Una Cierta Mirada
Por
Vuelve el sanchismo de la primera hora
De los llamados "ministerios de Adam Smith" (los de Estado), cambian Exteriores y Justicia, pero se mantiene la continuidad en Economía, Hacienda, Interior y Defensa
Tienen razón quienes recuerdan que ningún cambio de ministros cambiará el rumbo de la legislatura, salvo que afecte a su cabeza -el presidente- o a su naturaleza de origen -la coalición con Unidas Podemos-. Lo primero es impensable y lo segundo imposible. Lo más parecido a un cambio de fondo, realmente definitorio, ya sucedió con la salida de Pablo Iglesias. Este Gobierno nació como la criatura resultante de un pacto entre dos enemigos políticos, y su primer año de existencia estuvo marcado por la escarpada coexistencia entre los dos socios fundadores. Desaparecido uno de ellos, comenzó un partido nuevo.
Con esa salvedad que distingue a este Gobierno de los anteriores, es cierto que en el sistema político español quien marca a fuego la identidad del Gobierno, define su rumbo y lo representa ante la sociedad es su presidente. No solo por su singular configuración constitucional (el presidente español está mucho más cerca de un jefe de Estado al modo francés que de un primer ministro al estilo italiano), sino porque los sucesivos jefes del ejecutivo fueron acentuando la práctica se fueron acentuando en la práctica el carácter personalista del cargo, que ha adquirido niveles exorbitantes con Pedro Sánchez.
Dicho esto, no puede negarse que este cambio tiene un alcance muy superior al previsto, y Sánchez se ha ocupado de hacerlo parecer aún más revolucionario. Lo cierto es que hay en el nuevo equipo fuertes dosis de continuidad: dos tercios de los anteriores ministros siguen en sus puestos. De los llamados "ministerios de Adam Smith" (los de Estado), cambian Exteriores y Justicia, pero se mantiene la continuidad en Economía, Hacienda, Interior y Defensa.
Bolaños será el vicepresidente político de hecho. Hereda todo lo que tenía Calvo
Y lo que es políticamente más relevante: se reconoce abiertamente que la porción podemita está fuera de la capacidad de disposición del presidente sobre su propio Gobierno. El mensaje ha sido terminante: Pedro Sánchez tiene libertad para designar a 17 de sus 22 ministros, pero a los otros cinco solo puede nombrarlos o cesarlos su propio líder, y así será mientras dure la coalición. Esta remodelación presenta el primer acto de fuerza de Yolanda Díaz, que ha defendido su espacio de poder con la misma fiereza que habría empleado Iglesias.
Lo que da a la recomposición un aspecto de gran profundidad es que Sánchez ha demolido y reconstruido por tercera vez el núcleo duro de las decisiones estratégicas, el reducido círculo donde se supone que habitan las personas más cercanas al jefe y que gozan de su máxima confianza. En el equipo anterior, esa almendra del poder la formaban Carmen Calvo, Iván Redondo, Miquel Iceta y José Luis Ábalos, con el añadido de Adriana Lastra en el frente parlamentario. Aparentemente, todos intocables. Con la incógnita de lo que suceda en el grupo parlamentario, no ha quedado ni uno.
De este cambio emerge un nuevo hábitat monclovita con nuevos personajes: fundamentalmente, Félix Bolaños, Óscar López e Isabel Rodríguez. Y con un nuevo reparto de papeles:
Bolaños será el vicepresidente político de hecho. Hereda todo lo que tenía Carmen Calvo y mucho de lo que acumuló Redondo. Él será el ministro para Cataluña, el que conduzca la mesa de negociación y administre la relación privilegiada con ERC. También será el guardián por parte del PSOE de la coalición y de la mayoría de gobierno. Y será él quien custodie las llaves de los múltiples pasillos subterráneos del Estado que antes transitaba Iván.
Óscar López se parecerá mucho más a un clásico director de gabinete. Tránsito de la información, asistencia directa al presidente (engrasada por una antigua relación personal, destruida y, al parecer, ahora recuperada) y, sobre todo, valioso enlace con el partido. Usará el gigantesco aparato montado por su antecesor y su experiencia en campañas para montar en Moncloa el cuartel general efectivo de las próximas elecciones.
A Isabel Rodríguez se le encomienda el control del poder territorial, excepto lo que se refiere a Cataluña (con ello se despeja el peligroso equívoco derivado de la presencia de Iceta en esa cartera). Ella tendrá que lidiar con los presidentes autonómicos del PP. Pero, sobre todo, será el punto de conexión con los barones del PSOE, que, sin duda, la habrán recibido con muchas menos cautelas que a su antecesor.
Además, será el nuevo rostro del Gobierno ante los medios y la opinión pública. En este caso, la más agradecida por el cambio será la gramática castellana. Gestión de los fondos europeos. Por otro lado, hay un refuerzo muy expreso a Nadia Calviño. En Bruselas pueden estar tranquilos: la economía es asunto suyo con todas las consecuencias. Y probablemente, tras la salida de Redondo también lo será la gestión de los fondos europeos. Sánchez ha querido blindarla visiblemente ante las duras negociaciones que esperan al tándem Calviño-Montero con la dupla Díaz-Belarra. El presupuesto, en el horizonte.
Para los conocedores de las tripas del PSOE, este cambio supone el reencuentro de Sánchez con sus orígenes. Óscar López, Pilar Llop, Raquel Sánchez, Pilar Alegría, Isabel Rodríguez: todos ellos formaron parte del grupo de amigos que nacieron juntos a la política en los tiempos de Zapatero, bajo el padrinazgo de José Blanco, y que acompañaron a Sánchez en su primera aventura al frente del partido. Sanchistas de la primera hora que en su momento fueron postergados y ahora se reagrupan felizmente, purgada su culpa y garantizada su sumisión incondicional. Por eso puede decirse que la versión del sanchismo que nace de esta crisis es la más parecida a la versión original, la de 2014 y 2015. Zapatero Y Blanco estarán sin duda satisfechos viendo retozar de nuevo a sus cachorros, ahora en la cúpula del poder.
Eso sí, no hay ni habrá contrafiguras en un gobierno de Sánchez. Lo fue forzadamente Iglesias, pero nunca más. Sánchez no tendrá jamás un Abril, un Guerra, un Álvarez-Cascos, un Rubalcaba o una Soraya. El suyo siempre será un gobierno unipersonal, sin otro solista que Su Persona. Esta es la regla del juego y quien no la admita ya sabe dónde está la puerta del infierno.
Lo más difícil de interpretar es el enigma PSC. Iceta parecía propulsado hacia la cumbre como gran arquitecto y sherpa de la “operación diálogo”, y de repente aparece arrinconado en una esquina del Gobierno, y por la otra esquina aparece la alcaldesa de Gavá para manejar lo de las infraestructuras, asunto crucial en unas elecciones territoriales. Tentativamente, yo diría que la sombra de Illa se ha hecho alargada.
Faltan dos piezas para completar el puzzle del nuevo poder sanchista: el grupo parlamentario y la ejecutiva que salga del Congreso del PSOE. En cualquier caso, parece claro que este equipo está destinado a agotar la legislatura y que el líder ha señalado con claridad un objetivo prioritario: las municipales y autonómicas de mayo de 2023.
Tienen razón quienes recuerdan que ningún cambio de ministros cambiará el rumbo de la legislatura, salvo que afecte a su cabeza -el presidente- o a su naturaleza de origen -la coalición con Unidas Podemos-. Lo primero es impensable y lo segundo imposible. Lo más parecido a un cambio de fondo, realmente definitorio, ya sucedió con la salida de Pablo Iglesias. Este Gobierno nació como la criatura resultante de un pacto entre dos enemigos políticos, y su primer año de existencia estuvo marcado por la escarpada coexistencia entre los dos socios fundadores. Desaparecido uno de ellos, comenzó un partido nuevo.