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Cataluña, la herencia del 17 y el marrón del 18
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Cataluña, la herencia del 17 y el marrón del 18

Ahora estamos en pleno tránsito entre la digestión de lo que ha pasado y la incubación de lo que pasará

Foto: (Imagen: E. Villarino)
(Imagen: E. Villarino)

El siglo llega a la mayoría de edad. Pero nada ni nadie nos librará de pasarnos el año 18, como el 17, hablando y escribiendo sobre Cataluña. Ahora estamos en pleno tránsito entre la digestión de lo que ha pasado y la incubación de lo que pasará. Quizá comprender lo primero nos ayude a vislumbrar lo segundo.

La herencia que nos deja el año traumático de 2017 en relación al problema más desestabilizador que ha conocido la democracia española se resume en unos cuantos rasgos:

Se ha constatado que este Estado democrático puede ser desafiado y gravemente dañado, pero no mutilado ni derrotado. Ya se probó frente al terrorismo de ETA; ahora se ha demostrado ante una insurrección gestada desde dentro del propio Estado. Lo bueno es que ya lo sabemos todos: los que intentaron derribarlo y fracasaron y los que, queriendo defenderlo, llegamos a dudar de su solidez.

La Constitución y el Estado salen fortalecidos de esta fase de la crisis, pero sale debilitado el Gobierno y averiados 3 de los 4 partidos nacionales

Se reproduce un equilibrio tenaz en el que ambos bandos carecen de la fuerza necesaria para imponer su proyecto. En el horizonte divisable, los separatistas deben abandonar la fantasía de desprender a Cataluña de España; y los unionistas la de que la pulsión independentista se disuelva o se debilite decisivamente. Sostener esas dos ilusiones es engañar o engañarse.

De resultas de las elecciones del 21-D, habrá un gobierno independentista en Cataluña. Será con Puigdemont de presidente, con Junqueras o, verosímilmente, con cualquier otro; con o sin trampas reglamentarias; con voto telemático, delegación de voto, discurso por plasma o aparición de un holograma del fugado. Pero el hecho es que disponen de la mayoría parlamentaria y con ella gobernarán, aunque será un gobierno independentista sin 'procés' y sin un plan de secesión realizable. Todos tendremos que aprender a convivir con esa realidad.

Foto: El cabeza de lista de la CUP, Carles Riera. (EFE)

La Constitución y el Estado salen fortalecidos de esta fase de la crisis, pero sale debilitado el Gobierno y averiados tres de los cuatro partidos nacionales (PP, PSOE y Podemos). Se presagia un nuevo tsunami en la política española y en el sistema de partidos. De momento, el influjo del espectro del 'sorpasso' ha pasado del campo de la izquierda al de la derecha.

Recibimos también en herencia un proceso judicial que marcará políticamente el año 2018 más que ninguna otra cosa. Ya está condicionando la constitución del Parlament y la investidura; pero la situación será aún más tremenda cuando, concluida la instrucción, se abra el juicio oral con la imagen de toda la cúpula del nacionalismo catalán sentada en el banquillo (incluidos muchos de los que, probablemente, en ese momento formarán parte del Govern, quizá su propio presidente).

El cisma en la sociedad catalana se agudiza de forma difícilmente soportable para sus habitantes. Antes unos dominaban el espacio público y los otros callaban; pero ahora ambas partes están igualmente movilizadas y encaradas en agria enemistad. Es el retrato inconfundible de un enfrentamiento civil: no con violencia física, pero sí cargado de violencia ambiental. Cualquier gobernante responsable de Cataluña –si quedara algún ejemplar de esa especie- consideraría que su misión principal es restablecer la convivencia entre sus ciudadanos –no solo la dolorosa conllevancia.

Es el retrato inconfundible de un enfrentamiento civil: no con violencia física, pero sí cargado de violencia ambiental

Todo obliga a buscar una vía de salida. Pero la ventana de tiempo disponible es pequeña: en el mejor de los casos, se limita al año 2018. A partir de 2019 entraremos de lleno en un nuevo ciclo electoral (municipales y autonómicas, europeas, generales). Y entonces, ya todos contra todos, cualquier intento racionalizador que incluya concesiones o renuncias será impracticable.

Por otra parte, el esfuerzo que se requiere para ello ofrece pocos incentivos y demasiados obstáculos:

En primer lugar, la extrema debilidad en que ha quedado el Gobierno tras el 21-D. Cada día sentirá mayor soledad y le lastrará más su posición minoritaria. El apoyo del PNV es muy problemático con nacionalistas encarcelados o fugados, y definitivamente inviable si se cumple lo de “Puigdemont a prisión”. El PSOE se dispone a despegarse a toda velocidad del PP para competir con Podemos en el espacio de la izquierda. Y Ciudadanos, crecido tras la victoria, huele ya la presa nacional y hará valer sus credenciales para marcar al Gobierno la política respecto a Cataluña y a otras muchas cosas. Además, las causas judiciales por corrupción siguen ahí, emitiendo azufre.

Foto: Rajoy, de espaldas, e Iglesias, durante una sesión de control al Gobierno. (EFE) Opinión

Otro obstáculo de gran dimensión es el proceso en el Tribunal Supremo. Como ha explicado Antoni Puigverd, el bloque independentista necesitaría distensión y serenidad para corregir el rumbo, rehacer la estrategia fallida y templar el discurso. Pero la instrucción judicial y el juicio posterior (vivido como una causa general contra el nacionalismo) obrarán el efecto contrario: un estrés emocional sostenido durante meses, incompatible con la moderación. No digamos si al final hay sentencias carcelarias.

En el campo constitucional, la disputa entre el PP y Ciudadanos por el espacio del centro-derecha recalienta el ambiente y es disuasorio para las políticas templadas. En la opinión pública española se han instalado un dolido resquemor y una desconfianza profunda hacia Cataluña, y cualquier gesto político de flexibilidad con el nacionalismo resultará sospechoso a quienes desde hace meses exhiben en sus balcones la bandera española.

Iglesias fue sacando de la foto, uno por uno, a todos sus compañeros iniciales de viaje para descubrir que ellos tenían razón y que él se ha quedado solo

El cuadro se completa con la crisis existencial de la izquierda, cada día más absorta en su ensimismamiento. Además del fiasco de Iceta y su operación Borgen, La milagrosa “comisión Sánchez” de la que tanto esperaban es un juguete roto antes de empezar su andadura. En cuanto a Podemos, la estrategia pablista de Vistalegre 2 es un fracaso ya inocultable. Iglesias fue sacando de la foto, uno por uno, a todos sus compañeros iniciales de viaje para descubrir, a mitad del camino, que ellos tenían razón y que él se ha quedado solo con su error y sus cortesanos. Ya no le funciona ni lo de Colau.

Si me permiten la alegoría clínica, lo de Cataluña en los últimos meses es como si un paciente ingresara en urgencias con un infarto y un cáncer. El infarto, que era lo más perentorio, se ha salvado con un tratamiento de choque. Pero al pasar de la unidad coronaria a oncología, comprobamos que la metástasis sigue ahí, progresando. El problema es que la solución quirúrgica no sirve, que queda poco tiempo para actuar, que el paciente no colabora y que la pericia y la cohesión del equipo médico son, por decirlo suavemente, manifiestamente mejorables.

Esta es la herencia envenenada que nos deja el año 17 y el maldito marrón que nos aguarda en el 18. Por lo demás, feliz año nuevo.

El siglo llega a la mayoría de edad. Pero nada ni nadie nos librará de pasarnos el año 18, como el 17, hablando y escribiendo sobre Cataluña. Ahora estamos en pleno tránsito entre la digestión de lo que ha pasado y la incubación de lo que pasará. Quizá comprender lo primero nos ayude a vislumbrar lo segundo.

Ciudadanos Miquel Iceta