal. Hacer la política, si no transparente, al menos comprensible, entretenida y cercana.
Sin embargo, todo esto es un equívoco. En política hay muy buenos asesores de comunicación, y algunos son inusualmente listos. Pero, por desgracia, muchos no se dedican a la comunicación, sino a la propaganda. Su trabajo no suele consistir en contar de la manera más eficiente el contenido de una medida o el impacto de una ley, aunque sea con un legítimo sesgo en favor de su empleador. Son especialistas en construir perfiles mediáticos basados en la mera gestualidad y completamente desconectados de la gestión.
Cuando llega la catástrofe
La catástrofe de Valencia ha sido la muestra más depurada de esta realidad. Había precedentes recientes, como la ridícula carta de Pedro Sánchez a la ciudadanía, el espectáculo de Carles Puigdemont apareciendo y desapareciendo en Barcelona, la tendencia de Vox a confundir la política con la elaboración de memes o el intento de Alberto Núñez Feijóo de presentar a su equipo como el verdadero Gobierno posando en un palacio parecido a Moncloa.
Pero ninguno de ellos tuvo lugar en mitad de una tragedia. Llegada esta, los políticos obsesionados con el relato, y los asesores que han logrado convencerles de que ese es el aspecto más importante de su trabajo, siguieron haciendo lo que consideran más importante. Peor aún, lo que parece que les gusta más hacer. Propaganda.
Ahora, la democracia está completamente dominada por lo comunicativo y su encarnación última, el célebre "relato"
Hicieron propaganda el Gobierno central y el autonómico para eludir sus responsabilidades. La hicieron para culpar al otro de la debacle de la gestión. La hicieron en la manera en que coordinaron el relato que esperaban que los periodistas, y los crecientes ejércitos de fans y trolls en las redes sociales, emitieran. El hecho de que, en el momento de estallar el drama, la coalición parlamentaria considerara una emergencia votar el cambio en la elección de consejeros de RTVE para controlar por completo su línea editorial, y que Carlos Mazón estuviera reunido con su candidata a presidir À Punt, la televisión pública valenciana, es tan elocuente que parece sacado de una novela facilona.
La buena comunicación es el arte de contar la realidad de manera transparente y efectiva. La propaganda es exactamente lo contrario. Los asesores cínicos de Yes Minister parecían creer que el trabajo de los políticos era gestionar e ignorar por completo a la población. Hoy, en cambio, los asesores de propaganda parecen pensar que el trabajo de los políticos consiste en ser meros comunicadores que interpretan un papel.
Las expresiones de Pedro Sánchez y Carlos Mazón tras su accidentado paso por Paiporta parecían transmitir la convicción de que a ellos no les habían contratado para gestionar una catástrofe en el terreno. Ambos parecían pensar genuinamente que el trabajo de un político no es ese. Me imagino la preocupación de sus jefes de propaganda: ¡se supone que los ciudadanos no deben enterarse de eso! Estoy seguro de que inmediatamente después se pusieron a diseñar nuevas acciones propagandísticas para eliminar el pernicioso efecto en el relato de esa metedura de pata. Ante una tragedia como esta, sin embargo, es un poco más difícil.
En el primer episodio de la serie británica Yes, Minister, un asesor del recién nombrado titular de Administraciones Públicas explica a otros colegas del Ministerio la necesidad de implantar un "Gobierno transparente". Los ciudadanos de una democracia tienen derecho a saber lo que hacen los políticos, les dice, y además el ministro se ha comprometido. Los otros asesores, más veteranos y cínicos, le preguntan, perplejos, si está hablando en serio. Los Gobiernos, por su propia naturaleza, no pueden ser transparentes, le dicen. Y la gente no tiene derecho a saber: tiene derecho a ignorar. "Si la gente no sabe lo que estás haciendo —le explican—, no sabe lo que estás haciendo mal".
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