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Trato hecho entre Sánchez y Puigdemont: 'amics per sempre'
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Ignacio Varela

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Trato hecho entre Sánchez y Puigdemont: 'amics per sempre'

Los partidos que respaldarán a Sánchez (al margen del que él acaudilla) forman una ensalada ideológica que, en condiciones normales, resultaría indigerible

Foto: Carles Puigdemont. (EFE/Olivier Matthys)
Carles Puigdemont. (EFE/Olivier Matthys)
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En una jornada de celebración constitucional, todos los medios, excepto los descaradamente oficialistas, constataron el mismo hecho: de los 57 diputados que Pedro Sánchez se dispone a reclutar para añadir a los 121 del PSOE y ganar la investidura a la primera tacada, solo tres se dignaron asistir al acto del juramento de la princesa Leonor en el Congreso: la vicepresidenta del Gobierno en funciones, la portavoz de Sumar y una vicepresidenta de la Mesa. El resto del grupo parlamentario de Sumar se apuntó íntegramente al boicot, incluyendo tres miembros del Gobierno.

Por su contemporaneidad con el pacto de investidura, el acto de ayer en el Congreso ilumina la naturaleza del que tendrá lugar dentro de unos días y delimita con una visibilidad irrebatible la esencia y el perímetro del bloque de gobierno que encabezará Sánchez: el resultante de la alianza del PSOE con todas las fuerzas anticonstitucionales existentes en la Cámara.

Ni progresistas frente a conservadores, ni gaitas. Los partidos que respaldarán a Sánchez (al margen del que él acaudilla) forman una ensalada ideológica que, en condiciones normales, resultaría indigerible. Se apelotonan en ella fuerzas de ámbito nacional con otras de su pueblo, marxistas-leninistas con nostálgicos del carlismo trabucaire, posmodernos con reaccionarios, amantes del capitalismo con comunistas recalcitrantes. Solo una cosa une a los aliados de Sánchez: el propósito de derribar la Constitución española. Sánchez y su partido les proporcionan el trampolín —que de otro modo estaría fuera de su alcance— para intentar demolerla desde el poder. A su vez, ellos son para Sánchez el sostén que necesita para permanecer en el poder.

La necesidad imperiosa de añadir a la partida a Puigdemont ha terminado de clarificar el carácter radicalmente mercenario de la alianza y, a la vez, ha simplificado el mecanismo negociador. Desde que se echaron las cuentas el 23 de julio, todo ha consistido en conseguir a toda costa los siete votos de Junts. Con ellos, la investidura estaba hecha. Sin ellos, no había nada que hacer. Constatar eso y descubrir súbitamente las propiedades salvíficas de la amnistía “en el nombre de España” fue todo uno. Lo demás ha sido vestir el muñeco. Para ser intelectual orgánico del sanchismo solo hace falta llevar siempre encima pastillas para el mareo.

Foto: Puigdemont y Santos Cerdán (PSOE) se reúnen en Bruselas para avanzar hacia la investidura. (EFE/PSOE)

Pues bien, en el momento de escribir estas líneas, el acuerdo entre Sánchez y Puigdemont es completo y no reversible, salvo un súbito rapto de locura del fugitivo de Waterloo. Todas las carpetas del trato han quedado selladas y rubricadas. Existe un texto definitivo de la ley de amnistía, a falta quizá del pespunte final para maniatar al Tribunal Supremo. Se dice que el presidente del Tribunal Constitucional, futuro árbitro del seguro litigio, no ha sido completamente ajeno a la preparación del guiso legislativo, lo que, de ser cierto, no deja de ser un escándalo institucional y, a la vez, una garantía decisiva para “la parte contratante de la primera parte”. En todo caso, la pieza está lista para presentarla en la ventanilla del Congreso hoy mismo, si fuera necesario. Armengol espera órdenes de la superioridad para asegurar el trámite.

Es posible que ya estén acordados no solo la existencia de uno o varios supervisores extranjeros, sino también sus nombres. Lo del referéndum se solucionará a golpe de eufemismos y mediante la técnica de la patada hacia delante: el destino fijado es Quebec, pero, una vez reservado el billete en la ventanilla monclovita y contando también con la generosidad del árbitro llegado el momento, no hay prisa por poner fecha a ese viaje.

Caerá una lluvia de millones para Cataluña, pero atención: hay que hacerlo con cuidado porque sería una desgracia no admisible para Puigdemont que ello sirviera para apuntalar al tambaleante Gobierno de ERC, como lo sería que se convocara el ansiado referéndum con Aragonès en el Palau de la Generalitat. Sánchez y Puigdemont comprenden bien el lenguaje del poder (de hecho, es el único lenguaje que comprenden) y por eso todo se ha acelerado cuando se han dejado de filosofías jurídicas y/o identitarias y han puesto sobre la mesa la esencia del trato: yo te ayudo a quedarte cuatro años en la Moncloa y, a cambio, tú me salvas de Marchena y después me ayudas a volver a mandar en Cataluña.

Foto: El expresidente del Gobierno Felipe González en la jura de la Constitución de Leonor. (Europa Press/Eduardo Parra)

La caída del Gobierno de ERC forma parte del trato entre Sánchez y Puigdemont. De hecho, al líder independentista le importa mucho más ver rodar las cabezas de Junqueras y de Aragonès que la cosa de la autodeterminación. Luego se dilucidará si el sillón vacante es para Salvador Illa, para el propio Puigdemont o para algún comisionado de este.

Con sus dos últimos movimientos, Sánchez ha rebasado la línea de no retorno, lo que siempre es peligroso. Ya no puede regresar sano y salvo al campamento de la repetición electoral. Por primera vez que se recuerde, un secretario general del PSOE ha negociado su discurso en el comité federal de su partido con un político de otro partido al que debería estar intentando capturar para ponerlo a disposición judicial. Tengan la seguridad de que la frase “la amnistía solo es un punto de partida” se escribió primero en Bruselas y luego se envió a Madrid para incluirla en la alocución del general secretario. En ese partido ya da todo igual, los aplausos habrían sido igualmente atronadores si hubiera leído un manual de electrodomésticos en coreano. Donde antaño se sentaban dirigentes políticos, ahora se colocan muñecos que reaccionan mediante mando automático.

En cuanto a lo de enviar al jefe del aparato de Ferraz a fotografiarse junto a Puigdemont, nunca sabremos si lo del cuadro de la urna del 1 de octubre sobre la cabeza del centurión socialista fue únicamente fruto de su inepcia o una perversidad consentida por Sánchez. Lo cierto es que ese cuadro no estaba ahí cuando fue Yolanda Díaz. Alguien lo puso para esta ocasión, y fue por algo. Conociendo la afición de su jefe por oficiar sacrificios humanos con su propia gente (especialmente, por electrocutar a sus secretarios de Organización antes de que se crean otra cosa), si yo fuera Santos Cerdán me sentiría algo más que inquieto.

Foto: Patxi López, entre Marta Lois y Cuca Gamarra, con José María Aznar y Felipe González en primera fila, este martes en el Congreso. (A. Pérez Meca/Europa Press).

Sí, la investidura de Sánchez es inminente. No hay sorpresa, lo sabía toda España desde que Feijóo tiró por la borda unas elecciones que no tenía derecho a perder. Lo siguiente es que el presidente de la Generalitat que desafió al Estado, proclamó la independencia de Cataluña y a continuación se metió en el maletero de un coche para pasar la frontera pronto regresará a Barcelona, los Mossos d'Esquadra le rendirán honores y, a poco que pueda, desde algún balcón repetirá la histórica frase: ¡Ja soc aquí!

Hay que ver qué progresista es todo esto.

En una jornada de celebración constitucional, todos los medios, excepto los descaradamente oficialistas, constataron el mismo hecho: de los 57 diputados que Pedro Sánchez se dispone a reclutar para añadir a los 121 del PSOE y ganar la investidura a la primera tacada, solo tres se dignaron asistir al acto del juramento de la princesa Leonor en el Congreso: la vicepresidenta del Gobierno en funciones, la portavoz de Sumar y una vicepresidenta de la Mesa. El resto del grupo parlamentario de Sumar se apuntó íntegramente al boicot, incluyendo tres miembros del Gobierno.

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