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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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El problema del PSC fue que la marea independentista le pilló completamente desprevenido y se ha pasado estos años dando vueltas como una peonza

Foto: El líder del PSC, Miquel Iceta. (EFE)
El líder del PSC, Miquel Iceta. (EFE)

En una conversación reciente con un político catalán próximo al independentismo pude comprobar que, junto a la discrepancia de fondo sobre la solución del conflicto, había coincidencias sobre el origen y las causas de la situación actual. Coincidíamos, por ejemplo, en que una de las peores cosas que han ocurrido en Cataluña ha sido el hundimiento de las dos fuerzas políticas centrales, CiU y el PSC.

Hubo un período en que esos dos partidos llegaron a tener 110 de los 135 diputados del Parlament. Vertebraron a la sociedad catalana, crearon y sostuvieron su institucionalidad y forjaron en Cataluña un clima envidiable de convivencia. La mayoría CiU-PSC, aunque nunca se haya traducido en una coalición de gobierno, garantizó la estabilidad política, la serenidad social y el más alto nivel de autogobierno alcanzado por Cataluña en toda su historia.

CiU se suicidó porque no sólo compró el discurso secesionista de ERC y otros grupos radicales; además, adoptó sus métodos. Siendo una fuerza genéticamente institucional, se travistió en partido insurreccional, dispuesto a medirse en la agitación callejera y a aceptar la quiebra del principio de legalidad para alcanzar un objetivo político. Al mimetizarse con su competidor dentro del espacio nacionalista, dejó en la orfandad a una gran parte de su base social.

Aunque formalmente se le permita –de momento- mantener la presidencia de la Generalitat, lo que queda de CiU ya no es el tronco de nada, sino apenas un deshojado ramal subalterno dentro de un bloque independentista cuyo timón manejan otros. Todo el mundo, empezando por el Gobierno de España, sabe que no es con Mas y Puigdemont con quien hay que hablar hoy en Cataluña, sino con Junqueras y Forcadell.

Los vaivenes del PSC, junto con la recurrente tentación jacobina de ciertos sectores del PSOE, han instilado en esa familia el veneno de la desconfianza

El problema del PSC fue que la marea independentista le pilló completamente desprevenido y se ha pasado estos años dando vueltas como una peonza, sin terminar de encontrar nunca su lugar en un escenario que no esperaba y en el que claramente no ha sabido manejarse.

Recuerden aquella insólita decisión inicial de votar abstención en todo lo que tuviera que ver con el 'procés', ¡cómo sería la desorientación para fugarse de esa manera! O las idas y venidas con el derecho a decidir, hoy aquí y mañana allá. O las ocurrencias poco meditadas, como plantear un referéndum de autodeterminación si los catalanes rechazaban la reforma constitucional (lo que era toda una invitación a hacerlo), o sacarse de la manga de un día para otro la solución quebequense para Cataluña.

Todo ello con el problema añadido de su compleja relación con el PSOE. Una relación que, como explicaba hace unos días Rubalcaba, consiste en que el PSOE renuncia a existir como tal en Cataluña y deposita su representación política allí en otro partido. No cabe mayor reconocimiento del hecho diferencial.

Una relación tan singular sólo puede sostenerse sobre una base muy sólida de confianza política mutua. Y los vaivenes del PSC, junto con la recurrente tentación jacobina de ciertos sectores del PSOE, han instilado en esa familia el veneno de la desconfianza. Cualquiera que sea la fórmula orgánica que encuentren para ordenar sus relaciones domésticas, el primer paso ineludible es restablecer las certezas en cuanto a sus respectivas posiciones políticas. Sobre todo, en lo que se refiere al conflicto de Cataluña.

Por eso me parece singularmente importante la declaración que hace muy pocos días aprobó la Comisión Ejecutiva del PSC. Un documento de cinco páginas, titulado 'El PSC y el proceso independentist', que ha pasado injustamente inadvertido para los medios de comunicación de ámbito nacional, enfrascados en el morbo de la querella podemita.

Lo más importante del documento está en su primer párrafo y en el último. El texto arranca de forma categórica:

“El PSC no participa del proceso independentista porque no comparte ni el objetivo de la independencia ni los medios para conseguirlo, absolutamente impregnados de los conceptos de unilateralidad, ilegalidad y desobediencia”

Y concluye de manera aún más contundente:

“El PSC no participará ni prestará apoyo a ningún tipo de iniciativa que apueste por una ruptura unilateral o por obviar los mecanismos de reforma de la ley, el Estatuto o la Constitución”

En medio, un relato histórico de lo sucedido durante estos años, no exento de autocrítica, que incluye también algunas afirmaciones interesantes:

Por ejemplo, que el llamado “derecho a decidir” (que algún día apoyó el propio PSC a espaldas de su socio, el PSOE) es un mero pseudónimo del derecho de autodeterminación. Que la única consulta que el PSC acepta como legítima es la que resulte y se refiera a una reforma constitucional consensuada y votada por todos los españoles. Y que el discurso de “o referéndum o referéndum” es “un planteamiento que hace imposible toda negociación y sólo contempla la vía unilateral e ilegal, condenada al fracaso como ya se demostró con ocasión de la consulta del 9 de noviembre de 2014”. De donde se desprende que “las apelaciones voluntaristas al pretendido carácter vinculante de ese referéndum no acordado están vacías de contenido”.

Si se convoca un referéndum ilegal, el PSC no lo reconocerá, llamará a los ciudadanos a no participar y rechazará que su resultado sea vinculante para nadie

Lo significativo de este texto no es el fondo: ya se sabe que el PSC es contrario a la independencia de Cataluña y que promueve una reforma federal de la Constitución. Lo valioso es la contundencia con la que despeja cualquier duda sobre su adhesión al principio de legalidad y su rechazo tajante a cualquier atajo que pretenda pasar por encima de la ley y del procedimiento establecido para su reforma.

El mensaje es inequívoco: si se convoca un referéndum ilegal, el PSC no lo reconocerá, llamará a los ciudadanos a no participar en él y rechazará que su resultado sea vinculante para nadie. Como es seguro que lo mismo harán otros partidos, lo que resultará es una farsa inútil montada por los nacionalistas para que voten únicamente los nacionalistas.

Es posible que los dirigentes del PSC hayan sentido precisamente ahora la necesidad de expresar tan enfáticamente su posición urgidos por la necesidad de normalizar su relación con el PSOE. Si es así, ese es el camino para lograrlo, lo demás es derecho administrativo interno. Y si detienen el carrusel de posiciones cambiantes y se atienen a esta declaración, podrían estar sembrando el camino para normalizar también su relación con su propia base social y volver a parecerse a lo que una vez fueron.

Al menos, a ellos les queda la esperanza. A los convergentes, ya ni eso. Un capitán temerario hundió el barco a conciencia y entregó las llaves.

En una conversación reciente con un político catalán próximo al independentismo pude comprobar que, junto a la discrepancia de fondo sobre la solución del conflicto, había coincidencias sobre el origen y las causas de la situación actual. Coincidíamos, por ejemplo, en que una de las peores cosas que han ocurrido en Cataluña ha sido el hundimiento de las dos fuerzas políticas centrales, CiU y el PSC.

PSC Miquel Iceta CiU