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El torbellino de las encuestas
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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El torbellino de las encuestas

“Las encuestas son un lío”, “cada una dice una cosa distinta”, “todas se equivocan”, “están manipuladas”… En estos días escuchamos muchos comentarios como estos

Foto: Susana Díaz y Pedro Sánchez (EFE)
Susana Díaz y Pedro Sánchez (EFE)

“Las encuestas son un lío”, “cada una dice una cosa distinta”, “todas se equivocan”, “están manipuladas”… En estos días escuchamos muchos comentarios como estos. No sólo en la calle, sino entre los periodistas y entre los dirigentes políticos,que miran con aprensión cada encuesta que aparece y no saben a cuál de ellas deben creer o qué amenazante tendencia se oculta bajo los porcentajes.

Algo hay de cierto en todo ello. Las encuestas son un lío, sí; pero eso ocurre porque la política es un lío y nadie estaba preparado para este temporal.

Cada una dice cosas distintas porque en una situación cambiante preguntan sobre cosas distintas, se hacen en momentos distintos y, sobre todo, se presentan de formas distintas. La confusión reinante proviene de la revolución en el sistema de partidos, del amontonamiento de citas electorales y de la obsolescencia de los métodos de estimación del voto (la famosa “cocina” en la que nadie cuenta cómo se preparan los platos). ¿Todas se equivocan? Depende: las que más se equivocan son las que tienen pretensiones adivinatorias del futuro, algo para lo que nunca han servido las encuestas. El error es pedir a las encuestas más de lo que pueden ofrecer.

Y por último, ¿están manipuladas? Si se quiere sugerir que los datos se alteran maliciosamente o que alguien se los inventa yo diría que por lo general eso no se hace. Pero hay mil formas de dejar satisfecho al cliente. Recientemente hemos visto, divertidos, cómo un prestigioso diario hacía que un partido recuperara en una semana más de diez puntos en Madrid en el preciso momento en que el máximo dirigente nacional de ese partido necesitaba respiración asistida. Pero lo habitual es que las cosas se hagan de forma más discreta.

placeholder Juanma Moreno, Mariano Rajoy y Javier Arenas. (Efe)
Juanma Moreno, Mariano Rajoy y Javier Arenas. (Efe)

La crisis ha provocado un torbellino político en toda Europa. Los sistemas de partidos se están poniendo patas arriba y la tónica general es la fragmentación de los espacios tradicionales. En pocas semanas asistiremos a la voladura –aunque atenuada por el sistema electoral- del sacrosanto bipartidismo británico.

Y esa fragmentación trae la inestabilidad. El único gobierno europeo que no ha caído durante la crisis es el alemán, y para ello la señora Merkel ha necesitado recurrir en dos ocasiones a una gran coalición con el SPD.

También hay un torbellino político en España, y viene acompañado del correspondiente torbellino demoscópico. Lo curioso es ver cómo ambos torbellinos se alimentan mutuamente y se verifica aquello de la profecía autocumplida: si un partido nuevo empieza a crecer las encuestas tardan en descubrirlo; pero entonces le ponen la lente de aumento y eso produce un “efecto llamada”: el hecho de subir en las encuestas le hace subir en la realidad. Y pasa igual cuando un partido grande pierde votos. Podría decirse que las encuestas trabajan para sí mismas: no sólo reflejan la realidad sino que contribuyen a modificarla en la dirección que ellas señalan.

¿Cómo evitar que el lío de las encuestas termine haciéndonos a todos un lío importante? No se puede. Pero para aliviar el mareo me permito dar modestamente algunos consejos: primero, no creer mucho en su valor predictivo, especialmente en tiempos inciertos como estos. Hay una enorme masa de votos en el aire que no sabemos dónde aterrizarán; hay nuevos actores políticos que aún no han pasado por las urnas; y la declaración de intención de voto es más sensible que nunca a los estados de ánimo del momento.

Hay un torbellino político en España y viene acompañado del correspondiente torbellino demoscópico. Ambos se alimentan 

Segundo, mantener un saludable escepticismo ante las encuestas del tipo montaña rusa, que muestran subidas o bajadas espectaculares en plazos muy cortos de tiempo. El censo electoral es de 35 millones de personas y en las últimas elecciones generales votaron 24,5 millones. Un punto de porcentaje sobre el censo son 350.000 personas; y sobre voto válido son 245.000 personas. Así que cuando una encuesta dice que un partido ha ganado o ha perdido seis puntos en un mes, eso significa que en los últimos 30 días un millón y medio de personas han cambiado su intención de voto respecto a ese partido.

Les aseguro que las cosas no suceden así. Por mucha volatilidad que haya en la opinión pública, no hay cientos de miles de votos saltando mensualmente de un partido a otro. Si el termómetro marca cinco grados de diferencia cada media hora, hay que ir urgentemente al médico o cambiar de termómetro. Lo que les recomiendo es que se ahorren el sobresalto y se vayan tranquilamente a las páginas de opinión, donde probablemente encontrarán alguna idea que les ayude a comprender mejor lo que está ocurriendo.

Y el tercer consejo es no mezclar elecciones distintas. Los ciudadanos normales no se despiertan cada mañana preguntándose a qué partido votarán en las próximas elecciones. Pero si lo hacen, pensarán en las que estén más cercanas. Los andaluces tienen que decidir dentro de pocos días su voto en las elecciones autonómicas. En mayo decidirán a quién votan en las municipales. Y en algún momento no determinado entre septiembre de 2015 y enero de 2016 tendrán que pensar quién prefieren que gobierne España.

¿Tiene mucho sentido pronosticar con encuestas el resultado de las generales cuando antes hay que pasar por otros tres procesos electorales? Eso por no hablar de quienes están en el secreto de cómo predecir el reparto de 350 escaños provincia por provincia a partir de una muestra nacional de mil entrevistas. Siempre he envidiado a los poseedores de esa fórmula mágica. El problema técnico es que los métodos de estimación de resultados están pensados para períodos de estabilidad en los que los partidos permanecen, la gente responde en las encuestas según patrones conocidos y las tendencias se dejan ver con claridad. Pero cuando todo se alborota las recetas caducan y los cocineros demoscópicos se lían y nos lían hasta que las urnas nos orientan a todos de nuevo.

En estas circunstancias, lo más aconsejable es aproximarse a las encuestas electorales como a un cuadro impresionista: fijarse más en la mancha que en los detalles. Y si se hace así se comprobará que realmente no son tantas las diferencias y que más o menos sí sabemos lo que está pasando:sabemos que desde 2008 el PSOE ha perdido al menos la mitad de su caudal electoral; sabemos que al PP le está ocurriendo algo parecido; sabemos que de ese enorme paquete de votos extraviados se nutren Podemos y Ciudadanos, que han empezado por devorar a IU y a UpyD; sabemos que se está gestando un mapa electoral parecido al de la transición, con cuatro partidos de ámbito nacional, pero no conocemos cuál será su posición final; y sabemos que el bloque nacionalista sigue siendo lo más estable: se intercambian los votos entre ellos, pero en conjunto siempre tienen la misma fuerza.

Como decían en aquel antiguo concurso televisivo, hasta ahí les podemos contar. Y si alguien pretende anticiparles mucho más, lo más probable es que les esté contando una de indios. Así que mi recomendación final es guardar una prudente dieta de encuestas porque últimamente se han vuelto muy indigestas.

“Las encuestas son un lío”, “cada una dice una cosa distinta”, “todas se equivocan”, “están manipuladas”… En estos días escuchamos muchos comentarios como estos. No sólo en la calle, sino entre los periodistas y entre los dirigentes políticos,que miran con aprensión cada encuesta que aparece y no saben a cuál de ellas deben creer o qué amenazante tendencia se oculta bajo los porcentajes.

UPyD