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Sánchez y el partido de ETA
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Sánchez y el partido de ETA

Bildu es Sortu con compañía. Sortu es simplemente el nombre moderno de Herri Batasuna. Y Herri Batasuna, luego Sortu y luego Bildu, nunca fue otra cosa que la franquicia política de ETA

Foto: Pedro Sánchez, durante su visita a EEUU. (EFE/Michael Reynolds)
Pedro Sánchez, durante su visita a EEUU. (EFE/Michael Reynolds)
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En el Parlamento español hay 20 partidos políticos. Los hay de derechas y de izquierdas, moderados y extremistas, nacionalistas y no nacionalistas. Los hay de ámbito nacional y otros que se vinculan solo a un territorio, incluso a una provincia. Hay partidos antiguos y otros que nacieron hace poco. Unos creen en la Constitución y la defienden, otros no creen en ella, pero la cumplen; y algunos la atacan directamente, incluso intentaron derogarla mediante un golpe institucional.

Por fuera de todas esas categorías está Bildu, una agregación de siglas en la que quien manda es Sortu. Bildu es Sortu con compañía. Sortu es simplemente el nombre moderno de Herri Batasuna. Y Herri Batasuna, luego Sortu y luego Bildu, nunca fue otra cosa que la franquicia política de ETA.

Foto: El presidente de Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Michael Reynolds)

Un día, los jefes de ETA decidieron crear una filial política para complementar los asesinatos, secuestros y extorsiones con la agitación callejera violenta (kale borroka, la llamaban), ejercer cono centro de reclutamiento de futuros terroristas y desestabilizar las instituciones de la democracia desde dentro. Así que desdoblaron sus efectivos: tú estabas un día pegando tiros en la nuca o colocando bombas bajo los coches y al día siguiente te metían en una lista electoral y te destinaban al parlamento, o viceversa. ETA era la matriz y Batasuna la sucursal, ETA daba las órdenes y Batasuna las obedecía. Estar en una o en otra era una pura cuestión de política de recursos humanos.

Esa es exactamente la historia de Arnaldo Otegi: él estuvo siempre donde lo destinaron, a veces matando y a veces dando mítines, pero nunca se equivocó sobre su misión en la vida. Como el siniestro Josu Ternera, que por las mañanas organizaba los crímenes y por las tardes presidía la comisión de derechos humanos del Parlamento vasco.

Llegó un momento en que a ETA le resultó materialmente imposible seguir matando. La acción concertada del Estado español y el francés, de sus gobiernos, sus policías y servicios de información y sus jueces, junto a la repulsa social abrumadora, asfixiaron de tal modo a la banda terrorista que esta no tuvo otro remedio, muy a su pesar, que admitir su derrota operativa y capitular. No fue un abandono voluntario de las armas, fue una rendición obligada. ETA dejó de matar únicamente porque ya no le era posible seguir haciéndolo, porque tenía más gente dentro de la cárcel que fuera y los que estaban fuera no podían dar un paso sin que la policía lo supiera y los cazara como a conejos.

Bildu, la marca tras la que se camufla Sortu, antes Batasuna, es la parte más visible de ese conglomerado

Inserto aquí un recuerdo personal. En aquel tiempo tuve el privilegio de pasar muchas horas conversando con Alfredo Pérez Rubalcaba de este y otros asuntos. Él repetía obsesivamente una idea: los derrotaremos operativamente, eso está ya muy cerca. Pero luego vendrá lo más difícil, que será enfrentarnos a ellos políticamente, aunque sean legales, y derrotarlos también en ese terreno. Hasta que la victoria operativa no se complete con la política, insistía mi amigo, no podremos dar el trabajo por terminado ni considerar que la democracia está a salvo de esa amenaza.

ETA tuvo que parar a la fuerza su actividad terrorista. Pero, a la vez que firmaba su rendición, dejó encargado al entramado político y social montado por ella y en torno a ella que permaneciera activo y prolongara su obra. Su función primordial es preservar el legado de ETA y mantener vivo su espíritu; y por el camino, expandir al máximo su poder político.

Bildu, la marca tras la que se camufla Sortu, antes Batasuna, es la parte más visible de ese conglomerado. ETA se disolvió militarmente, pero el partido de ETA sigue existiendo. Y su éxito es indudable: hoy, los albaceas testamentarios de la banda terrorista mandan en el País Vasco y en la política española mucho más que lo que jamás soñaron mandar sus fundadores.

Foto: Vista del edificio de la Audiencia Nacional. (EFE/Kiko Huesca)

El partido de ETA va lanzado hacia la hegemonía política en el nacionalismo vasco; es cuestión de no mucho tiempo que la consiga. Ha conseguido que el Gobierno de España lo reconozca no ya como una fuerza política legal —lo que es obligado—, sino como interlocutor privilegiado primero y, finalmente, como aliado imprescindible. Sánchez no podrá seguir en el Gobierno sin el apoyo constante y cotidiano del partido de ETA, que forma ya parte estructural de su bloque de poder.

Los asesinos de ETA que Bildu presenta a las elecciones del 28-M no solo aparecen en los carteles y en las papeletas de voto de su partido: sus nombres y sus rostros están simbólicamente presentes en las del partido que más ha contribuido a lavar y legitimar su marca.

Como no tengo una concepción cristiana de la vida y menos aún de la política, me trae sin cuidado que los asesinos y sus cómplices y encubridores condenen ahora el terrorismo o pidan perdón por lo que hicieron. Primero, porque no serían sinceros. Estoy convencido de que, si los metieran en la máquina del tiempo y les dieran ocasión de repetirlo, lo harían sin vacilar. Segundo, porque con ello no devolverían la vida a sus víctimas ni repararían el daño causado a una sociedad a la que hicieron enfermar y que necesitará décadas para sanar.

Foto: Inicio campaña electoral de Bildu. (EFE/Jesús Diges)

En estos casos, solo hay una forma lícita de asumir la responsabilidad por los crímenes cometidos, que es irte a tu casa y desaparecer para siempre de la vida pública. El Sinn Feinn también fue el brazo político del IRA durante años. Hoy en la dirección del Sinn Feinn no queda nadie que haya participado en actos terroristas. La actual presidenta del Sinn Feinn es igual de radical y de separatista que Gerry Adams, pero él tiene las manos manchadas de sangre y ella no. Digo yo que eso es lo mínimo que puede pedirse: no ya para pactar gobiernos y políticas, sino simplemente para sentarte a tomar un café con alguien sin que se te caiga la cara de vergüenza.

Entre admitir la legalidad de un partido político y convertirlo en partido-amigo y compañero inseparable de viaje hay una distancia sideral. Lo primero es obligado, lo segundo optativo. La diferencia entre Bildu y cualquier otro partido, por extremista que este sea, está en su raíz y en su propósito fundacional, que fue practicar y alentar el asesinato mientras pudieron hacerlo y después mantener prendida la llama y transformar para la historia lo abominable en digno —incluso en heroico—.

Aunque no existiera todo lo demás, ese ya sería motivo más que suficiente para elegir cualquier papeleta menos esa

Pactar con ERC, o con la CUP, o con Vox, es un problema político y, como tal, discutible. Hacerlo con el partido de ETA plantea una cuestión de conciencia que debería ser previa a la política. Y si lo que se pacta es el borrado de la memoria colectiva en beneficio de los verdugos, eso rebasa el umbral de tolerancia de una conciencia civilizada. No existe una razón de conveniencia política que permita saltar esa barrera.

La gran traición histórica de los Sánchez, Patxi López y compañía a la idea que defendieron Rubalcaba y muchos más con él consiste en que, en lugar de completar el trabajo de quienes derrotaron operativamente a ETA combatiendo a sus herederos en el campo político, les han abierto las puertas de su casa —de la casa de todos— y han convertido al enemigo en compadre. Aunque no existiera todo lo demás, ese ya sería motivo más que suficiente para elegir cualquier papeleta menos esa.

En el Parlamento español hay 20 partidos políticos. Los hay de derechas y de izquierdas, moderados y extremistas, nacionalistas y no nacionalistas. Los hay de ámbito nacional y otros que se vinculan solo a un territorio, incluso a una provincia. Hay partidos antiguos y otros que nacieron hace poco. Unos creen en la Constitución y la defienden, otros no creen en ella, pero la cumplen; y algunos la atacan directamente, incluso intentaron derogarla mediante un golpe institucional.

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